Tomamos conciencia de nuestros objetivos de vida, comenzando el sistema democrático venezolano, es decir, una estructura de Estado de Derecho con “separación” de poderes; a los años de estudio, con un título de abogado debajo del brazo y con la creencia de lo que nos habían inculcado nuestros maestros del derecho, valores y ética: Un Estado de derecho es aquel que se rige por un sistema de leyes e instituciones ordenado en torno de una Constitución.
Cualquier medida o acción debe estar sujeta o ser referida a una norma jurídica escrita; a diferencia de lo que sucede ocasionalmente en muchas dictaduras personales, donde el deseo del dictador es la base de una gran medida de acciones sin que medie una norma jurídica.
En un Estado de derecho las leyes organizan y fijan límites al gobierno, aunque también algunos sistemas autoritarios son estados de derechos en que toda acción está sujeta a una norma jurídica previamente aprobada y de conocimiento público. Esta acepción de Estado de derecho es la llamada «acepción débil» o «formal» del Estado de derecho. Éste se crea cuando toda acción social y estatal encuentra sustento en la norma; es así que el poder del Estado queda subordinado al orden jurídico vigente por cumplir con el procedimiento para su creación y es eficaz cuando se aplica en la realidad con base en el poder del Estado a través de sus órganos de gobierno, creando así un ambiente de respeto absoluto del ser humano y del orden público.
El término Estado de derecho tiene su origen en la doctrina alemana Rechtsstaat. Estado Regulado o Normado o Estado Legal, lo que generalmente se entiende como significando un Estado de derecho, como equivalente al concepto hispano de Imperio de la ley -sentido de la primacía de la ley sobre cualquier otro principio gubernativo, especialmente contra la tiranía y la arbitrariedad del poder político-, o al anglosajón de Rule of Law-autoridad de la ley-“, salimos a defender los derechos de nuestros patrocinantes y de los que no tenían recursos.
Cuan equivocados, la realidad es otra, había que batallar contra los grandes intereses económicos y políticos que pululan desde antaño en el poder judicial, al poco tiempo gracias a algunos amigos logramos salir por algunos medios a criticar la desviación del Estado de derecho y de allí a hoy llevamos catorce años pidiendo que no se violente la esencia de la República, porque sin valores, sin ética ni moral publica, estamos ante un monstruo político insaciable habido de poder.
El país está enfermo de tantos que hablan mal de todos. Ha llegado el turno de los buenos que saben dar bondad con sus palabras y con sus actitudes. No estoy con la línea dura ni con la blanda, porque finalmente ambos abandonan la línea recta. Tampoco con la izquierda ni con la derecha, sino con la concertación.
Esta terquedad de imponer un sistema de gobierno sin tomar en consideración la idiosincrasia del pueblo es una aberración inmoral y sin valores. Debemos buscar la conciencia del hombre y la voluntad del ciudadano. No se puede jugar con la confianza, la fe y la conciencia del pueblo. Sin que nadie deponga nada de lo suyo, hay que llegar a un compromiso común de coincidencias mínimas, nunca máximas.
Yo prefiero ser, como soy muchas veces, esta queja sobre Venezuela es la queja de la verdad. Ella es la que puede ayudar al país. La mentira compromete su destino.