Llueve… pero escampa
Al escribir estas líneas me siento orgulloso del pueblo venezolano, que se alzó en una sola voz y enfrentó electoralmente al régimen más atrabiliario, cuartelero y desalmado que ha existido en la historia contemporánea venezolana.
Si hiciésemos un paneo por la historia encontraríamos ejemplos con el que pudiésemos compararlo, pero nos percataríamos que en ilegitimidad, arbitrariedad, trapacería, falsedad, iniquidad y desafuero, el nonato régimen de Nicolás Maduro los supera a todos con creces.
Frente a todo el poder del Estado, al secuestro de las instituciones que actúan con esa obediencia perinde ac cadaver propia de superiores y subalternos y no de poderes independientes y al abuso clientelar de conciencias en unos casos y a la amenaza de los tontons macoutes duvalieristas que en este caso podemos llamar moleristas o barrientistas, los venezolanos salimos a demostrar el talante democrático.
A punta de bayoneta
Al oír al teniente que preside el Parlamento negando el derecho de palabra a los diputados de oposición por no reconocer la proclamación espuria que hiciese el órgano electoral, habida cuenta de la solicitud de conteo del 100 % de los votos que pidiese en primera instancia uno de sus rectores, luego el candidato de la oposición y aceptada en primer momento por el candidato oficial, aunque se retractase horas más tarde, y luego de que fuese agredido un diputado opositor con un objeto contundente que ameritó hasta sutura, no me quedó la más remota duda que el cuartelero que comanda el Congreso se leyó la historia de los monaguenses y quiso emular al inefable José Tadeo Monagas, cuando en 1848 asaltó por la fuerza al Congreso Nacional para dirimir una disputa entre oficialistas y opositores.
Se le olvidó a este militarote porta chafarote, segundón y de poca monta, que nadie recuerda a los agresores de aquel entonces, pero permanece imperecedero en la memoria ese valiente Fermín Toro con aquella impecable frase en respuesta a la pandilla diosdaguense, disculpen monaguense, que lo conminaba a regresar al parlamento: «Decid al general Monagas que mi cadáver podrán llevarlo, pero que Fermín Toro no se prostituye».
Fraude es robo y robo es latrocinio
Es que al fraude electoral también le ha correspondido ser protagonista. En Venezuela ha habido fraudes electorales que llaman la atención, no por lo trascendental o por lo particular de ellos, ni siquiera por sus causas, que en ambos casos, por no decir en todos, es la preservación del poder a toda costa, sino por sus consecuencias.
En 1887, cuando se buscaba un sucesor a Joaquín Crespo, este propuso como su sucesor a Ignacio Andrade. Por las fuerzas adversas surgió el nombre de José Manuel “el Mocho” Hernández.
El día de las elecciones vista la popularidad opositora que en franco ascenso, disminuyó los puntos de ventaja oficial, el gobierno dio las instrucciones de militarizar las mesas de votación, sacar a los testigos y no permitir que votasen los electores afectos al flaco, perdón al mocho. Uno ve déjà vu por todas partes.
Esta situación originó que Crespo muriese en batalla de la “Mata Carmelera” defendiendo su fraude y, años después, que el gobierno fuese derrocado.
A mediados del siglo XX sendos fraudes van a marcar la política de los años subsiguientes, ambos ejecutados por los militares que se incoaron en el poder desde 1948. El primero de ellos en 1952 y el segundo en 1957, fueron elecciones amañadas, manipuladas, con votación asistida, con más votos que electores. Otro déjà vu contemporáneo.
En este caso la tragedia duró apenas 39 días. El desconocimiento general de los resultados, sumado a múltiples conspiraciones palaciegas, al descontento de algunos sectores del ejército y las persecuciones y detenciones de los líderes opositores, precipitarían la caída del Gobierno el 23 de enero de 1958.
Los ciudadanos preferimos parecernos a Benito Juárez o a Isadora Ibarruri “La Pasionaria” al morir de pie que vivir de rodillas. Estamos contando los días.
Llueve… pero escampa