En nombre de los venezolanos es de agradecer la digna, clara y oportuna posición de los presidentes de Paraguay, Mario Abdo, y de Uruguay, Luis Lacalle Pou, en la Cumbre del Mercosur.
Sus palabras, y sus gestos, son, ni más ni menos, los propios de un demócrata. Es, además, una condición que obliga, por razones de ética política (porque la política no es ajena a la ética, como muchos creen), a encender las alarmas y emitir una sólida condena cuando en una nación del hemisferio se pisotea el sistema jurídico, con el peregrino propósito de montar, una vez más, unas elecciones a la medida de quien usurpa el poder: poniendo el déspota sus contendores, la fecha, las reglas, el árbitro. Y, por supuesto, los «irreversibles» resultados.
Abdo y Lacalle dijeron lo que debía ser dicho, incluso frente a dos notorios cooperantes de la tiranía, a saber: Lula da Silva (Brasil) y Alberto Fernández (Argentina). Lula hace poco perpetró el intolerable descaro de sostener que en nuestro país no hay autoritarismo alguno, luego de más de veinte años de criminal opresión y de una trágica diáspora de millones de compatriotas cruzando procelosos ríos y espantosas selvas en las fronteras. Según él, todo se reduce a la construcción de una narrativa.
Afortunadamente la ya pronosticada mamarrachada de pretender sacar del juego a María Corina Machado, quien aparece como la adversaria mejor posicionada para derrotar al régimen por la vía del sufragio, cobrar la victoria, instaurar la decencia en el ejercicio del Gobierno, y sembrar de oportunidades la patria que nos consagró la Providencia, toda su estrafalaria impudicia se les ha devuelto en las formas de un vigoroso repudio universal.
Tendrán que depositar ese fallido y necio amago donde se guardan los abortos de la tramposería política más abominables de esta historia que nos ha tocado presenciar, y sufrir.
JAO