Traducción al español del Dr. Oswaldo Aquiles Rojas.
La cultura no es hija del trabajo, sino del deporte, la forma superior de la especie humana es el deporte, afirmaba el gran filósofo José Ortega y Gasset en 1930 en su muy original libro El origen deportivo del Estado. Esta genial idea del español sirvió de inspiración para que años después, en 1938, escribiera el holandés Johan Huizinga una obra semejante: Homo ludens. En ella escribe este historiador de la cultura que el acto de jugar es consustancial a la cultura humana. Sin cierto desarrollo de una actitud lúdica, ninguna cultura es posible.
El deporte es constructor de naciones, de la nación fenómeno moderno según Benedict Anderson, al proporcionar sensaciones personales y culturales de pertenecer a una nación. ¿Qué sería de Brasil sin el fútbol o los Estados Unidos a quien le quitáramos el béisbol? Poca cosa. La supremacía mundial de este país de Norteamérica deviene en buena medida a que ha sido cuna y propulsor eficiente del béisbol, basquetbol, voleibol, verdaderas máquinas de expansión cultural.
En nuestro país, Venezuela, el béisbol fue en sus inicios deporte de elites, de gente acomodada, dominio social que les fue arrebatado por los sectores populares a comienzos del siglo XX. Su triunfo definitivo como deporte de masas, una como segunda religión, tiene su precisa fecha: 22 de octubre de 1941, día cuando Venezuela derrota a Cuba en el IV Campeonato Mundial de Béisbol Amateur celebrado en La Habana, noticia que retumba en todo el país gracias a la radio en la potente voz de Pancho “Pepe” Croquer. Fue decretado desde entonces Día del Deporte Nacional. Todos los demás deportes desde entonces giran en torno a una médula que es el deporte de la pelota chica.
El béisbol en la cultura venezolana
En un extraordinario ensayo, dice Luis Pérez Oramas que el béisbol ha sido el arquitecto simbólico de nuestros espacios baldíos: ¿quién no ha visto, en los intersticios libres de nuestras redes urbanas, entre viaductos, edificios, hondonadas y barriadas, ocuparse el espacio para la escena del béisbol? ¿No es acaso un hecho de primerísima importancia que, más allá de la diferenciación social, toda nuestra territorialidad baldía pueda adquirir el carácter de una arquitectura efímera y dinámica a través del juego de béisbol? ¿Y no son esta arquitectura y este juego —por cierto, en nada desprovistos de elegancia cinética o garbo vestimental— hermosos en su contraste con los desiertos donde suelen efectuarse? ¿No es acaso tal hecho remarcable: fructificar para el juego y para el cuerpo los espacios estériles de la República? Y ¿no es, con ello, trágico que el juego nacional se acometa así en los desechos del espacio, en lo que del espacio queda y que ningún arquitecto, ningún urbanista, haya anticipado la metamorfosis de los espacios baldíos en territorios de juego?
“La pelota”, como vulgarmente se conoce, desplazó a la corrida de toros como nuestra afición nacional desde su llegada a fines del siglo XIX, y, cosa insólita, valora Pérez Oramas, no ha penetrado en los argumentos de nuestra literatura sino en poquísimos casos. Su gran utopía será el home run o “volver a casa”, un retorno parusíaco a casa, dice este magnífico escritor caraqueño.
Es un juego que ha adquirido carta de ciudadanía tropical caribeña con Cuba, RepúblicaDominicana, Puerto Rico, Panamá, Colombia y Venezuela. El mundo Wasp se atemoriza ante la posibilidad de que los antillanos se apoderen del juego que fue su invención, y que, Palmeiro, Carew, Tiant, Roberto Clemente, Pujols, Miguel Cabrera, Luis Aparicio desplacen de su sitial a los jugadores caucásicos del escenario de las Ligas Mayores y del imaginario americano.
La física del béisbol
Si el deporte de las cuatro esquinas se puede abordar desde lo histórico, como fenómeno sociológico, como hecho cultural productor de mitos y de metáforas, siendo él mismo metáfora de la sociedad liberal estadunidense, ahora, cosa prodigiosa, se le puede abordar epistemológicamente desde la “Reina de las Ciencias Naturales”, esto es la Física, la ciencia más cargada de matemática.
Es acá cuando generosamente acude a mi persona el talentoso Doctor Oswaldo Aquiles Rojas para solicitarme prologue una bien conceptuada traducción suya desde la lengua de Shakespeare al castellano de Venezuela del libro La física del béisbol (2009), cuya primera edición en inglés será: The Physics of Baseball (Harper Collins, 3ª ed., 2002). Magnífica obra del físico atómico estadounidense Robert K. Adair, un físico nuclear de la muy prestigiosa Universidad de Yale, fallecido en 2020, quien tuvo la enorme intuición de genio al constatar que el juego del béisbol guarda tantos misterios e incógnitas como las de las evasivas partículas atómicas elementales, las llamadas fuerzas nucleares fuertes y las interacciones débiles, el número cuántico de extrañeza.
Todos estos inmensos logros del Doctor Robert K. Adair vinieron a complementarse para gran satisfacción suya, cuando fue designado Físico de la Liga Nacional de Béisbol de Estados Unidos, título que “le encantó absolutamente al niño de 10 años que espero que siempre sea parte de mí”
Y es que las pelotas de béisbol describen trayectorias tan extrañas como las fantasmales partículas subatómicas. Qué es un juego perfecto, me pregunto. ¿Será obra de una pulida geometría de acontecimientos u obra del insondable azar? ¿Por qué oculta razón la bola de nudillos o “knucklebal” sólo puede ser lanzada por contadísimos pitchers?
Estas y otras interrogantes serán de alguna manera respondidas en esta traducción venezolana del docente caroreño y venezolano Oswaldo Aquiles Rojas, quien se vio motivado a realizar esta dificilísima empresa por sus estrechos vínculos con la especialidad de Ciencias del Deporte en la Universidad Nacional Experimental del Yaracuy, República Bolivariana de Venezuela, y ser él mismo jugador de este filosófico e ilustrado deporte que es el béisbol.
Digo difícil empresa porque el traductor debe tener conocimientos múltiples: fisiología, biomecánica, algoritmos, matemáticas, nutrición y dietética, lógica borrosa, psicología, entre otras múltiples y variadas disciplinas, la realidad es que el béisbol es un conglomerado de fenómenos biomecánicos y físicos extraordinarios, dice Ivelisse Feliú-Mójer.
Para escribir este prólogo he debido, en consecuencia, documentarme con diversas personas. Una de ellas es físico de formación, el profesor Carlos Castillo por la Universidad Pedagógica Experimental Libertador, Barquisimeto, quien me adelanta luego de leer la traducción de Oswaldo Aquiles Rojas, que la rapidez del sonido si no existiera el aire, no escucharíamos el golpe del bate con la bola. Que los espectadores no escuchan el impacto de manera simultánea desde las tribunas, pues existe un tiempo transitorio para que la onda de sonido viaje hasta el espectador.
Otro aspecto que me aclara Castillo es el del efecto aerodinámico: existe un factor de arrastre entre la bola y el fluido o masa de aire, a través de la cual se mueve. La esfera es el cuerpo geométrico que presenta la menor superficie exterior para un volumen dado. Ella tiene masa, volumen, y por tanto densidad, aunque no uniforme, pero está formada por capas de material homogéneo que hace que su centro de gravedad coincida con su centro geométrico.
Sobre el movimiento relativo, adiciona Castillo, que cuando un jugador del field observa un flay hacia los jardines, existe un movimiento relativo, la tierra no es estrictamente un marco de referencia inercial debido a su rotación, pero a pequeñas escalas del mundo ordinario puede considerarse como tal, de modo que el efecto centrifugo y la aceleración Coriolis que actúa sobre la bola pueden ser ignorados, no obstante a escalas de misiles de alcances intercontinentales tales efectos sí han de considerarse para efectos de precisión.
“Cuando el jugador sale al encuentro con la bola, la observa con una velocidad diferente a como la observan en reposo los espectadores desde las tribunas”. Al decirme esto el profesor Castillo no puedo menos que pensar en la psicología de la Gestalt alemana de principios del siglo pasado: todo lo percibido es mucho más que información llegada a nuestros sentidos.
Otras personas amigables y conocedoras del deporte del diamante, Franklin Piña, Domingo Gudiño, Eucrelio Terán y Elio Meléndez me dicen para mi absoluto asombro otras extrañezas y peculiaridades del béisbol. El jugador venezolano Félix Hernández poncha cuatro jugadores en un inning, una lógica borrosa. El triple play es la jugada más difícil del juego de las cuatro esquinas, jugada lograda por una sola persona: David Concepción. Los catchers o receptores usan pinturas de uñas para emitir sus complejos códigos al pitcher. Las señales de los managers y coatchs, lo que asombraría a Umberto Eco, se modifican en cada ining. El jugador Ted Williams ha sido considerado el mejor swing de la historia. El robo del home solo lo logran los bateadores derechos. En tiempos de cibernética los managers usan un dispositivo electrónico con el historial de rendimiento de cada jugador adversario que le comunican por señas al pitcher. La extraordinaria excelencia beisbolista de Japón se debe a su hibridación con las artes marciales. Y para colmo, las costuras de las bolas de béisbol se resisten tenazmente a ser realizadas por máquinas, los chinos lo han intentado, pero el proceso sigue siendo manual por artesanos de Haití, Costa Rica y Vietnam. En su complejidad supera al europeo fútbol ampliamente. Las bolas tienen su rito de inmersión en las aguas del río Delaware, Estados Unidos. El béisbol es un juego ilustrado y cargado de mitologías simultáneamente.
Pero donde el mismo Robert K. Adair quedaría estupefacto y atolondrado, sería al observar el juego de béisbol de los venezolanos con chapas o tapas de refrescos y palos de cepillos para barrer, que se escenifica en las calles y plazas entre la muchachada. Es otro béisbol sin bases ni corredores que requiere otra mirada, otros reflejos de los jugadores por lo errático de la trayectoria de las chapas, pues el corcho es el responsable de tan impredecibles maniobras de las latas en sus vuelos. La física del béisbol de chapitas pone patas arriba a la física newtoniana con sus portentos y singularidades nacidas del genio de los pueblos caribeños.
Si Luis Dionisio Rosales Romero escribe Diccionario del argoty de la terminología del béisbol en 1996, y que Víctor Ortega publica su La pelota doctorada y otros infundios en 1997, el Dr. Oswaldo Aquiles Rojas con su magnífica traducción a la lengua de Cervantes de La física del béisbol del científico atómico Robert K. Adair, se puede considerar un hito en la cultura beisbolísta de Venezuela, un deporte que es fibra y sentimiento de nuestra nacionalidad. Le deseo mucho éxito a esta traducción-versión que seguramente propiciará un encuentro entre “el mundo del texto” y el “mundo del lector”, que transformará las formas de sociabilidad en Venezuela, anudadas firmemente a este deporte que se ha conformado en otra religión nuestra.
Luis Eduardo Cortés Riera