Javier Milei estrena su presidencia con un buen pie, claridad y consistencia en su mensaje. Plantea un interesante experimento que llevará a cabo sobre el cuerpo viviente de la sociedad argentina a partir de la triste realidad de innumerables fracasos.
No cabe sino desear su éxito, y mayor bienestar para la población de aquella nación, hasta ahora tan aferrada a ilusiones y fantasías sembradas hace décadas.
Argentina conoce las debilidades del gradualismo: Las vivió en el período de Mauricio Macri, como pasó con Venezuela durante Carlos Andrés Pérez 2; y Milei ahora anuncia una rápida política de saneamiento radical de la economía. Tiene apenas cuatro años para hacerlo.
Su mayor reto será superar la dependencia fomentada por décadas en amplios sectores de población por el paternalismo, y arraigada ya en la sociedad argentina – así como en muchas otras.
Los enunciados económicos de Milei son lógicos: su reto es aplicarlos en una sociedad democrática, con medios de comunicación díscolos, y adversarios implacables, totalmente inescrupulosos. Y no le ayuda mucho la estrafalaria imagen que tanto le rindió como candidato.
Será decisivo su manejo personal del proceso, porque esa dependencia política, económica y social tiene similitudes con la adicción a la morfina y a la heroína: Una interrupción repentina puede producir efectos sumamente dañinos en el dependiente. Para eso existe la metadona para atemperar los efectos extremos de un corte radical de la droga. Hay que remodelar la casa con la familia viviendo adentro. ¿Cómo lo hará Milei?
¿Podrá hacer la transición en medio de la despiadada crítica de sus opositores, mafias sindicales y muchos medios? ¿Podrá hacerlo sin recurrir al sistema represivo que hizo posible el milagro chileno hace 40 años? Por lo pronto ha sido sincero en su discurso de toma de posesión. Ojalá logre combinar teorías económicas con fuertes dosis de sentido común, porque el diablo siempre está en los detalles.
Sea lo que fuere, este cambio de mando en Argentina subraya la importancia de elecciones libres y democráticas en las transiciones pacíficas; y es lo que distingue al populismo democrático, por irresponsable que sea, de las primitivas dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Quizás lo único positivo del catastrófico legado kirchnerista ha sido su salida, respetando el voto libre del pueblo argentino; con abusos, pero sin represión, atrocidades y violaciones de los derechos de su gente. Ojalá que el ejemplo le sirva a Venezuela para entender que la salida no es la completa aniquilación del bando contrario.
Antonio A. Herrera-Vaillant