Mirar hacia atrás, saber de dónde vinimos, conocer las raíces de lo que somos. El tema histórico es sin duda un elemento indispensable para realizar cualquier diagnóstico sobre el presente, pero el transcurrir de los años no es lineal, la vida no recorre caminos inmodificables trazados por la lógica de los acontecimientos, la vida es realidad y es fantasía, es suceso verificable pero es también una fábula donde el hombre es al mismo tiempo guionista y actor. El hombre como figuró Borges es una creación de círculos concéntricos donde el sueño y la realidad habitan un común sufrimiento. La vida es una Niebla, como escribió Unamuno donde la inteligencia retoma los designios de Dios.
En Carora nadie muere, se entierran cuerpos y se lloran velorios pero en verdad nadie muere, todos se quedan vagando en la dimensión atemporal de los misterios tercamente irresolutos. En Carora siempre se vive hacia adentro y por ello la muerte se convierte en una simple fachada que esconde a la gente de los visitantes. Pero si usted conversa con caroreños auténticos observará como dentro del coloquio involucra a gente supuestamente fallecida pero que continúa trajinando lo cotidiano. Por eso Chío Zubillaga sigue vivo y el fraile Aguinagalde no termina de descansar porque a cada rato invocan su maldición. A los hermanos Torres los tienen todavía presos dentro del ventarrón. De Carora nadie se va, todos nos quedamos encadenados y penitentes, los que estamos fuera, los muertos, recién nacidos o moribundos, todos llevamos sobre la frente la señal de este purgatorio…será al final de los tiempos cuando sepamos si seremos Comala o Shangri La.
El propio Juan de Salamanca asumió desde la fundación de Carora la función evangelizadora, adoctrinando a los indios en la fe católica. Los primeros núcleos hispanos que se asentaron en nuestra ciudad lo hicieron en torno a las cofradías, las cuales se convirtieron en los ejes de la actividad económica. Es importante señalar que desde 1569 hasta nuestros días Carora siempre ha contado con la figura del Párroco, quiere decir que en este pueblo siempre ha existido la figura del sacerdote como piedra angular del hecho social.
Este dato nos indica claramente que los valores sobre los cuales se levantó la idiosincrasia caroreña están contenidos dentro de los paradigmas ético-confesionales de la religión católica. Pudiéramos decir que Carora desde sus comienzos en una especie de gran monasterio cuyos residentes se dedicaron a crear riquezas materiales, por ello el estigma del pecado gravita sobre todas sus generaciones al incumplir el mandamiento de la pobreza.
Al margen del Morere alrededor de l620 se levantó un Convento de frailes franciscanos. Al lado le construyeron su respectivo templo, Desde estas instalaciones Carora recibió orientación educativa. En 1821 por Decreto del Libertador Simón Bolívar se eliminan los conventos menores y por ello se cierra el Convento de Santa Lucía. Pero alcanzó el tiempo para formar allí a un gran sacerdote, al Fraile Aguinagalde, quien completó sus estudios en Mérida y luego regresó a Carora donde dejó profunda huella.
Durante doscientos años los frailes franciscanos mantuvieron encendida la antorcha de la educación, de la moral, de la espiritualidad, gracias a su tesón la ciudad fue progresando ya que ellos además de impartir conocimientos religiosos fungía también de asesores para la producción agropecuaria
Dentro de este grupo de religiosos destaca el fraile Aguinagalde, quien con una formidable inteligencia forjó a ciudadanos ejemplares que dieron con su trabajo y talento un gran empuje a la sociedad caroreña.
Jorge Euclides Ramírez