Un humano Maestro: Federico Brito Figueroa
Contrariamente a lo que se podrá creer, era el Maestro Brito Figueroa un hombre que amaba la vida y a los seres humanos. Se jactaba de tener vivos a su madre y a su padre en la ciudad de La Victoria del Estado Aragua que lo vio nacer en 1921. Con su característico y permanente cigarrillo en los labios preguntaba sobre nuestras vidas, trabajos, esposas e hijos. Era en ese sentido un educador integral. Siempre destacaba su incursión magisterial en los cinco niveles de la educación venezolana, desde primaria hasta doctorado. Debajo de su carácter controvertido y polémico había una tierna sensibilidad. Nos recordaba siempre su magisterio en el Estado Yaracuy, lugar donde lo envía por castigo la dictadura militar del general Marcos Pérez Jiménez.
Tenía una gran predilección afectiva por nuestro paisano caroreño, profesor y Magíster en Historia Taylor Rodríguez García, se alarmaba por sus notorias ausencias al posgrado en el Pedagógico barquisimetano. A cada momento nos preguntaba por la resentida salud de este paisano nuestro nacido en el pueblo colonial de Río Tocuyo, vecino a Carora. ¿“Qué le pasará al profesor Taylor Rodríguez?, usted ¿qué sabe de él?”, me increpaba. “Vaya usted a la casa de Taylor y tráigamelo acá”, nos urgía a cada momento. Taylor Rodríguez corona sus estudios de Maestría en Historia en la Universidad Santa María de Caracas bajo la mirada atenta del Maestro Brito Figueroa, y posteriormente gana por concurso el cargo de Cronista Oficial del Municipio Palavecino, Cabudare, Estado Lara, fallecerá lamentable es decirlo, en 2016.
Era muy sentimental y una cosa que lo entristecía en extremo fue el derrumbe y extinción de la Unión Soviética en los días de la glasnost y la perestroika, la República Democrática Alemana y los demás países del Este europeo entre 1989 y 1991. “No siga, no siga, le agradezco profesor Cortés Riera”, me decía bajando la mirada al comentarle aquellos sucesos que cerraron el llamado por Eric Hobsbawm “corto siglo XX”, en aquellos estremecedores días en que nos reuníamos a conversar de todo, de lo humano y lo sagrado, en su cálida habitación del Gran Hotel Barquisimeto. Un siglo corto, de apenas 77 años, que se inicia en 1914 con la primera Guerra Mundial y termina en 1991 al disolverse la Unión Soviética y cuyo eco llegaba hasta nosotros, el Maestro Brito Figueroa y sus discípulos, congregados bajo su cálido e inigualable magisterio.
Se cerraba entonces un ciclo histórico de alcance planetario, cuando en Venezuela en esos mismos días se producían sucesos trascendentales: el llamado “Caracazo” de 1989 y los dos fallidos intentos de golpes de estado de 1992, sucesos coincidentes en tiempos cuando tratábamos nosotros de edificar una “comunidad de discurso” en el interior de Venezuela, en Barquisimeto. Fue ella una extraordinaria coincidencia que nos marca de manera indeleble, que nos anima en nuestra constitucional pasión por comprender. Todo parecía en aquellos días indicar que habíamos llegado al “fin de la historia” como aventuró decir Francis Fukuyama, pero que los hechos, siempre rebeldes, desmintieron rápidamente.
Durante sus estudios de posgrado en México, Escuela Nacional de Antropología e Historia, nos dijo el Maestro Brito Figueroa, que conoció al desgraciado filósofo y traductor español del exilio Eugenio Ímaz (1900-1951), quien vertió al castellano de manera magistral las obras de Wilhelm Dilthey, Emmanuel Kant, Johan Huizinga, Ernst Cassirer y Jacobo Burckhardt. “Pobrecito, no aguantó el exilio y se quitó la vida en Veracruz en 1951. Que cosa tan triste su suicidio”, decía acongojado nuestro Maestro de este pensador que fue colaborador destacado de la Revista de Occidente de José Ortega y Gasset y que imparte docencia en el recién creado Instituto Pedagógico Nacional de Venezuela. “Siempre he lamentado mucho ese suicidio”, decía acongojado nuestro Maestro.
Lo oíamos sorprendidos cuando nos dijo que fue discípulo del filósofo y psicólogo Erich Fromm (1900-1980), el célebre psicoanalista, autor de todos unos clásicos: El miedo a la libertad, El arte de amar. En sus clases decía este psicólogo judío-alemán marxista que la alienación estaba lejos de ser erradicada en la Unión Soviética. “A viejito reaccionario”, pensaba Brito Figueroa para sus adentros. “Pero a la postre la historia le da la razón, pues fue también duro crítico de la sociedad de consumo” asentía nuestro Maestro. Como el malogrado Eugenio Ímaz, Fromm realiza importantes labores en publicaciones para el Fondo de Cultura Económica y funda la Asociación Psicoanalítica de México. Creo que la fuerte adherencia de Brito Figueroa al marxismo soviético le impidió comprender las enormes potencialidades que brinda el psicoanálisis freudiano y jungiano para la comprensión de nuestras sociedades.
Pero no menos sorprendidos quedamos cuando nos revela en su cálida habitación del Gran Hotel Barquisimeto, que fue ayudante del antropólogo judío-estadounidense Oscar Lewis (1914-1970), quien acuña en México el concepto de la “cultura de la pobreza”. Su famosa investigación novelada «Los hijos de Sánchez” contó con los aportes del joven venezolano, quien aplica junto a otros compañeros de estudios unas encuestas elaboradas por el sabio estadounidense y su equipo en los barrios más miserables de Ciudad de México. “Es un estudio social de la pobreza- dice Brito Figueroa- que me motiva mucho para comprender la marginalidad en nuestro país.” ¡Tamaños y descomunales maestros tuvo y aprovechó el Maestro Brito Figueroa! Y no podíamos olvidar que fue de igual manera alumno del traductor de Marx, Wenceslao Roces y del maestro Francois Chevalier (1914-2012), discípulo directo de Marc Bloch, y quien lo introduce en el pensamiento de la Escuela francesa de Anales.
Hemos llegado a pensar que nuestro Maestro fue mejor docente fuera del aula que dentro de ellas. Así lo palpamos y vivimos en su Hotel de la ciudad crepuscular y en las calles de Barquisimeto, Cabudare y El Eneal, poblado éste último donde reside el Dr. Reinaldo Rojas. Preguntaba sobre muchas cosas de estas singulares tierras del semiárido del occidente de Venezuela: el origen de nuestra locución “guaro”, la gastronomía del chivo (su restaurant predilecto en la ciudad era El Portal del Chivo de la calle 50), el consumo de la bebida del cocuy extraída de las ágaves, los valses larenses de la Orquesta Pequeña Mavare, la danza sincrética negroide del tamunangue. “Recuerde que soy antropólogo, ese es mi título que obtuve en México”, repetía a cada momento cuando era copiloto en nuestro flamante Toyota, vehículo rústico que lamentó sinceramente, vía telefónica, cuando fue sustraído delincuencialmente de nuestro centro de trabajo educativo caroreño en 1995.
Cierta vez estuvo el Maestro en nuestra casa paterna de Pueblo Nuevo, Barquisimeto, y tuve el gran placer de cederle nuestro lecho. Recostado cómodamente allí y con una taza de café negro en sus nerviosas manos, nos dio una interesante clase sobre los sembradíos de cacao durante la Colonia a los profesores, cursantes de Maestría en Historia, Santos González, Víctor Raúl Castillo, César Parra y mi persona. Inolvidable y excepcional experiencia. Coincidió su visita cuando en nuestro hogar se escenificaba la elección de la reina del folklore larense, evento organizado por el maestro normalista jubilado Expedito Cortés, mi padre. Disfrutó Brito Figueroa mucho aquel espectáculo del folklore larense, el baile negroide del tamunangue, la alegría de las muchachas que pugnaban por adherirse el cetro. No se perdió ninguna parte del concurso. Y al final degusta una deliciosa y larense sopa de rabo que nos prepara nuestra madre, Claver Riera de Cortés. Para nuestra persona fue una inmensa satisfacción el que un historiador consagrado como él estuviera en nuestra casa paterna. Y hasta pensó en alquilarle a nuestra madre una habitación con sala de baño. Lo esperamos con gran anhelo durante varios meses, pero no se apareció.
El legado del Maestro Brito Figueroa
El Dr. Federico Brito Figueroa deja un legado inmenso, ciclópeo, unos 70 libros y opúsculos salidos de una pasión escritural que no le abandona sino hasta su fallecimiento en el año 2000. Como escribe Robert Darnton: “Un forcejeo incesante con el lenguaje, pues sólo podía ser él mismo al encontrar las palabras que liberaran su voz interna. Un pacto del yo con el lenguaje”, a la manera del filósofo ginebrino Juan Jacobo Rousseau. Se hizo Brito Figueroa entonces “historiador de oficio” a la manera blocheana, un artesano de su oficio que se pregunta por la legitimidad de la Historia. Practicando, construyendo con pasión una historia rigurosa, contextualizada, comprensiva y científica, teniendo como constante denominador común la crítica, para edificar de tal modo una, como dijo Marc Bloch, Ciencia de los hombres en el tiempo.
Fue Brito Figueroa un historiador que a lo largo de su vida trata de construir una historia conceptual basada en unas teorías: el marxismo y la Escuela de Anales de Francia. En esta incesante y apasionada búsqueda le sigue con gran acierto y originalidad Reinaldo Rojas, hogaño flamante Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia venezolana, tradición conceptual y de métodos que nosotros hemos tratado de continuar en lo posible. Es una lucha constante para vencer el pecado del mero y simple empirismo historiográfico, una falla intelectual que campea entre nosotros. Fue en este sentido militante de la Historia Científica y cultor de la capacidad de abstracción que debe acompañar al historiador. Por ello sentía una gran admiración por don Laureano Vallenilla Lanz (1870-1936), a quien llama “iniciador de la historia científica en Venezuela.”, sin importarle el que fuera Don Laureano historiador positivista o adulador del régimen brutal y opresivo de Juan Vicente Gómez. Fue por ello que edita sus obras Cesarismo Democrático y Disgregación e Integración en el sello editorial de la Universidad Santa María. “Fue un pensador sumamente original, que conocía muy bien a Taine y a Le Bon. Lo leyeron en Europa, sobre todo en Italia”, asentaba nuestro Maestro.
Nos enseñó el Maestro Federico a tomar consciencia por el esencial problema de la Nación-Venezuela, cuando nos hablaba con vehemencia de la “colonización total” de nuestro país por la potencia anglosajona, blanca y protestante. “Caramba, profesor Cortés Riera, esto (el país) va a desaparecer en breve”, decía apesadumbrado, por allá a comienzos de la década de 1990. Abominaba con el alma a aquellos a los que con desprecio calificaba de “apátridas”. Una y otra vez repetía en clases la genial conceptualización que hizo el georgiano José Stalin de la Nación y del problema nacional en Rusia imperial y la extinta Unión Soviética. En esos días consideraba el Maestro Brito Figueroa una prioridad darle fuerza al sentido de Nación frente a lo que consideraba el efecto disolvente del neoliberalismo, “una etapa del capitalismo que cada vez se parece más al capitalismo que estudió Marx en el siglo XIX”, asentaba con su grave voz. Con ello nos anima a leer y estudiar a Benedict Anderson, autor del célebre ensayo Comunidades imaginadas (1983), la nación como producto de la imaginación de las personas.
En lo más cercano a nosotros, el Maestro Brito Figueroa ayuda de manera decisiva con su enorme presencia intelectual y de ánimo a consolidar los estudios históricos en la Región Centroccidental de Venezuela, al crear con Reinaldo Rojas y otras personas, la Fundación Buría, institución que ha servido de esencial apoyo para establecer estudios de posgrado en la Ciencia de Clío en universidades y otras instituciones del Estado Lara, editar una cuantiosa cantidad de interesantes y variados libros, realizar Congresos Internacionales en la Ciencia de la Historia, fundar la Sociedad Venezolana de Historia de la Educación en la ciudad de Barquisimeto, establecer vínculos con notables historiadores y pensadores del país y otras latitudes. En fin, edificar una verdadera “comunidad discursiva” de signo Analista en el Estado Lara, Venezuela. Todo ello bajo su imperecedero y característico lema: “Trabajando en pequeño, pero pensando en grande.”, consigna que nos recuerda la “microexcelencia” de Kumar Mehta.
En lo estrictamente personal, debemos confesar sin ambages que el Dr. Federico Brito Figueroa, conjuntamente con el Dr. Reinaldo Rojas, nos hicieron “descubrir” la historia de Venezuela, pues, como ya dijimos, era tendencia marcada en nosotros estudiar historia e historiografía de otros países, en especial los europeos occidentales, un eurocentrismo epistémico. A lo que se agrega que nuestra docencia en educación secundaria venezolana gravitaba entonces en los ámbitos de la filosofía y la psicología, situación a la cual el sano empirismo de la ciencia de la historia nos hizo aplicar conceptos y categorías filosóficas muy abstractas a situaciones históricas concretas. Es que la filosofía, concluye Burk, desde Tales de Mileto a Martín Heidegger, termina en callejones ciegos.
En lo que tiene que ver con nuestro ejercicio profesional en educación media en Psicología, ciencia recién creada de forma experimental, pero antigua desde que la crearon los griegos, se dio ella felizmente la mano con la llamada “historia de las mentalidades” de la Escuela Analista francesa, estimulante enfoque de la historia que nos enseñaron a comprender y cultivar los doctores Federico Brito Figueroa y Reinaldo Rojas, bajo el bello y sereno cielo crepuscular del semiárido venezolano de la ciudad de Barquisimeto. Gracias al Maestro Brito Figueroa continúo en la idea de comprender nuestra tierra natal, por lo cual seguimos en la idea de construir una categoría de análisis a la cual hemos llamado tentativamente “Genio de los pueblos del semiárido occidental larense venezolano”. Ilumíneme, Maestro Federico Brito Figueroa.
Luis Eduardo Cortés Riera