Del Guaire al Turbio
Al despertarme cada mañana siento una paz y una alegría que no puedo llamar inusitada sino normal: ¡ya no está! Cuánto sufrimiento, cuánta pérdida, cuánto despelote y destrucción provocó en este país. Tanto, tanto oramos, tantísimo, que Dios al fin respondió, a su peculiar manera, pero respondió. No le pedíamos este tipo de ausencia –al menos yo no- pero así lo decidió. No discuto ni critico ninguna decisión divina. Falta el resto.
Sorocho, Píonombre, Ladrido, Petrocatirito, Pobrezacultivo, Caraeculebra, Viejorraposa, hasta Monitogracioso, más alguno que se me escape y que me perdone por no incluirlo en esta lista de deshonor, todos, deben pasar al territorio del pasado olvidado para que este país renazca. Dios sabrá cómo, no soy quien para sugerirle nada, como dice el Sorocho que hizo el insepulto. (Por cierto, corren rumores de que sepulto está al pie de una mata de mamón, junto a la abuela, como deseaba; quiera Dios que así sea para que sus “amigos” lo dejen descansar en paz). Como les decía, según el heredero forzado, no más llegando arriba el susodicho, le susurró al oído del Altísimo que el nuevo papa debería ser latinoamericano, ¡y le hizo caso!
Con todo respeto a la autoridad, me permito dudar de este susurro. Llegar directo al cielo no es fácil, a menos que se haya tenido antes en la tierra un terrible purgatorio –casi infierno- como para saltarse a la torera éste. Tal vez fue así, porque, previo al paseo de carnaval del féretro, someter a un moribundo a: una reunión de gabinete de 5 horas, apertura dolorosa de la tráquea, maquillaje en terapia intensiva para tomarle fotos, redactar cartas, firmar documentos y decretos, tomar decisiones financieras, sonreír sin poder hablar, ¡quien justamente tuvo como único mérito la verborrea! Si así fue… ¡francamente, esa víctima de los “suyos” al menos no está en el infierno! Ahora, que ya haya visto a Dios, es otro cantar.
Pero dejemos atrás los comentarios post mortem. Vamos a elecciones.
Dos candidatos, uno por derecho heredado y otro por derecho sudado. El primero, flor de un día; el segundo, gran promesa de futuro. Acepto con respeto lo que piensan muchos. El primero tiene a su favor y uso, sin restricciones, todo el aparataje del Estado: poderes, dinero, medios de comunicación, milicia, organismo electoral y vaya usted a saber qué más, luego, seguro que gana. Bien, pero el difunto ganó, ¿y gobernó? Lo que dejó fue un heredero impuesto pero que evidentemente no da la talla. Incapaz de una personalidad propia, de ser él mismo, opta por ampararse en la imagen de su jefecito muerto e imitarlo, ¡pero qué imitación tan mala, tan postiza! Tendría que haber seguido antes cursos de actuación, de locución, de expresión, porque hasta ahora lo que le sale es una parodia ridícula sólo comparable y hermanable al cómico-trágico sainete del entierro sin cadáver. Para colmos de mediocridad e inseguridad, ¡imita al candidato opositor poniéndose la misma gorrita! Vamos, Sorocho, esa prenda la hizo célebre el otro, a ti te queda grande.
Por eso a mí me importa un comino si gana el títere movido por los hilos del recuerdo de una imagen. No tiene porvenir, carece de gracia, carisma, arrastre. No puede enfrentarse a las fuerzas armadas ni al ímpetu de un partido sin cabeza, a la deriva, donde cada quien busca protagonismo. Por eso, aunque no soy profeta y en política mucho menos, tengo la impresión de que si gana el 14 de abril, tendremos el gobierno de Nico el Breve.
Voy a votar el 14, supongo que tú también. Con esperanza fundada de triunfo, pero aunque no la tuviera por lo dicho, igual voy. No sólo para robustecer más una ya nutrida cantidad de votos de la oposición, que debe seguir creciendo, sino por molestar al molestoso oficialismo. Vamos a ver: si me inscriben sin ton ni son en un control previo y captan inútilmente mis huellas, peor para ellos, dos trabajitos añadidos al de tomar mi cédula, buscar en el cuaderno, instruirme cómo se vota, explicarme la función de la máquina –me hago la anciana absolutamente tonta-, encender ésta, señalarme dónde voy a meter el papelito comprobante, devolverme la cédula, mojarme el dedito, darme gentilmente una servilleta para limpiarlo y entregarme a un guarda nacional para que conduzca a la viejita vacilante a la salida. Porque yo sí sé hacer teatro, Sorocho y compañía, me bamboleo de lo lindo apoyada en mi bastón. ¡Pero no se bambolea la Unidad!