El almirante José Prudencio Padilla, prócer de la Independencia de Venezuela y Colombia, no tuvo mejor suerte que el general Manuel Piar: ambos fueron militares de una condición y una destreza única envidiable. También fueron pardos, una etnia social relegada para la época.
Pero quienes han leído medianamente sobre la Batalla Naval del Lago de Maracaibo, obligatoriamente se encuentran con el victorioso almirante Padilla y su figura endurecida por la guerra. Sí, Padilla tuvo que ser un hombre regio, de voz profunda, un tipo disciplinado, creyente de la libertad.
La historiografía registra su nacimiento en Camarones, un corregimiento de Riohacha, La Guajira, en el Virreinato de Nueva Granada, el 19 de marzo de 1784. Pero en Venezuela, a pesar de que Padilla capitaneó la flota republicana en la Batalla del Lago que derrotó a la escuadra realista del almirante Ángel Laborde y permitió que el último Capitán General de Venezuela, el canario Francisco Tomás Morales accediera a capitular definitivamente en Maracaibo el 3 de agosto de 1823, la historiografía oficialista venezolana condenó, tanto a Piar como a Padilla, como expatriados de una memoria nacional y patriótica donde el epicentro de todo es el Mito Bolívar.
Así lo sostiene el historiador Ángel Rafael Lombardi Boscán, director del Centro de Estudios Históricos de LUZ, en su estudio sobre el almirante Padilla, publicado en CorreodeLara.com, quien además sostiene que ambos “son héroes malditos”, y ese adjetivo peyorativo, no se lo otorga él, sino las rivalidades del momento, la conspiración que se tramó en contra de las hazañas que lograron tanto Piar y Padilla, sin embargo, la historia les prepararía una segunda muerte más abominable: el olvido.
Entre los datos que la historiografía venezolana se ha encargado de ignorar, nos conseguimos con interesantísimos episodios como que el almirante Padilla combatió en la épica Batalla de Trafalgar el 22 de octubre de 1805; cayó prisionero de los ingleses, luego fue liberado y volvió a España en 1808. Después retornó a su patria para combatir en la gesta independentista de la Gran Colombia.
El 24 de junio de 1821 comandó la batalla de la llamada Noche de San Juan, que dio como resultado la independencia definitiva de Cartagena, colocando en humillante retirada a los principales generales del hasta ahora invencible Imperio Español.
En 1823, el vicepresidente general Francisco de Paula Santander lo designó como comandante de la Campaña de Maracaibo o la Campaña de Occidente desde Riohacha hasta Venezuela.
El 24 de julio de ese año, Padilla después de desplegar hábiles estrategias, logró alcanzar la victoria frente al castillo de San Carlos, en la Batalla Naval del Lago de Maracaibo, consiguiendo derrotar a la escuadrilla realista en la Punta de Palma, permitiendo así, la derrota definitiva del último bastión realista en Venezuela.
Con este resonante triunfo Padilla ascendía a la cúspide del Olimpo, o por lo menos así debió ser, sin embargo, con el último barco realista huyendo, también se disipaba la estela de este héroe que nos legó libertad, una libertad que se le atribuye a la Batalla de Carabobo, pero que realmente sucedió en el Lago.
Entonces, tanta gloria no podía poseer un solo hombre, y menos un pardo y tampoco un hombre que simpatizaba con el partido santanderista, por lo que, en 1828, días después de la conspiración septembrina donde se devela el complot de Santander y otros adeptos al intentar asesinar al Libertador en el Palacio de Gobierno, algunos altos oficiales y políticos del momento, convencieron a Bolívar, sin pruebas, de la participación del almirante Padilla en la asonada.
Inmediatamente al general venezolano Mariano Montilla, comandante de Armas de Cartagena, quien manifestaba abiertamente una frenética rivalidad contra Padilla, (se habla también que la airada rencilla devenía de un asunto de faldas, pues Montilla mantenía una relación amorosa extramatrimonial con una jamaiquina, una mulata que había traído de Kingston, y que ésta se había enamorado del almirante Padilla, mulato como ella), por lo que se le ordenó procesar al convicto ya preso.
Padilla estaba confinado en una mazmorra por el levantamiento de oficiales en Cartagena que se oponían a firmar un documento en el cual confirmarían el apoyo a una Constitución propuesta por Simón Bolívar.
El general Mariano Montilla hizo capturar a Padilla en su casa y lo envió preso a Bogotá. Montilla le odiaba y le tenía celos.
Un expedito consejo de guerra fue montado y Padilla condenado a muerte por fusilamiento el 2 de octubre de ese año 28. Su cadáver colgado en la Plaza de la Constitución, (hoy de Bolívar), en Bogotá. “Eso como escarmiento” -fue el pretexto oficial- “para prevenir futuras conspiraciones”. Y la historia macabra se repetía, reproduciendo el caso del glorioso general Manuel Piar.
Asienta el investigador Rodolfo Zambrano Moreno, en su artículo José Prudencio Padilla, el héroe Caribe, que los jesuitas, misericordiosamente desde las arcadas del segundo piso del Colegio de San Bartolomé, musitaban la Oración de los Agonizantes, mientras las ejecuciones se desarrollaban. Los padres franciscanos les brindaron los últimos consuelos espirituales a los reos antes de partir.
El general Rafael Urdaneta, firmó la sentencia que muchos han calificado como la venganza. “Aquí los líos de faldas no se dirimieron en duelo a pistolas, ni a sablazos; bastaron unas sibilinas y letales estocadas judiciales, con deshonra, degradaciones militares y confiscación de bienes incluida.”, anota Zambrano Moreno.
La Cofradía de los Hermanos de la Vera-Cruz, con túnicas de penitentes y capirotes descolgarían, después, los cuerpos de los ejecutados, que eran tres esa mañana. Cuentan que Padilla, con 6 disparos en su humanidad, se negaba a morir, entonces el comandante del pelotón de fusilamiento, le asestó un tiro de gracia ya agonizando.
Bolívar escribió a Pedro Briceño Méndez lamentando y confesando su remordimiento por la sentencia arbitraria: «(…) Yo no he podido desoír el dictamen del consejo con respecto a un enemigo público, cuyo castigo se habría reputado por venganza cruel. Yo estoy arrepentido de la muerte de Piar y de Padilla, y de los demás que han perecido por la misma causa; en adelante no habrá justicia para castigar al más atroz asesino, porque la vida de Santander es el perdón de las impunidades más escandalosas. Su crimen se purificará en el crisol de la anarquía, pero lo que más me atormenta todavía es el justo clamor con que se quejarán los de la clase y de Padilla. Dirán con sobrada justicia que yo he sido en favor de ese infame blanco, que no tenía los servicios de aquellos famosos servidores de la patria. Esto me desespera, de modo que no sé qué hacerme».
Traza Lombardi Boscán, que Simón Bolívar decretó que sus retratos, medallas y condecoraciones fuesen destruidas, así como que su nombre fuese borrado de listas, registros, archivos y cualquier otro documento”. Esto lo dice un Almirante colombiano en un trabajo de título provocador: “El asesinato judicial de un héroe”.
Mientras a “nuestro héroe maldito” lo sentenciaron a muerte – prosigue-, a Santander le conmutaron la pena de muerte y fue llevado al exilio. Padilla era y ha sido un personaje sumamente incómodo, por ello, en las celebraciones de la Batalla Naval, ni esta batalla, ni Padilla, entran en una lógica de historia patria, de heroicidad, de epopeya en torno a la figura de Bolívar; esa es una historia construida en Caracas, soslayando al Zulia, que arrastra un pecado histórico, porque era una región realista, al igual que Coro y Guayana, quedado así al margen de la historia de Venezuela.
Luis Alberto Perozo Padua
Periodista y cronista
IG/TW: @LuisPerozoPadua