Tengo serias dudas del resultado que ha manifestado el Consejo Nacional Electoral, a través de su presidenta, Tibisay Lucena.
No puedo creer en alguien que se ha bañado en el mar de las mentiras, y no teme a sus olas ni a sus profundidades. Ya es medianoche y estas escabrosas palabras pronunciadas con tanto cinismo, acordonan el sueño y temo que pasaré la noche recordándoles a sus ancestros.
El país está dividido –que nadie lo ponga en duda– y por los céfiros que apuntala el lúgubre panorama, avizoro que seguirá dividido. Ésta fue una batalla, una confrontación electoral desigual. Como casi todas las que ha habido en el país, desde un tiempo a esta parte.
La diferencia, según la cual, «ganó» la presidencia el candidato oficialista, es pírrica, ínfima, menguada, mínima, tan pequeña como el diminuto pajarito que se le apareció, trasformado o convertido, en la figura del reciente fallecido presidente Hugo Rafael Chávez Frías; pírrica, digo, a pesar de haberse monopolizado todo el poderío que despliega el Estado, a su favor.
El pueblo venezolano está cansado, de tantas arbitrariedades, abusos y opresiones, atropellos e iniquidades, por parte del gobierno. Vergüenza debería darle a Nicolás Maduro, que, no obstante valerse de todas las instituciones públicas del Estado, no haya podido lograr una “victoria” decisiva y categórica.
Siempre habrá duda de su legitimidad. Ese fantasma lo perseguirá toda su vida, quizá mucho más, que el fulano pajarito. No todo lo legal es legítimo. El hecho que el Consejo Nacional Electoral anuncie su triunfo, de modo alguno, ello lo legítima como presidente de la República Bolivariana de Venezuela. En primer lugar, porque el CNE no tiene credibilidad alguna; y, en segundo término, la dignidad de quien regenta su presidencia, está en tela de juicio.
Si algo ha llamado mi atención, en Tibisay Lucena –desde el punto de vista epistemológico– es el buen manejo de su cinismo. El suyo es de antología. Al menos demuestra que es una persona inteligente, que hace uso de su conocimiento, no para el bienestar de la colectividad social, ni del prójimo, sino del suyo propio.
Es medianoche ya, y ni siquiera puedo libarme un palo de güisqui del viejo par, para pasar esta rabia que la tengo aquí, atragantada en el pescuezo, por recomendación médica. Apago el televisor. Lo vuelvo a prender. Cambio de canal y ¡Uy! aparece de pronto el “elegido” presidente Nicolás Maduro. Pobre hombre. El país se halla al borde de una guerra civil y él ni cuenta se ha dado. No siempre la mayoría tiene la razón. La consigna es insistir, no desmayar. Resistir. Luchar. Recordar que los derechos nunca se mendigan; por el contrario, se impetran y se exigen. Resistir es la orden.
El candidato opositor, Henrique Capriles Radonski, ha denunciado fraude electoral. Ha pedido el reconteo de todos los votos en forma manual. Sabe que venció. El pueblo también está al cabo de intuirlo. El elegido –ilegítimamente– presidente de la República, aprueba la propuesta y pide públicamente al CNE el reconteo de los votos. Sé que dirán que soy escéptico e impío, pero yo no creo una sola de sus palabras. Este tipo es un rufián de la política, y a los subyugados como él, no hay que creerle nada. Más temprano que tarde, Venezuela, nuestra histórica, sufrida y explotada Nación, recuperará su norte democrático, que hoy –lastimosa y desgraciadamente– brilla por su ausencia.
#Opinión: Entre cardones y flores – Sobre el ilegítimo Presidente de Venezuela Autor: Leonardo Pereira Meléndez
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