#COLUMNA Soliloquios de café: ¿Igual pero diferente? #22Oct

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Los caficultores llevamos más de veinticuatro años en los cuales se ha insistido constante que estamos en una revolución reivindicadora de los derechos de los más desposeídos, pero se aprueban leyes y acuerdos que afectan negativamente al sector productivo primario, históricamente el más golpeado.

Fundar una finca, generalmente, es efectuado por más de una generación, con el esfuerzo, trabajo, inversión, valentía, sacrificio y fuerza de voluntad de la familia…

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¿Quién no tiene un amigo y/o familiar que no haya sido, robado, asaltado, atracado, sometido a intentos de homicidios y/o secuestrado? ¿Quién no tiene un familiar o un amigo que le hayan expropiado, confiscado, invadido, expoliado, saqueado, asaltado, víctima del abigeato, saboteado o destruido maquinarias y/o equipos en sus unidades de producción agropecuaria?

¿Quién no ha observado el cambio de vida o de status, de algunas personas cuando comienzan a trabajar en organismos públicos?

¿Quién no se ha percatado de la caída económica estrepitosa de personas exitosas en su trabajo y/o profesión, pero qué no han querido o podido tener acceso a medios de producción controlados o, se le ha coartado la libertad al trabajo y/o de libre empresa, por defender la dignidad de no teñirse?

Lo insólito e inverosímil es qué, “presuntamente”, se trate al “compatriota venezolano” con un lenguaje vulgar, soez, prosaico y ofensivo, mientras se aprueban leyes y acuerdos que cercenan y confiscan los derechos de los más humildes a luchar por sus reivindicaciones; esto lo hace “suponer” el texto de la “Ley para la Defensa de las Personas en el Acceso a los Bienes y Servicios”, cuando expresa: “Quienes restrinjan la Oferta (…)” “Quienes conjunta o separadamente, desarrollen o lleven a cabo acciones (…) que impidan (..) la producción, transporte, distribución y comercialización de bienes declarados de primera necesidad (¿Para quién (es)?) “Quién empleé violencia (Fuerza grande, abuso de fuerza, molestia, desasosiego. ¿Quién lo califica?)” (….) “Quien con la finalidad de alterar las condiciones de oferta y demanda (…) destruya o haga desaparecer los bienes declarados de primera necesidad, o los instrumentos destinados para su producción o distribución, y establece penalizaciones que van hasta los diez años de prisión.

Las leyes económicas no aceptan impunidad y la Ley de la Oferta y la Demanda, forma parte de las leyes económicas. Cuenta la leyenda hecha historia que, en Brasil, el dictador Getulio Vargas, ante el desastre económico que enfrentaba aquel país, ocasionado por la caída de los precios internacionales del café, después de ordenar la quema de millones de sacos de café para detener la caída de los precios internacionales y fallar en su intento, se suicidó, y en esquela dejada, supuestamente, dijo a los brasileños (Palabras más, palabras menos):

“No teniendo más que darles a mis compatriotas… les doy mi sangre.”

El café, es el único medio del cual disponen los caficultores para obtener los ingresos necesarios para cubrir las necesidades básicas para sí y para su familia, por lo tanto, es de primera necesidad para ellos, pero ¿Cómo seguir trabajando a pérdidas y ofertar nuestro producto, después de 4 años de labor, al precio vil que nos impone la discrecionalidad del funcionario de turno o de la realidad económica?

Es irrefutable e inobjetable que la destrucción del aparato productivo venezolano está afianzada en la hiperestaflación que destruye el poder adquisitivo y aumenta continuamente los costos y gastos de producción, es innegable el deterioro del salario mientras los precios de los bienes aumentan exponencialmente; se hacen inalcanzables, mientras, el precio a nivel de productor tiende a la baja, en oportunidades, por la sobre producción internacional.

El sistema político económico impuesto nos ha hecho incompetentes por el alto valor de nuestros costos y gastos de producción y de los países que comercializan los mismos bienes que producimos, como lo es el café. A esto se le suma que se dice que, hay países productores de café, cuyas jornadas de trabajo son pagadas con un plato de arroz; países cuyas unidades de producción cafetera tienen extensiones que sobrepasan las doscientas hectáreas y se cosecha café como quien cosecha maíz, con maquinarias, entre tanto, en Venezuela, las unidades de producción cafetera son conucos con extensiones de, entre tres y cinco hectáreas, en zonas de extrema fragilidad económica, con pendientes sumamente pronunciadas que hacen imposible mecanizarlas y la mano de obra necesaria se ha integrado al éxodo hacía pueblos y ciudades; y más allá, a la diáspora infame, migración de la mano de obra económicamente activa, que colabora con la destrucción del aparato productivo del país.

Ahora hay sectores que piden la intervención de la Bolsa Agrícola, buscando un precio justo, pero las Bolsas se rigen por los precios internacionales y estos están muy por debajo de los costos de producción venezolanos.

Sabiendo que tengo el deber de ejercer el derecho a errar, creo que no es fácil, la única manera de llegar a precios justos, que restituyan los Derechos Humanos al productor de café, es bajar el valor de los costos y gastos necesarios para la producción, pero aquí impera una circulante nefasta, porque sólo se detiene y baja la hiperestaflación… con producción.

Y, a manera de reflexión, pregunto:

¿Qué vale más un vaso de agua o un kilo de oro?

Maximiliano Pérez Apóstol

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