No me lo contaron. Llegué con mi esposa a nuestro centro electoral de siempre pasadas las nueve de la mañana y quince o veinte minutos después, estábamos en el carro que estacionamos frente al colegio. Ella votó en seguida, yo tardé un poco más porque en mi mesa, atendida por dos personas, la autorizada para activar la máquina había salido del aula. Detrás de mí, una pareja esperaba su turno. Ellos dos y otro señor que entraba al centro cuando salíamos fueron todos los votantes que vimos en nuestra breve estada allí. Dos policías nacionales y creo que un miliciano eran la única guardia. A los votantes se nos había concentrado en la mitad de las mesas habituales. Cuando nos íbamos, en una esquina bajo la sombrita, cuatro personas inflaban globos amarillos, azules y rojos. Supongo que activistas para ambientar. Comparar ese ambiente con el vivido el 22 de octubre en el mismo lugar, sería una maldad que no cometeré. Primero, porque en la Primaria se concentraban allí varios centros electorales y también porque en aquel gentío se sentía un entusiasmo contagioso.
Fui a votar porque abstenerme es un error que no pienso volver a cometer. Consciente de lo irrelevante del acto, de la dudosa sinceridad de los convocantes y con fundados motivos para sospechar de sus verdaderas intenciones, preferí participar a dejar que interpretaran mi silencio los que mandan. Como dije antes, voté Sí en las preguntas 1, 2 y 4 y no en la 3 y la 5.
La primera vez que escribí sobre el tema a comienzos de octubre, Votaría sí, pero ojo con los peligros, al considerar que una cosa es la propaganda y otra la política pública, advertí los riesgos de que un gobierno radicalmente impopular consultara al pueblo acerca de una decisión trascendente que es de su absoluta responsabilidad. La masiva e invasiva publicidad que convocaba a votar Sí a todo como única opción patriótica y la sordina puesta a las opiniones más analíticas, convirtieron la consulta en un plebiscito sobre los que tienen la responsabilidad de gobernarnos. Se identificó con ellos una causa nacional que honradamente, han defendido poco, tarde y mal. El resultado es evidente, una escasa participación que fue el modo predominante de expresar la incredulidad que generan gobernantes desprestigiados. Riesgo para el interés nacional: Que Guyana y la comunidad internacional perciban que la mayoría de los venezolanos es indiferente al reclamo. No nos extrañe cuando escuchemos el argumento.
Quienes votamos sin atender a la machacona y manipuladora consigna oficial, fuimos un puñito de esa minoría participante. El martes 5 de diciembre, los resultados electorales de referendos ofrecidos en la página del CNE, correspondían a los de 2004, 2007 y 2009. Sobre los de este 3 de diciembre nada, los seis contenidos del recuadro principal dedicado al evento hablan de detalles organizativos previos. Solo sabemos lo escuchado cuando se nos dijo de diez millones y tantos de votos que a cinco por elector da unos dos millones de votantes, parecido a lo vivido en los centros. Luego, el presidente del cuerpo dio una cifra de participación que equivaldría aproximadamente a la mitad del Registro, lo cual nos lleva a preguntarnos en cuales centros habría votado casi la totalidad de los ciudadanos, para compensar la magra presencia en todos los que vimos personalmente o a través de imágenes en las redes. Tal vez no habían terminado de contar. El jueves 7 veo en la misma página unos resultados oficiales globales, no por estados, mucho menos por centro y mesa electoral. Riesgo para el interés nacional: Que la desconfianza en el órgano electoral se reavive, en perjuicio de la ruta electoral que es la que tenemos los ciudadanos para propiciar el cambio democrático, pacífico y constitucional que los venezolanos necesitamos y queremos. Los únicos interesados en ese desprestigio, son los de la minoría que no quiere cambio.
Si a la mayoría le diera por repetir en 2024 la modalidad de rechazo practicada en el referendo sobre el Esequibo, sería un desahogo sin eficacia, excelente noticia para el status quo.
Y un tercer dato. Los dirigentes políticos y auto candidatos del campo no oficialista que al estilo de las porristas del fútbol americano hicieron de cheerleaders del Síx5 quedaron evidenciados en una insignificancia aplastante. A los más, eso los devolverá al silencio por un rato. Algún otro habrá que carece de la vergüenza mínima para guardar su luto.
Ramón Guillermo Aveledo