Los complejos resultados de las elecciones en España brindan una excelente ocasión a los voceros de la oposición democrática venezolana de quedarse callados. Son un buen ejemplo de la temeridad de entremeterse en la política interna de otros países.
Las dictaduras totalitarias como la cubana, iraní, rusa y china apuntalan abiertamente al actual régimen represivo, que también tiene apoyo entre algunos elementos que – a falta de mejor nombre – hoy se autodenominan “progresistas”.
En consecuencia, ciertos sectores de la oposición venezolana creen firmemente que deben salir cual mariachis a favor de ciertos grupos del exterior, suponiendo que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”; y pasando por alto que seguimos siendo oposición y no gobierno, y que las naciones no tienen ni amigos ni enemigos permanentes, sino tan solo intereses permanentes.
Desconocen que el propio Francisco Franco hasta su muerte mantuvo relaciones diplomáticas con la dictadura de Fidel Castro, aun cuando éste último lo insultó y sostuvo un altercado televisado con el embajador español en La Habana, expulsándolo perentoriamente en 1960.
Se encandilan con la hueca palabrería de gente como el amoral y oportunista Donald Trump, que halaga a venezolanos y cubanos emigrados para obtener y retener votos en la Florida, pero que a la larga no pasa de buche y pluma cuando de acción concreta se trata.
Es lógico que los particulares manifestemos simpatía por quienes favorecen a la libertad y democracia en Venezuela, pero otra cosa muy distinta es que quienes se consideran representantes de la oposición organizada hagan pública ostentación de partidismo en contiendas políticas de otras naciones.
Quienes presumen de ser representantes externos de la oposición democrática venezolana necesitan adquirir conciencia y cultura de que otros países representan una gama de situaciones, experiencias y opiniones muy distintas a la nuestra, que merecen ser tratadas con respeto, prudencia, sentido común y discreción, en una palabra: Diplomacia.
La comunidad internacional no se divide en blanco y negro, y la tarea inteligente de la oposición venezolana es aglutinar todos los apoyos posibles – vengan de donde vengan – para facilitar el retorno a la democracia en este atormentado país. Sumar y no restar, buscando respaldos incluso inesperados y que se presumen de otro bando.
Meterse a opinar cual “pepas asomadas” – entremetidos – e incluso actuar públicamente en favor de cualquiera de las partes en la política de otras naciones corre el claro riesgo de que los tiros se les salgan por la culata.
Antonio A. Herrera-Vaillant