Vivir en provincia
Julio Portillo
Cuando se nace y se crece en el interior y uno se muda a la capital y en la tercera edad se regresa al terruño, se comprende a plenitud lo que significa vivir en provincia.
La vida familiar es más sencilla y plácida en los pequeños pueblos. Todo se resuelve artesanalmente. El canto de los gallos y los pájaros, el aroma del café es lo primero al amanecer. La espera del transporte permite contemplar los colores de la mañana, se aprecia más el uniforme de la escuela, se cuenta con la solidaridad cotidiana para avanzar en el camino de la vida.
Aun en las capitales de provincia se conserva el valor fraterno de la vecindad. En el paso por las calles hacia el trabajo hasta el trabajador más humilde da los buenos días. Hasta hace poco la vida en provincia permitía regresar al hogar para el almuerzo. Los alimentos tenían la frescura de la cosecha reciente. Nadie sentía respeto humano por barrer el frente de su casa. Quien mejor describe el transcurrir de las horas es Gabriel García Márquez en El amor en los tiempos de cólera: “pasa el pescadero, los vendedores de hortalizas, los mendigos, las muchachas de las rifas, las hermanas de la caridad, el afilador de cuchillos, el comprador de botellas, las falsas gitanas” y yo añadiría el vendedor de escobas, el aseo urbano, el podador de árboles, hasta que llega la muchacha del servicio, así llamada, sin importar su edad.
Pero estos lienzos del recuerdo revelan un sacrificio incomprensible. Los dineros públicos llegan a las Gobernaciones y Alcaldías después de pasar por innumerables trámites burocráticos. Es la atadura administrativa del centralismo. La gente se acostumbra al que hay que esperar. La provincia se ha convertido en una tierra amarga, la mayoría de las desgracias y calamidades ocurren allí y solo así se acuerdan los principales diarios y televisoras de la capital de que existe otra Venezuela.
El criterio intelectual de los que viven en provincia no cuenta. Los que viven en Caracas deciden por el resto del país. La dirección de los Ministerios está tomada prácticamente por el residente en Caracas. Son contados los articulistas de provincia en los principales diarios de la capital. La gráfica que explica más lo que sucede, es la realidad de lo que ocurre actualmente con la escasez de los alimentos. En Caracas no se ven las colas “a la cubana” que hay en toda Venezuela para adquirir aceite, pollo, café, leche, papel sanitario, crema dental y otros productos. El gobierno mantiene abastecida a la capital. No le interesa que quede al descubierto la difícil situación económica que viven los venezolanos por el legado que dejó Chávez tras catorce años de robos, despilfarro y regalos de los dineros públicos a otros países. En Caracas ya no hay moscas y no sufren los apagones diarios de electricidad y la falta de agua potable que sucede a diario en la provincia.
Los hospitales de la provincia carecen de todo y ella ve a sus jóvenes hijos huyendo a otros lares. La mayoría de los trámites de cualquier requerimiento oficial siguen dependiendo de las oficinas de Caracas. Los dirigentes políticos se convierten en muchachos de mandado de los líderes políticos capitalinos. Este inventario comparativo de las dos Venezuelas nos llevaría largas cuartillas. En definitiva trasladamos el concepto de metrópoli y colonias de España a lo que es hoy la capital y las provincias.
La realidad debe convocar a los sectores de la provincia a revertir esta desgracia. El Zulia en una época fue estandarte de esta rebeldía. Hay que sacudirse el temor a los dicterios del gobierno chavista. La esperanza del cambio no está en la lotería, ni en la sustitución del mecedor y el tinajero, está en la lucha para obligar al centralismo a valorar la provincia. Con palabras del poeta español Antonio Machado hay que repetirse: “El hoy es malo, pero el mañana es mío”.