Impactado por la desaparición física de algunos amigos muy cercanos, he decidido adentrarme en terrenos escabrosos para tratar de conocer un poco sobre uno de los grandes tabúes con que convivimos los seres humanos, especialmente los nativos del hemisferio occidental: el contacto con la muerte. Es un tema de tan profundo calado, que impacta lo más profundo de mi ser, pero a la vez, representa un reto personal que me dispongo a enfrentar.
Mantengo profundas reservas sobre el tratamiento que en la cultura occidental recibe este acto tan significativo, porque siendo la muerte un hecho inexorable en nuestra vida, no entiendo por qué siempre la omitimos en nuestra cotidianidad. A partir de allí, me pregunto, sin obtener respuesta, por supuesto, ¿Por qué este acontecimiento natural nos causa tanta aprensión y zozobra? Considero que el tiempo que nos reserva el creador para estar en este mundo, debería ser suficiente para preparar nuestra partida o la de nuestros seres queridos, sin embargo, en nuestros días, pareciera ser un asunto herético hablar de la muerte con los vivos.
Reflexiono sobre ¿Cómo lograr que, en nuestros hogares y escuelas, el tema de la muerte comience a desmitificarse y pase a ser un asunto de manejo cotidiano? Recuerdo claramente un conflicto que sostuve con mi difunta esposa, motivado por mi iniciativa de adquirir unas parcelas en el cementerio. Ni hablar sobre la posibilidad de celebrar un contrato de servicios exequiales, por anticipado, o unas previsiones funerarias.
Nunca he podido entender y mucho menos aceptar que, siendo la muerte un elemento que nos acompaña desde nuestro nacimiento, que se mantiene omnipresente a lo largo de nuestra vida y se materializa en el final de nuestros días, nosotros permanentemente la dejamos al soslayo, preferimos no hablar de ella, no evocarla, no recordarla. Nuestra cultura la niega, la proscribe y como consecuencia de ello, cuando esta se hace presente, nos afecta en una forma sustantiva.
En el mundo prenatal, muerte y vida se confunden; en el mundo de los vivos, ambas figuras se contraponen; en el más allá, vuelven a reunirse, pero ya no en la ceguera animal, sino como inocencia reconquistada. El ser humano podría trascender la oposición temporal que las separa, que no reside en ellas, sino en nuestra conciencia, pasando a percibirlas como una unidad superior.
En el mundo de hoy todo funciona como si la muerte no existiera. Nadie la toma en cuenta. Todo la suprime: los discursos políticos, los anuncios comerciales, la moral pública, las costumbres, la alegría a bajo precio y la salud al alcance de todos que nos ofrecen clínicas, farmacias y campos deportivos. Pero la muerte, ya no como tránsito, sino como gran boca vacía a quien nada sacia, sigue presente en todo lo que hacemos.
Quizás seguimos influidos por el pensamiento de Epicuro: “La muerte no existe, pues mientras estamos vivos, ella no está presente y cuando acontece, ya hemos dejado de vivir”. En nuestra sociedad hedonista, que identifica la felicidad con consumir, con tener, ser popular y sentir emociones, no es de extrañar que huyamos despavoridos frente a la idea de tener que enfrentar al sufrimiento, ya sea psíquico, físico o a la muerte.
Mi curiosidad se aviva cuando, a través de las redes sociales o la televisión, observo un velatorio o sepelio, en cualquier parte del mundo. Me concentro en escrutar los rostros de los deudos del difunto. En ellos, casi siempre, veo lágrimas y dolor por la muerte de su ser querido. Esto me lleva a pensar que, al igual que a nosotros, su entorno cultural no les ha enseñado a manejar con madurez ese delicado tema.
Me gustaría haber sido enseñado a manejar el asunto de la muerte, como lo hacen unos amigos, de los cuales les contaré en otro momento, o como lo conducen en Irlanda. En ese país, el velatorio suele ser una ocasión para recordar al difunto: compartir historias y recuerdos de la vida del fallecido. A menudo, el funeral se celebra en la casa del extinto o en una sala de funerales, este acto puede durar varios días. Algunos eligen celebrarlo en un bar o en otro lugar de reunión comunitario.
Durante el velatorio, los juegos, música y baile, acompañan en la sensación de estar celebrando la vida de la persona fallecida; los juegos se suelen realizar durante la noche para que el tiempo pase más rápido, estos incluyen cartas, dados, el escondite, la Tula o pillapilla. Si juegan a las cartas, también se le reparte la mano al muerto.
Durante el velorio, las bromas también son permitidas, y entre las más populares se encuentran el anudar los cordones de los zapatos para que la persona se caiga, coser las chaquetas de los hombres a las sillas o esconderse detrás del muerto y moverlo para asustar a los presentes. Por último, después del entierro, los congregados se dirigen a un bar en dónde cuentan historias del difunto y beben en su honor.
Noel Álvarez
Coordinador Nacional del Movimiento Político GENTE