La Palabra de Dios con frecuencia nos habla de “agua”: agua en pleno desierto brotando de una roca (Ex 17, 3-7), o también agua de un pozo al que Jesús se acerca para dialogar con la Samaritana (Jn 4, 5-42).
Y Cristo es la “Roca” de la cual fluye el “Agua Viva”. Este simbolismo lo observamos en el Libro del Éxodo, cuando los israelitas protestaron a Moisés en pleno desierto, pues tenían sed y no había agua. Dios, entonces, da instrucciones precisas a Moisés para hacer brotar agua de una roca.
También vemos el simbolismo del agua cuando Jesús se acerca a un pozo para buscarle conversación a una Samaritana, diciéndole “dame de beber”.
Así comienza un diálogo maravilloso en el que Jesús aprovecha la ocasión para explicar a la Samaritana lo que es la Gracia de Dios para el alma. “Si conocieras el don de Dios”, le dice Jesús, “y si conocieras realmente quién es el que te está pidiendo de beber, tú le pedirías a Él y Él te daría agua viva”.
El “don de Dios” es la Gracia. Y Jesús compara la Gracia con un agua distinta a la del pozo, un “agua viva”, que Él quiere darle. Pero la Samaritana no comprende esta comparación, ni tampoco podía imaginar de dónde iba a sacar esa agua tan especial. Le responde que cómo va a sacar esa agua en un pozo tan profundo como ése, si Jesús ni siquiera tiene un cubo con qué sacarla. Él le hace ver que no se trata de un agua como la del pozo, sino de algo distinto y muchísimo mejor.
Por eso le dice: “El que beba de esta agua (la del pozo) vuelve a tener sed. Pero el que beba del agua que Yo le daré, nunca más tendrá sed. El agua que Yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial capaz de dar la vida eterna”. La mujer se interesa en esa agua especial que al tomarla no se vuelve a tener sed.
¿Qué agua será ésa? Es un agua que mana de Cristo y que promete a cada uno de nosotros. Es el agua viva de la Gracia, que es lo único que puede satisfacer nuestra sed de Dios. ¿Y qué es tener sed de Dios?
En realidad, todos tenemos sed de Dios. Algunos se dan cuenta y no saben cuál es la insatisfacción que sienten. ¿Por qué? Porque lo que realmente nos hace falta es ese agua que viene de Dios, que es su Gracia. Otros ni se dan cuenta de qué es lo que les sucede.
Entonces: Dios nos regala su Gracia. Pero como la Gracia es un regalo, debemos aceptarla y recibirla… como todo regalo. O sea, que para que la Gracia haga su efecto, necesita y requiere nuestra cooperación.
Otro detalle: ¿nos damos cuenta que el que tiene más sed es Jesús mismo? Sí, notemos que Él es Quien primero dice a la Samaritana que tiene sed. Pero más que sed del agua del pozo, tiene sed de la fe de cada uno de nosotros. Tiene sed de que aceptemos todo lo que su Gracia, el Agua Viva, puede darnos.
Isabel Vidal de Tenreiro
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