#OPINIÓN El juicio del mono (1925) #11Mar

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Pareciera mentira que en Estados Unidos, el país más próspero del mundo, que había salido fortalecido y casi indemne de la terrible e inútil Primera Guerra Mundial, 1914-1918, en donde la ciencia natural había logrado avances incuestionables gracias a la filosofía positivista, se escenificará el muy famoso Juicio del Mono en 1925. Sucedió en una pequeña y perdida localidad del Deep South, Estado de Tennessee, llamada Dayton y de apenas 1.700 habitantes, ubicada en lo que hogaño se da en llamar “cinturón bíblico” de los Estados Unidos. La interminable controversia Creación bíblica versus Evolución darwinista que nos alcanza.

Todo comenzó cuando el joven y arriesgado profesor, de apenas 25 años de edad, John Thomas Scopes (Dayton 1900-1970), violando la Ley Butler que prohibía la enseñanza del evolucionismo, hablaba a sus alumnos de secundaria de las teorías entonces aceptadas del naturalista inglés Charles Darwin publicadas en 1859, por lo cual fue llevado a un juicio que ha tenido desde entonces resonancias planetarias. 

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Mucha gente no cree ni acepta la evolución en los Estados Unidos, “país enloquecido por la religión”, según sostiene el profesor judío estadounidense recién fallecido Harold Bloom. (Religión americana, (1998). El diario USA Today denuncia que más de 1,5 millones de escolares no conocen el evolucionismo darwiniano. El darwinismo ha ganado espacios en ese país gracias a que se pensó que caía en la obsolescencia la biología que se enseñaba y al rápido avance de la ciencia en la Unión Soviética en los días de la llamada “guerra fría”. Pero en los estados del sur, el llamado “cinturón bíblico”, se sigue creyendo con gran fuerza en los textos sagrados, una suerte de “visión bíblica” del mundo y que rechaza el aborto, la educación sexual, los derechos civiles de las personas LGBT, la separación Iglesia-Estado, y, por supuesto, la enseñanza de la biología evolutiva.  

El Juicio del Mono, como también se le conoce, es el más sonado caso legal en la Historia de la batalla ideológica entre creacionismo y evolucionismo a cuenta de El origen de las especies de Charles Darwin. Todo comenzó con un libro de texto de educación secundaria: Biología Cívica, publicado en Estados Unidos al iniciarse la Primera Guerra Mundial en 1914. Fue escrito por George William Hunter (1863-1948). biólogo doctorado en la Universidad de New York. No era cosa nueva tales confrontaciones, pues en 1860 se había producido en el Reino Unido el famoso Debate de Oxford sobre la Evolución, que enfrentó acremente en un exaltado intercambio de palabras a Thomas Huxley y al obispo anglicano Samuel Wilberforce.  

En Dayton, Tennessee, se juzgó al profesor de educación secundaria John Scopes por enseñar la teoría de la evolución en clase de ciencias naturales y que podía perder su empleo y novia. El proceso fue muy publicitado y tuvo como fiscal al político y fundamentalista cristiano William Jennings Bryan que fue candidato a la presidencia por tres veces, así como Secretario de Estado. La defensa de Scopes estuvo a cargo de Clarence Darrow, uno de los mejores abogados del momento. El juicio supuso la condena de Scopes a una multa de 100 dólares, que fue rebajada dos años después por el Tribunal Supremo. Lo interesante del juicio es que Darrow mostró que el argumento creacionista consiste en negar sistemáticamente la evidencia. En este juicio se impidió comparecer como testigos a expertos en biología, geología, astronomía, etc. Aunque el juicio fue ganado por los demandantes, el creacionismo perdió por su falta de sustento racional al aplicar la literalidad de la Biblia.

El acusador y testigo principal fue el fundamentalista William Jennings Bryan. Cuando Darrow lo interrogó, Bryan tuvo que aceptar que no se podía interpretar el relato bíblico de la creación en seis días como si se tratara de días de 24 horas sino como seis períodos indeterminados de tiempo. Darrow, agnóstico declarado, demostró ante la opinión pública el desvarío de una interpretación literal de la Biblia y la necesidad de enseñar en las escuelas las teorías científicas. El pobre de Bryan debió retirarse, muy ridiculizado por la prensa, del juicio con su tesis del “diseño inteligente” bajo el brazo y morir cinco días después de ganar el juicio contra el profesor Scopes.

Bryan fue un famoso político y orador, que se presentó sin éxito tres veces como candidato demócrata a la presidencia de los Estados Unidos. Se convirtió en Secretario de Estado bajo el presidente Woodrow Wilson, donde hizo todo lo posible para mantener a los Estados Unidos fuera de la Primera Guerra Mundial. Un gran líder populista, era conocido como el Gran Plebeyo. Influyó en la eventual adopción de reformas como la elección popular de senadores, el impuesto sobre la renta, la creación de un Departamento de Trabajo, la Ley Seca y el sufragio femenino.

El juicio del mono tuvo repercusiones posteriores, en 1955 se estrena una obra de teatro llamada Heredarás el viento o Hinherit the wind, escenificada en plena era de persecución Maccartista e inspirada en el juicio, más tarde, en 1960, se estrena una obra cinematográfica de la Metro, con Jack Lemmond y George Scott, y en 1999 una versión televisiva sesgada e inexacta que, empero, recomiendo ver y analizar con ojos críticos. 

Afortunadamente vivimos en un mundo donde las teorías de Darwin se toleran mal que bien, no así en el mundo islámico donde quien las fomente y atice podrá ser objeto de una fatwa. Hogaño se impone, dice mi maestro germano venezolano Ignacio Burk, una ontología moderna con Hegel, Marx y Darwin, y que tiene su lejano antecesor en Heráclito de Efeso: el ser del mundo no permanece idéntico a sí mismo. La nueva verdad ontológica encontró firme apoyo en la física mecanicista y en la biología darwiniana del siglo XIX. El astro deslumbrante de la segunda mitad del siglo antepasado fue Charles Darwin. Mendel lo leyó con provecho y creó la ciencia de la genética.

Esta negación obcecada y constante en el Deep South estadounidense de estas incuestionables y firmes ideas, ¿no será acaso motivo de honda discordia y que serán el fondo emotivo y moral de una posible secesión de la gran nación norteamericana que se ha anunciado con insistencia hogaño? Amanecerá y veremos. 

Luis Eduardo Cortés Riera

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