#Opinión: ¿Jura decir la verdad? Por: Orlando Peñaloza

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Es muy común escuchar a las personas decir que saben o tienen la verdad. Los padres, profesores, jefes y sacerdotes, entre otros, regañan, educan, enseñan, ordenan o dan consejos haciéndole honor. Los jueces piden y la exigen. Los políticos aseguran que la dicen. Los sacerdotes exponen predicarla. Los periodistas la buscamos. Las ideologías y religiones afirman ser voceros. Muchos sojuzgan, someten, imponen o sugieren en su nombre. En fin, hay tantas personas que dicen hablar con ella.

Pero existe? ¿Quién la tiene? ¿Dónde está? ¿Cuál verdad? ¿La piadosa? La psicológica? ¿La lógica? ¿La de hecho? ¿La verdad de razón? ¿La pragmática? ¿La moral?

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Cada escuela o corriente filosófica tiene o defiende su verdad. Cada religión la preserva. Cada teoría científica la ofrece o sostiene. Cada tendencia artística la aplica. El complejo profundo e insondable problema de la verdad no es fácil de resolver. Las cosas no son lo que parecen ni parecen lo que son.

Según definiciones de diccionario, la verdad es la conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente. La conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa.

Uno de los primeros dogmas que los adultos destilamos dentro del cerebro de los niños es aquel que pretende la obligación de confesar la verdad y solamente la verdad.

Parece, según los mayores, que siguiendo ese consejo se les abrirá el camino del éxito, que siempre, de acuerdo a sus ilustradas lecciones, debe tomar la senda de la virtud. Pero por instinto pronto aprenden a usar la mentira en un mundo de fieras que su joven experiencia les hace presentir.

A los 10 años ya saben que existen mentiras compasivas, otras por instinto de conservación, así como aquellas destinadas a seguir viviendo tranquilos en un mundo en el cual la verdad resulta definitivamente rara.

La experiencia enseña a confundir armoniosamente la mentira con la verdad. El que se empeña en descubrir a toda costa lo que pudiera ser cierto, termina repudiado por su clan: Sólo y abandonado.

¿A quién se le ocurre afirmar que Diosdado Cabello ha acumulado una gran fortuna y poder en los últimos 14 años, o que Nicolás Maduro siempre dice la verdad en cada cadena televisiva? A nadie con 2 dedos de frente y una sola onza de sensatez.
Resulta conocido aquello de que sólo los prudentes llegan a viejos.

Frente a esta verdadera locura política que vuelve a amargar la vida de los venezolanos, esta vez con la incertidumbre de lo que podría pasar en nuestro país en los próximos días, a veces la madurez es nuestra amiga.

Por estos días recuerdo aquella película de los años 60 de Stanley Kramer, denominada “El mundo está loco, loco, loco”, donde un grupo de automovilistas presencia el grave accidente que provoca la muerte del conductor de un coche.

En el momento de ir a socorrerle, el herido fallece no sin antes confesarles pecuniario secreto: Un cuantioso botín se halla escondido en un parque público de Santa Rosita, abajo de una gran uve doble. Poco después se entablaría una frenética carrera entre ellos para lograr la consecución del dinero.

Aparatosa y muy entretenida comedia, cuyo basamento esencial nos rememora el universo visual de la nueva comedia humana que comenzamos a vivir en Venezuela luego de la muerte del Presidente. Sus más cercanos perseguidores en delirante correteo por la presa que parece fue encontrada por el ministro de la defensa Diego Molero, según sus recientes declaraciones: Chávez «logró la segunda independencia de Venezuela y esa independencia la defenderemos a costa de lo que sea. El jefe de Estado será por siempre el comandante de nuestra revolución». (Denle lectura a este subliminal mensaje).

Mientras tanto, enfrentados con la realidad, entre otras, los medios de comunicación privados seguirán siendo los culpables de los problemas de los venezolanos; Estados Unidos continuará como jefe de la oposición venezolana; todos los problemas del gobierno de Chávez fueron heredados de los adeco-copeyanos; la escasez de alimentos básicos en Venezuela es un problema que sufren todos los países del mundo; en Venezuela no hay inflación, y los comentarios de la oposición y el pueblo son temas desestabilizadores.

Así que sólo los niños muy chiquitos y los viejos bastante viejos, o los enfermos con su período terminal son los únicos que pueden decir la verdad sin temor a las represalias de un sistema que continúa huyendo de ésta como la peste.

Y no hablamos de las verdades en el diccionario de los profesionales del derecho: La verdad procesal que se toma en cuenta para la sentencia, y la verdad verdadera, que viene siendo algo así como la que no admite discusión ni duda alguna. Eso lo digieren ellos.

Sólo existe la verdad de Dios.

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