La manipulación de la ignorancia es una de las llaves maestras del populismo. A través de consignas y estribillos se bombardea la psiquis colectiva y se crean patrones de conducta en los conjuntos sociales que sufren la desesperanza cotidiana. Estos, acuciados por las urgencias de la supervivencia, soslayan el discernimiento y configuran su pensamiento asentándose los esquemas elaborados en los laboratorios de la masificación propagandística. Pero la “etapa superior” de esa estrategia totalitaria se manifiesta en la manufacturación de mitos y ritos que exaltan al liderazgo luego de su desaparición física y lo colocan en la dimensión de las alegorías. Allí la muerte adquiere un valor especial para los alquimistas del totalitarismo y los restos mortales son usados como instrumento de poder.
El comentario viene a propósito de recordar las peripecias del cadáver de una humilde jovencita nacida en un remoto pueblo de la provincia de Buenos Aires. El albur la colocaría luego como esposa de un taimado e inescrupuloso militar que gobernó Argentina en tres oportunidades. Eva María Duarte –así se llamaba- construyó su mito regalando a manos llenas el dinero del Estado, ya que el populismo salvaje prescribe esta receta como la más eficiente de sus prácticas. Cuando en julio de 1952 el cáncer trunca prematuramente su vida, estando ella en el cénit de su ascendencia sobre las masas, Perón busca afrontar el frenesí social que se ha desatado con una iniciativa de inmortalización de su memoria.
Encarga un embalsamamiento especial al médico español Pedro Ara Sarría, quien gozaba de fama en esos menesteres, buscando con ello manufacturar una deidad incólume que recibiese la adoración de sus seguidores; asimismo, para complementar ese cometido, ordena la construcción de un mausoleo gigantesco que habría de llamarse Monumento de los Trabajadores y el cual sería destinado a albergar el cuerpo de Evita. El impecable trabajo de embalsamamiento fue terminado un año mas tarde, en agosto de 1953, pero la tumba faraónica aún no estaba finalizada y por ello Perón decide que los restos fuesen trasladados a la sede central de la CGT. Comienza un peregrinaje macabro que finalizaría muchos años después.
Un golpe militar derriba el gobierno de Perón el 16 de septiembre de 1955 y ya en noviembre es secuestrado el cadáver. Un teniente coronel de nombre Moori Koenig recibe las instrucciones del alto gobierno para sacar el cuerpo de la CGT y así quitarle al peronismo su bandera mas trascendente, pero ello solo era una iniciativa en cierta forma improvisada y no sabían qué hacer con el cuerpo. Comienza un derrotero con ribetes tenebrosos y el cadáver va a parar al otro lado del Atlántico: el 23 de abril de 1957, en el Cementerio Mayor de Milán, el cuerpo embalsamado de Eva María Duarte recibe sepultura bajo el nombre de María Maggi de Magistris. Catorce años después, en septiembre de 1971, el dictador argentino Alejandro Agustín Lanusse decide entregar el cuerpo dentro del contexto de una estrategia de pacificación política. Perón lo recibe y guarda el ataud en el ático de su residencia en Madrid, constatando él y la familia de Evita que aquel cuerpo embalsamado hacía ya dieciocho años se encontraba en perfecto estado de conservación y sólo presentaba unos pequeños daños como consecuencia de los traslados y movilizaciones. Dícese que en ese interin Isabel de Perón, su nueva esposa, aupada por un oscuro personaje llamado José López Rega, efectuaba “ceremonias de comunicación mística” con el alma de Evita. Perón regresa a Argentina en 1972, pero deja el cuerpo en Madrid y éste solo es es repatriado cuando su viuda ya fungía de Presidenta de la Nación en 1974, luego de muerto el general. Aún así, solo será en 1976 cuando la Junta Militar que derrocó a la consorte-heredera, le entrega a la familia de Eva Duarte sus restos mortales y es desde ese entonces cuando estos reposan en el cementerio de La Recoleta.
No hay alusiones, ni parangones, ni comparaciones; solo una crónica para que el lector medite sobre engaños, fraudes, fanatismo y chapucería.