Un alto en el camino
Cuando se viaja no se puede seguir atado a las preocupaciones cotidianas, a lo que se deja para buscar un horizonte diferente, de calma, de cambio y bienestar, sobre todo cuando hay tanta paz afuera, tanto con quienes disfrutar, tanto que ver, tanto cariño alrededor y tanto a donde ir. Somos pituitaria, somos impulso, somos ilusión somos testimonio, somos vida. Nos vamos para alejarnos de la rutina, cambiar es alejarse, es dar rienda suelta a ese corcel que pugna por salir corriendo, nos retiramos para vivir otra cosa, ver la familia, ir al campo, es meterse en la naturaleza, es airearse el alma, es reinventarse. Nos vamos exonerados de las preocupaciones, buscamos un rincón de identidad donde todo nos sea familiar, son cosas que contribuyen sobremanera a la delicia de los viajes. Con todo y las urbes que transitamos, todo se capta diferente a la realidad de cuando estamos sometidos a la bella rutina que tanto nos da como tanto nos quita…
De cultura
La cultura necesita por fuerza gústenos o no, poseer una idea completa del mundo y del hombre. A la cultura no le es dado detenerse. La vida no puede esperar a que las ciencias expliquen científicamente el Universo. El atributo fundamental de la existencia es su perentoriedad, su urgencia, porque la vida siempre es urgente y es ahora. Vivimos aquí y ahora sin posible demora ni traspaso. La actividad científica es esencial pero no es vital, mientras que la cultura si lo es. Por eso la ciencia se da su tiempo y sigue su ritmo, tiempo en el que se le pueden ir muchos años y varios científicos, por eso ella no tiene urgencia de terminar algo que puede durar mucho tiempo para ver resultados. Es la cultura el plano de la vida, la guía de los caminos, allí están a la vista todos abiertos, esperándonos. La cultura es una necesidad imprescindible de la vida, porque es clara, luminosa y porque es dimensión constitutiva de la existencia humana, es parte esencial de la vida, de la misma manera que las manos son propiedad absoluta del hombre.
Escala de valores
En nuestra sociedad actual la escala de valores sociales radica exclusivamente en el éxito económico. La ambición encuentra como único medio de satisfacerse el enriquecimiento. Sin dinero no hay concesión de patentes, no hay préstamos, no hay títulos, ni honores, no hay derechos, no hay amigos…. Aquí los valores se llaman plata, si no tiene dinero usted no vale ni es convidado a los grandes festines. Al rico le gusta el halago y figurar como si fuera el “jefe de la manada”, el entorno vive pendiente de sus naderías, de sus cirugías, de sus ridiculeces, de sus trapos. Ellos se definen muy honestos, describen su ascensión de la nada ante quienes le rinden pleitesía. En torno a estos entes se forma todo un mito. “Se ven caras, no corazones”. Aquí no se pregunta cuánto vales como ser humano, cuanto sufriste para llegar arriba, aquí se identifica al personaje y se aprueba con: “Dime cuanto tienes y te diré cuanto vales y cuanto te aprecio”. Se ama el dinero hasta la locura, aquí no caben sino las vivezas no las virtudes…
Así de fácil
Lo maravilloso de haber aprendido algo valioso y único en esta vida a pesar de los huracanes humanos y de las normas impuestas, es eso que nadie podrá arrebatarnos.
Soy lo que hago, lo que digo y en lo que creo, sin apariencias, soy la que escribe –soy Yo–
Amanda Niño P.