#OPINIÓN Del Guaire al Turbio: Caridad #13Dic

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Aunque San Agustín y Santo Tomás de Aquino afirmen lo contrario, yo no creo que pueda haber una guerra justa. Es verdad que, si te atacan tienes el derecho -y hasta el deber- de defenderte; pero el conflicto empieza, siempre, por una injusticia: la ambición de expansión, poder, beneficios económicos o políticos de una nación sobre otra. Hay conflictos milenarios entre pueblos, con un odio enquistado de difícil o imposible extirpación. Caen las alas de la esperanza. Todo nace, tal vez, de la respuesta legítima del agredido, que se excede y se convierte también en injusta y revienta así una ola incontenible de violencia.

Mi religión nació en la Sinagoga. Admiro, respeto y quiero mucho a mis hermanos mayores, los judíos -en feliz expresión de San Juan Pablo II- pero no apruebo que Israel haya dicho que cobrará la vida de cada israelita, por no sé cuántas del enemigo. No, eso ya no es justicia sino venganza; sobre todo cuando la mayoría de las víctimas, de ambos bandos, son los más inocentes. Le recuerdo a Israel su bella y emotiva fiesta de Yom Kipur. ¿No es más que una tradición vacía?

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Hace muchos años me oprimió el corazón la lúgubre y fría ciudad de Nuremberg. Sentí que ahí se había vivido totalmente la justicia para los grandes y crueles responsables del Holocausto, pero no la caridad.

No hay justicia sin misericordia. Pero no sólo tal o cual pueblo lo ha olvidado, también el mundo entero. La palabra clave del cristianismo, “perdón”, tiene siglos en los basureros del olvido. ¿Cómo no va a haber violencia si hemos vuelto el fatídico y a un mayor atraso del “ojo por ojo y diente por diente” de la Ley del Talión? Mahatma Gandhi hizo su apreciación acerca de esta reconocida frase. El pacifista indio dijo: «ojo por ojo y el mundo acabará ciego». Con estas afirmaciones, Gandhi estaba revelando la importancia del perdón y la no violencia. En la apreciación de Gandhi, la venganza ciega al ser humano y si se toma la ley del Talión como referencia y se piensa en su realización en la vida real -aunque se entiende que es una metáfora-, el mundo quedaría literalmente ciego. Yo agrego: y usando plancha.

Ciego está el mundo al no ver la urgente necesidad de enterrar la violencia. Como he señalado, hasta en los deportes ésta se ha enseñoreado, lo que terminará con el deporte mismo. Lo que nació para la diversión y acercamiento entre los pueblos, se ha convertido en todo lo contrario: batalla campal.

Vamos por mal camino. Hay que volver a encontrar el sentido profundo y expansivo de la caridad. Ella es centrífuga, porque el amor no se queda en los estrechos recovecos del egocentrismo. Se dilata, se expande, se derrama. Es la vida que han vivido los santos, los constructores de humanidad. Se han dado sin reservas, dejaron huella y su luz crece al paso de los siglos. Tal como Francisco de Asís en el pasado y Teresa de Calcuta en la contemporaneidad. Y muchos más que sería largo enumerar. Para muestra, valgan estos dos botones de luminosidad.

Y hay alguien en nuestro tiempo, incomprendido, vilipendiado, combatido por sus adversarios y aun por los de su mismo bando, que vive hoy, entre controversias, la más dilatada caridad. Sigue al de Asís, no por ser franciscano, sino por escogencia de la vivencia de la caridad. Jesuita, no se puso Ignacio, como podría esperarse, cuando escogió nombre para ejercer su pontificado: decidió llamarse Francisco. Desde el principio, nos dio luces para saber qué camino marcaría al frente de la Iglesia Católica.

Francisco nos ha predicado una Iglesia abierta de par en par, tendiendo puentes -le gusta mucho esta expresión- hacia los más pobres, los marginados, las orillas, los más olvidados de la sociedad. Esto es puro cristianismo bien vivido. Cristo no predicaba otras cosas. Es más, no se cansaba de repetir a los fariseos de entonces, como a los de hoy, que vino a buscar a los pecadores, no a los justos que ya han alcanzado la salvación. Necesitan médicos los enfermos, no los sanos. Se escandalizaban los puritanos de entonces porque Jesús era hospedado y se sentaba a la mesa de publicanos y pecadores; porque se dejaba besar los pies y perfumar por una conocida prostituta arrepentida. Los fariseos de hoy le reclaman a Francisco que no haga anatema contra los comunistas, homosexuales y minorías execradas por conductas equívocas. ¡Señores, Francisco está viviendo y enseñándonos la más pura y auténtica caridad!

También quieren que tome posiciones políticas como un jefe de Estado cualquiera. Se olvidan de que la Iglesia Católica es un Estado universal, donde hay fieles de todos los pueblos y países, de todos los colores y etnias, de todas las condiciones sociales y económicas. ¿Cómo postularse por unos sin ofender o herir a otros? Lo peor es que estos críticos de profesión serían los mismos que gritarían contra el Papa porque se está metiendo donde no le toca.

Otra crítica a Francisco es sobre su preocupación ecológica por el planeta. ¿A quién le corresponde más alertar sobre la crisis de la naturaleza, que al representante del Creador? La Creación está en peligro.

¿Saben lo que pienso? Que hay mucha envidia contra un Papa no nacido en el caduco continente. ¡Un iberoamericano! Precisamente, del mundo del subdesarrollo. Sí, pero también el continente de la esperanza, como nos bautizó Juan Pable II. Donde retoñan ideales y no se fosilizan.

¡Gracias, Dios mío, por esa presencia de la caridad!

Alicia Álamo Bartolomé

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