Familiares y vecinos: Los otros presos en la crisis carcelaria

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Encerrados con temor en sus viviendas o durmiendo en la calle: vecinos de un penal en Caracas y familiares de los reos que se resisten con armas a desalojarlo son los otros presos en una crisis que pone en jaque el plan oficial de reformar el sistema carcelario.

   Bajo un puente frente a la cárcel de La Planta -incrustada en una zona residencial del centro caraqueño-, carpas, cartones o bolsas sirven de refugio a las madres, esposas y hermanas de los reclusos que esperan un desenlace a los episodios violentos que ya han dejado un muerto y varios heridos en 22 días.

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   «Nosotras también parecemos presas», afirma angustiada y exhausta Sandra Jara, madre de un joven recluso acusado de homicidio, evocando el hacinamiento y las paupérrimas condiciones sanitarias en las prisiones venezolanas.

   Fuertemente armados, los reos se atrincheraron en el interior de La Planta para rechazar la decisión de la ministra de Asuntos Penitenciarios, Iris Varela, de clausurar el recinto por no hallarse en condiciones y trasladarlos a otras cárceles.

   En un video colgado en internet, los presos solicitaron a la ministra autorizar las visitas de sus familiares y la liberación de los reclusos que hayan cumplido su sentencia como condiciones para entregarse.

   Durmiendo hasta siete en una carpa de tres, aseándose en los baños de unas canchas deportivas, estas mujeres son además víctimas de los gases lacrimógenos que dispersan los militares para controlar cualquier brote violento en el exterior o interior del penal, de donde también se fugaron varios presos.

   «Hemos vivido en zozobra, llorando», asegura Yenca Gifo, que perdió un embarazo por efecto de las bombas lacrimógenas.

   Hace una semana, un tiroteo entre los presos y las autoridades carcelarias, recurrentes desde el principio de la crisis, se cobró una muerte inusual: Henry Molina, de 48 años, se desplomó al recibir un disparo en la cabeza cuando veía la televisión en su apartamento, a 300 metros de la cárcel.

   Desde entonces los edificios aledaños al retén también viven en alerta.

   «Estamos trancados porque (la Guardia Nacional) no nos deja pasar y las bombas lacrimógenas entran en los apartamentos», lamenta Elías Tejada, vecino de la zona, donde se suspendieron las clases en los colegios y se cerraron los accesos a las calles colindantes.

   Cruz de Blondell, una maestra jubilada que vive dos pisos más arriba del apartamento de Molina, aún no asimila que dos balas rompieran su tranquilidad al impactar contra los cristales de sus ventanas.

   «Voy al banco y hago mis compras, pero a raíz de esto uno está más encerrado acá, no puedo andar libremente», señala a la AFP.

   La ministra Varela asegura que las negociaciones se mantienen y rechaza un asalto a la prisión, lo que recuerda la operación dirigida a controlar la cárcel de El Rodeo, a las afueras de Caracas, en junio de 2011, que dejó un saldo de 25 muertos y varios presos fugados.

   Desde entonces, el presidente Hugo Chávez creó el nuevo ministerio y designó a Varela para reformar las prisiones.

   Pero la ministra no pudo evitar que ese año cerrara con 560 reos asesinados y 1.457 heridos, «las cifras más altas en toda la historia de Venezuela», según Carlos Nieto, director de la ONG Una ventana a la libertad, que promueve la mejora de la situación carcelaria.

   El hacinamiento –que se sitúa en 350%, con una población carcelaria de 47.500 reclusos pero sólo 14.500 plazas–, el ingreso continuo de armas y la ausencia de actividades ocupacionales representan el caldo de cultivo para la violencia en las cárceles e impiden la rehabilitación de los reos.

   Para el criminólogo Fermín Mármol García, las prisiones venezolanas representan «micro-Estados», donde en algunos casos los reos están al mando «con un sistema de gobierno paralelo», que les permite manejar la entrada de armas.

   A las afueras de La Planta, los militares ordenaron reproducir música cristiana y organizar sesiones de rezos y plegarias con pastores evangélicos, a las que -aseguran- asisten la mayoría de los familiares.

   «Estamos creyendo y confiando en Dios que haga el milagro para que esto se solucione», relata el sargento primero encargado de la música.

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