La violencia es un fenómeno social presente permanentemente en la existencia del hombre en sociedad. La misma no surge en sociedades estáticas sino en dinámicas en lucha por lo nuevo extensivo a las esferas de la cultura y arte. Su máxima manifestación es la guerra por medio de las armas.
Pero también tiene otras formas de expresión a través del uso agresivo de los instrumentos de trabajo del artista. En la música tenemos el tambor del Tamunangue (tamunango) que suele retumbar con fuerza al igual que el trombón en la salsa primaria de Nueva York. Es así como refleja el espíritu rebelde del indígena americano y el negro africano víctimas de la esclavitud durante la conquista y colonia en Venezuela luego del tercer viaje de Cristóbal Colón.
Un valor de la cultura popular objeto originalmente del marginamiento por el establecimiento que lo veía con malos ojos por la defensa y preservación del poder.
El folclor gestado al calor del trabajo en las haciendas de Curarigua y El Tocuyo, donde la jornada diaria consumía hasta 13 horas, el caserío, el camino y la plaza del pueblo por su marginamiento por el estatus quo.
Ese es el momento histórico primario de nuestra máxima expresión folclórica El Tamunangue. Del mismo debemos partir para comprender su significado social, histórico y cultural con su mensaje solidario y libertario proyectado hoy en este mundo globalizado donde el folclore se ha tornado universal.
El folclor gestado al calor del trabajo en las haciendas de Curarigua y El Tocuyo, donde la jornada diaria consumía hasta 13 horas, el caserío, el camino y la plaza del pueblo por no estarle permitido su acceso a la iglesia. La cultura underground o subterránea que generaron el indígena americano y el negro esclavo.
Tradicionalmente, del Tamunangue tenemos una concepción coreográfica y religiosa que resalta sus componentes danzarios, musicales y devocionales sin ninguna connotación social. Sin duda, una visión idealista de esta expresión de la cultura popular de nuestro país, pues el arte no es neutro cumpliendo una determinada función en la sociedad donde se genera; es más, es un reflejo de la misma.
El culturólogo caroreño Hugo Lara Espinoza se adentró por otros senderos de esta danza en su folleto “El Tamunangue, contraviolencia de la cultura popular”. Con espíritu audaz y renovador nos ofrece en el mismo otra lectura desde una perspectiva socio histórica, estética y erótica utilizando como instrumento de análisis el materialismo histórico y dialéctico.
En su obra Lara Espinoza parte de la premisa de que “La cultura de los pueblos latinoamericanos ha sido devaluada desde el mismo momento en que el español pisó nuestras tierras para colonizarlas”.
En respuesta surgiría una cultura popular del nativo en proceso mutuamente enriquecedor que produciría una sola como síntesis de la cultura reflejada, importada de los conquistadores y colonizadores.
Fue en parte la reacción del indígena y el negro esclavizado a la violencia con que fue impuesto el bestial sistema esclavista de entonces concretizado en rituales paganos y religiosos. La religiosidad popular de nuestros sojuzgados pueblos.
Al negro y al indio no le queda otro camino que aceptar la imposición del culto a San Antonio por la religión católica. Pero estos lo modifican y adaptan a su manera de concebir místicamente a Dios y el Universo. Su peculiar cosmovisión que molesta al conquistador y colonizador.
Sin duda, se trata de una forma de protesta ante el infrahumano sistema esclavista que padecían el oprimido y explotado, tal como lo evidencia el son de la batalla en el transcurso de la cual sus participantes en esos tiempos llegaban de verdad a liquidarse para escapar de este “valle de lágrimas”. Sostiene el autor de esta interesante publicación que por esa causa este son está cargado de “paisaje y poesía evasiva”.
Lara Espinoza nos explica que en la bella sus participantes desean una mejor forma de vida mediante la cooperación colectiva.
Mientras que en el yiyivamos y la juruminga el hombre mantiene su virilidad y sensualidad ante ante la mujer, pese a las penalidades que sufre, pero que termina con el poco a poco en la consumación de una relación amorosa, tal vez el único instante en que eran libres en aquel oprimido mundo.
La perrendenga es la manifestación de las inquietudes libertarias y el galerón el espíritu de evasión, según lo expresado por el autor.
Una danza multicultural en que convergen las manifestaciones culturales del indígena americano con la maraca, el negro africano por medio del tambor y el europeo con sus aristocráticos bailes de salón.
El Tamunangue surge entre los pueblos de El Tocuyo y Curarigua a consecuencia de la explotación del sistema económico imperante en el siglo XVIII. Entonces tuvo lugar el impulso de la economía de la hacienda de caña de azúcar que necesitaba de masiva mano de obra y la cual fue traída de áfrica.
Ese es el profundo significado social de esta manifestación folclórica regional, en la que se registra por sus protagonistas en el pasado el Intento por tomar el cielo por asalto. La gesta rebelde del negro Miguel en la fundacional Barquisimeto es una evidencia de ello.
Esta breve publicación de 24 páginas fue presentada en las Segundas Jornadas Nacionales de Educación y Comunicación Audiovisuales realizadas en Barquisimeto en octubre de 1972.
Se trata de una visión desacralizada de esta danza popular que este 13 de junio se baila otra vez en honor a San Antonio en el estado Lara y zonas adyacentes. Precisamente en momentos cuando en la UNESCO reposa el expediente para que se le declare Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Un texto breve pero rico en contenido, análisis e investigación en la linera del ilustre antropólogo venezolano Luis Acosta Saigne, pionero de los enfoques socio históricos de la cultura en el país.
Hugo Lara Espinoza fue un aguerrido dirigente del MIR-Lara, descollando como excelente investigador cultural, escritor, docente y columnista del diario El Impulso en la década de 1970, en el cual publicó las columnas La linterna roja y Culturidades. Fue también coordinador de la Casa de la Cultura de Barquisimeto dirigida por el periodista Rafael Montes de Oca Martínez.
Freddy Torrealba Z.