Carora fue fundada en mitad de un desierto, al lado de un hilo de agua que en tiempos de lluvia se convierte en río. Mientras que en las esperas de las nubes benefactoras es un cauce solitario y seco con pozos donde sacian su sed centenaria, arrieros y animales silvestres.
Sobre estas tierras resecas donde el viento da vueltas sobre sí mismo para hacerle muecas al calor y el verde se residencia en cardones, soldados de una guerra imposible contra el sol, allí en mitad de la nada y retando al vacío, se levantó un pueblo que con trabajo, ilusión y empeño construyó una forma de vida auto sostenible, tallando con esfuerzo escalonado por varias generaciones una cultura de bonanza material y espiritual que ha logrado persistir entre las sombras de un país invadido por la maldad.
Con esta luz encendida con chispas de relámpagos tramontanos y yesca abundante de los estíos, los caroreños domaron la incertidumbre y la preñaron de ilusiones en la concurrencia del polvo permanente y las lluvias que han buscado ahogar las velas amarillas de velorios antiguos. Con esta luz de no morirse nunca y estar de cara limpia frente a Dios, los caroreños vinieron a Barquisimeto a bautizar la ultima novela de Cecil Álvarez en homenaje a Alirio Díaz y también a bendecir unos libros donados por Luis José Oropeza para recordar que su padre Ambrosio Oropeza fue un gigante del Derecho Constitucional en Venezuela.
Con ellos vino el maestro Felipe Izcaray Yépez, un titán de la dirección orquestal y coral aferrado hoy con su talento y fuerza telúrica a engrandecer y consolidar la obra musical de Juan Martínez Herrera. Allí, en sitio de amistad como lo es la sede administrativa del Colegio de Abogados, la cual ha resistido invicta las arremetidas de la injerencia política, Carora fue un faro que alumbró de música, literatura y bondad, a más de un centenar de intelectuales larenses que se dieron cita para demostrar que las virtudes del alma prevalecerán sobre la ignorancia que intenta destrozar los recuerdos de un país que lucha por su libertad con la palabra y no con el acero.
La novela Alirio, de Cecil Álvarez es un paseo ilustrado y emotivo sobre el siglo 20 de Carora y la grandeza de los hombres que proyectaron esta ciudad como faro de conocimientos y bellas artes, así lo destacó Felipe Izcaray, quien amigo y alumno de Alirio Díaz es hermano de vida de Cecil y con anécdotas que son historia tejió un discurso improvisado que hizo estallar de aplausos al auditorio.
Luego habló Luis José Oropeza, precedido por el doctor Jairo García, intelectual de gran potencia humanista y jurídica. Luis José se instaló en las cumbres de la ideas para enaltecer la esencia de su universalidad y recordando al poeta García Lorca pidió pan, libros y música para los niños que ahora levantan vuelo. Sus palabras fueron concierto lirico que armonizó con la guitarra de Valmore Nieves, quien deleitó a todos los presentes con su destreza mágica de artista insuperable.
El acto estuvo promovido por la Fundación Casco Histórico de Barquisimeto, bajo la coordinación de Yuyita de Chiosone y Raúl Azparren y por la Asociación Carora Cultural, presidida por Jorge Euclides Ramírez, La bendición estuvo en las manos del sacerdote Alberto Álvarez Gutiérrez y el brindis fue un obsequio del Coronel Raúl Pernalete, la abogada Isabel Ferrer y el infaltable Félix Traviezo.
Brindo por ti Carora, con agua santa del Morere
Brindo por tu noche abisal y tu sol de oraciones mudas
Brindo por el alivio que ofrecen tus bálsamos de tristeza
Brindo por tu soledad donde se inspiran tus hijos ilustres
Brindo por ti Carora, porque siempre estás con rostro de bautizo
