Parece increíble pero es cierto la diferencia entre la vida citadina y la del campo lo digo por mi propia experiencia viví en el campo hasta los 11 años, no muy cómodo pero lo sobreviví siempre atento y soñando una mejor vida donde hubiese luz, agua potable, escuelas, buena educación, otra alimentación y buen vestir y en vez de un caballo o un burro un carro como transporte y en vez de unas cotizas unos zapatos de marca que brillen, eso no lo soñé, lo leí en nuestro diario El Impulso, sobre todo en las reseñas sociales de El Impulso que llegaba a mi cordillera, recuerdos de mulas con envoltorios de alimentos como café, papelón, queso, pescado salado y carne o salón de chivos, carne salada; en esa reseña del diario empecé a amar la lectura y también me di cuenta que si los demás podían yo también puedo, si también soy hijo de Dios y nací con todos los derechos y buena disciplina bajo la orden de mis amados padres que aparte de amorosos nunca se les olvido la primera regla de la educación de un correazo a tiempo es el mejor principio del respeto y una forma de educar, después de que leía El Impulso y otros diarios que usaban como envoltorio me despertó la mente y me sentía raro ante los demás y dije patita pa’ que te tengo y arranque muy liviano de equipaje pero desbocado como un potro sereno y sin freno lleno de ilusiones, cargado de esperanzas y sin techo en mis aspiraciones hasta donde podían coronar mis deseos, gracias a Dios no me quejo mal no me ha ido.
Pido disculpas a mis lectores por estar hablando de mi vida privada, pero les explico el por qué ese villorio donde nací ahí empieza o termina la cordillera andina, digna de admiración por su belleza y su gentilicio que los habitantes siguen las mismas costumbres de ser buenos junto a la belleza natural del terruño, este bendito pedazo de tierra también surgió y fue beneficiado por los años de democracia que sentía respeto y admiración por los campesinos que trabajan la agricultura y ganadería, o sea que trabajan a tiempo completo en busca de una buena cosecha que nunca llega pero se dice que amor por el campo se hace ley en la época de democracia, este villorio fue dotado junto a sus caseríos adyacentes de escuelas, medicaturas, cementerios, asfaltados, puentes, acueductos, agua potable, asistencia médica, transporte y viviendas humildes pero dignas, insumos para la agricultura a tiempo completo, pequeños créditos al dia y cancelados a su vencimiento y la gente feliz; tristemente hoy lucen en su rostro, antes sonriente preocupados de que quieren hacer y no los dejan y al ver lo que ya se había logrado está en franca destrucción y como la carretera principal y las vías rurales en las peores condiciones una inmensa soledad y un silencio sepulcral ni gasolina ni gasoil para los pocos tractores, motos y carros que quedan “A mundo Agroisleña protector de la agricultura”.
Con la esperanza de que este artículo llegue hasta las autoridades nacionales, regionales y municipales; esta noble parte de Venezuela pertenece al municipio Jiménez y a la parroquia San Miguel nombre a quienes reclaman sus derechos porque sus deberes ellos los responden con dignidad y honradez la tarea de producir alimentos a los caseríos San Gerónimo, El Roble, La Fortuna, Piedra de Dios, Paso del Río turbio, Volcancito, La Tela, Las Tablas capital del Volcancito; sería muy importante que el señor Gobernador haga una grata visita, igual que el Sr. Alcalde de Quíbor y se den cuenta que esta es una región productiva de gente buena y al menos le asignen un transporte que no sea gratis que paguen un pasaje considerado y sea utilizado con las emergencias de la salud, como ambulancia y otras necesidades; los habitantes de esa zona piensan que esto no significa ningún sacrificio para el Estado, si hoy en dia sobran carros y tractores dicho por el Sr. Presidente esos bienes recuperados van al pueblo y esa parte de la cordillera lo espera con ansias y confiando en la palabra del Sr. Presidente.
Ahora más que nunca el campo es la solución, unidos todos por la paz, la convivencia, el respeto y la prosperidad de nuestro país.
José Gerardo Mendoza Duran