#OPINIÓN Más historia, menos histeria #7Mar

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Apasionados en ambos extremos del espectro político norteamericano vaticinan la decadencia de esa gran democracia. Semejantes premoniciones no son nuevas en la larga historia de esa gran nación.

Pero casi siempre que aquellas opiniones se alborotan viene luego la institucionalidad democrática arraigada en aquellas tierras a dar ejemplos de equilibrio que les permiten seguir navegando sin mayor novedad a pesar de las denominadas “trompadas políticas estatutarias”.

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Ahora su Corte Suprema ha decidido – y por unanimidad – que ningún estado puede privar a un candidato federal del derecho a postularse, evitando pronunciarse sobre la imputación de subversión que se le hace a Trump por el ataque al Congreso del 6 de enero de 2021.

Aunque el fallo apenas se refiere al equilibrio jurisdiccional entre la federación y los estados, resulta también que el expresidente aún no ha sido juzgado y condenado por subversión en un tribunal competente; y la presunción de inocencia determina que a nadie se le puede condenar por simples acusaciones: Tendría que existir un fallo previo en su contra.

Es sano que así sea porque dentro del espíritu de juego limpio que debe predominar en elecciones parece más sensato someter la cuestión a la decisión eventual de los votantes y no buscar atajos por la vía tribunalicia.

A fin de cuentas, impedir la participación de Trump alimentaría la desconfianza de sus fanáticos – muchos de ellos adictos a toda clase de tesis conspirativa y a leyendas urbanas de cualquier tipo – sobre los sistemas e instituciones democráticas de los Estados Unidos.

Algunos se preocupan por el eventual futuro con aquel personaje, inquietos por las encuestas que por ahora favorecen a Trump, pero la mejor forma de dirimir la cuestión es precisamente la vía democrática y que cada lado – incluso los extremistas de parte y parte – se mida ante las urnas.

A la postre, Estados Unidos no sólo va a elegir un presidente sino a toda su Cámara de Diputados, una tercera parte del Senado y varios gobernadores. La suma y equilibrio de todo ello es la que determinará – como siempre – el futuro de aquella gran nación.

Quien conozca bien la historia de Estados Unidos sabe bien que no es esta la primera vez en su larga trayectoria democrática que una contienda electoral se plantea en términos casi apocalípticos o maniqueístas al fragor de la retórica, y que a la larga son las instituciones y tradiciones las que allá prevalecen.

Para evaluar sensatamente aquel proceso, y el futuro de Estados Unidos, parece aconsejable armarse mucho más de historia que de histeria.

Antonio A. Herrera-Vaillant
[email protected]

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