Una de las parábolas más controversiales que nos trae el Evangelio es aquélla de los trabajadores contratados a diferentes horas del día, los cuales terminan todos recibiendo el mismo salario.
Hubo un grupo que comenzó a trabajar a primera hora de la mañana; otro, a media mañana; otro, al mediodía; otro grupo a media tarde, y un último grupo que sólo comenzó a trabajar al final de la tarde. Los que trabajaron más largo se quejaron, al recibir todos, la misma cantidad de dinero. (Mt 20, 1-16)
Jesús quiere enseñarnos que Dios puede llamar a cualquier hora: en nuestra niñez, en nuestra juventud, en nuestra madurez o en nuestra vejez… cuando sea, y que debemos estar siempre listos para responder. Y el salario es el mismo, porque Jesús nos está hablando de la salvación eterna.
Y nos hace ver que Dios no admite envidia o rivalidad entre sus hijos, pues desea que nos gocemos del bien de los demás como si fuera nuestro propio bien. Si no pensamos así, estamos pecando de envidia, ese pecado escondido, que cometemos sin darnos cuenta y que es bastante más frecuente de lo que creemos.
Si acaso hemos sido fieles al Señor desde la primera hora, debemos alegrarnos por los de las últimas horas. Si son almas que también recibirán la salvación, ¡cómo no nos vamos a alegrar! Y alegrarnos también porque los tempraneros han tenido la oportunidad de servir al Señor toda su vida, o casi toda su vida.
La frase final también es controversial, pero hay que notar que el Señor la repite con bastante insistencia en el Evangelio, y referida a diferentes situaciones: “Los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”.
¿Qué significado tiene esta sentencia del Señor? Lo primero a tener en cuenta es que no dice que los últimos son los únicos que van a llegar y que los primeros no llegarán. El más importante significado es que todos -primeros y últimos- van a llegar. Significa que Dios ofrece la salvación a todos y que recibe a los pecadores o incrédulos convertidos en la madurez de sus vidas. Pero eso no quiere decir que los que han vivido unidos a Él desde su niñez o su juventud van a quedarse fuera. Al contrario, los ha estado sosteniendo con sus gracias todo ese tiempo.
Muchas enseñanzas en esta parábola… Pero la más importante de todas es que Dios es el Dueño de la viña, es decir: Dueño del mundo por Él creado y Dueño también de nosotros. Por tanto, Él puede arreglar sus asuntos y sus “salarios” como Él desea y como mejor le parezca. Él mismo lo dice en esta parábola cuando le reclaman su arreglo: “¿Qué no puedo hacer con lo mío lo que Yo quiero”.
Isabel Vidal de Tenreiro
www.homilia.org