#OPINIÓN Carta de Eleuterio (Nº 9) #6Mar

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“…y me terminó de alentar diciendo que todos tenemos una fecha de caducidad, hasta los frailejones de la sierra con su lenta y larga vida tienen un final, que hay que tratar de mantenerse al día sin quedarse atrás, por cuanto la vida, aunque no está hecha únicamente para el disfrute, el solo hecho de tenerla, sin duda, ya lo es…”

Jorge Puigbó

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Hoy recibimos nuevamente una carta del primo Eleuterio, no hay que negar que el pariente, por años, ha sido consecuente en sus envíos, demostración de lo aficionado que es al género epistolar, el cual desgraciadamente está en desuso debido a la cantidad de medios digitales alternos que existen para comunicarse y es que él nunca utilizó una máquina de escribir y menos ahora un teclado. Yo le he insistido, hasta el cansancio, que aprenda y use el correo electrónico, así no necesitará estar enviando cartas con una compañía de encomiendas, pero es inútil, es un romántico perdido y por otro lado, me reconforta encontrar cada cierto tiempo una caligrafía extraordinaria, por lo cual nunca dejaré de alabar esa letra estilo Palmer que utiliza. Como siempre me sucede, me extendí en cosas intrascendentes, pero ya regreso a lo fundamental del sabroso, coloquial y sencillo, texto recibido que quiero compartir:

“… Usted pariente está bien enterado de que nunca he creído en la existencia de mensajes ocultos, aquellos que están esperando que alguien los lea y les revele algo. Lo esotérico usted sabe que no me gusta, bien lejos de todo eso, pero en este caso, a lo mejor no va a aguantar la risa con el cuento, ya que se trató de una impresión que recibí, la racionalización de una situación producto de una compra de una pila en la farmacia, o mejor dicho una batería, porque usted sabe que aquí, en estos pueblos, son artículos de primera necesidad, la electricidad viene de vez en cuando y las linternas son imprescindibles para sobrevivir; bueno, pero siguiendo con el cuento resulta que cuando pude leer, después de ponerme los anteojos, la fecha de vencimiento de las mismas sentí que me había equivocado, decía 2033, y lo único que se me ocurrió fue pensar que a ese objeto podría durarle la energía más que a mí, serían nueve años de duración garantizada según leí. ¡Imagínese!, yo tengo 82 años, como bien usted lo sabe por su manía de llevar la cuenta de las celebraciones y cada año llamarme puntualmente, a mí nadie me garantiza esa duración con tantos malestares y “escoyuntamientos” que estoy teniendo, y para decirle la verdad al principio me dio risa pero, por dentro me comenzó como una cierta inquietud, esa que se produce cuando de repente enfrentamos la realidad de forma imprevista y se me ocurrió que a mí me queda solo el repele, el total del asunto es que si la energía me falla llévese la lamparita que todavía le va a durar un tiempo. Se que usted se está riendo, pero cuando se lo conté a Nemesia agarró un “arrecherón” y me formó una “sampablera”, diciéndome que uno no puede estar pensando en esas cosas, que era tentar al diablo, y por ahí se fue la condenada, tanto así, que hasta una vela le prendió a los santos por mi salud y fue tanto el disgusto que a la mañana siguiente salí tempranito sin decirle nada, pasé por donde Nicomedes y me comí unos seis pastelitos acompañados de un pocillo de un “guayoyo” cerrero, como a mí me gusta, le compre diez más para llevar y una botellita de aguardiente aliñadito con canela para el frío, agarrando con la misma, bien “apuntalado”, carretera arriba, yendo a tener a casa del sabio don Jacinto en pleno páramo, usted sabe bien que cuando estoy así lo que  me provoca es echar una conversa con él, claro bien rociadita. Cuando llegué allá, todo estaba igualito, la entrada de la casa con el piso de cemento coloreado de rojo y brillante de tanto curarlo con querosén y pasar el lampazo todos los días y por allá en el terreno, debajo de un cobertizo de madera, miré que estaban Jacinto, doña Teresa, su esposa y una sobrina que vive con ellos de nombre Eulalia,  que de paso está de muy buen ver, arreglando el rodete para la leña con cuatro topias para montar un caldero y cocinar, lo que se vislumbraba como un guisado del chivo que, colgando de un travesaño del techo,  terminaba de quitarle el cuero y limpiar. Dicen mi pariente que, “más vale llegar a tiempo que ser invitado”, bueno usted sabe cómo es la cosa por aquí con los cordilleranos, cuando llega alguien todo el mundo se alegra por las novedades que trae. La cuestión es que se me enredó la vida y tuve que quedarme otra vez hasta muy tarde, cuestión que no me gusta mucho porque me toca bajar medio “achispado” con esa neblina que se pone muy fea. Como a las cuatro de la tarde fue que nos pudimos sentar a conversar solos un buen rato, le cuento que prepararon el chivo con una receta coriana, parecida al talkari o tarkari, con sus verduras y el sabor a curry, que les quedó delicioso. Volviendo a la cuestión, don Jacinto como siempre se sentó en su vieja mecedora de madera tejida con fibra de enea, que tiempo atrás compró en el pueblo de Magdaleno en el estado Aragua y de una vez arrancó a echar el cuento de los frailejones que según me dijo constituyen la vegetación más importante de los páramos y solo crecen entre los dos mil novecientos y cinco mil metros sobre el nivel del mar; le digo que el viejo es una biblia y todavía absorbe todo lo que lee, así como lo hacen con el agua de lluvia en sus troncos los arbustos mencionados, como me enteré esa misma tarde y que además, entre los miles de pelitos de sus hojas, los cuales al tacto semejan un peluche, atrapan la humedad de la neblina la cual cuando se condensa va cayendo en gotas sobre el suelo y contribuye al resguardo del agua bajo la superficie. Me dio una clase magistral porque está muy preocupado por la tala de estos arbolitos que están amenazados y que parecen, por sus hojas acumuladas sobre su tallo para resguardarlos del frío, unos simpáticos frailes con sus túnicas y capuchas, de allí su nombre. Imagínese pariente, +solo crecen un centímetro al año, o sea para llegar a un metro de altura tardan un siglo, calcule usted para alcanzar los tres o más, de algunas especies, comprendí que es un crimen hasta quitarle unas hojas, no puedo imaginarme el páramo sin sus flores amarillas y el desamparo de la cantidad de especies de animales e insectos que viven entre sus hojas secas. Por cierto, me dio dos frascos de jarabe para la tos que sacan de su resina, lo cual tampoco pareciera muy bueno para su preservación, uno se lo mando. Para cuando terminó, le comenté lo de la duración de la batería y lo afectado que estaba, al principio lo tomó a risa y soltó una carcajada, luego sirvió para cada uno medio vaso de “canelita” tibia y me terminó de alentar diciendo que todos tenemos una fecha de caducidad, hasta los frailejones de la sierra con su lenta y larga vida tienen un final, que hay que tratar de mantenerse al día sin quedarse atrás, por cuanto la vida, aunque no está hecha únicamente para el disfrute, el solo hecho de tenerla, sin duda ya lo es. Esa noche bajando y viendo como los faros antinieblas rompían la oscuridad, me sentí pleno, como un viejo frailejón mientras mi ruana de lana me mantenía el calor que me proporcionaba el aguardiente. ¡Qué carrizo!

Jorge Puigbó

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