Trabajo de www.talcualdigital.com
El impacto que causó la pandemia en la economía mundial sigue generando consecuencias tres años después. Pese al rebote experimentado tras la caída masiva de los principales indicadores económicos, ahora el mundo se enfrenta a una desaceleración de este crecimiento y se topa con un horizonte peor que el vigente en 2019, previo a la COVID-19.
El mercado laboral no queda al margen de esta crisis y sus consecuencias. Un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) asoma que el panorama para 2023 será negativo para el trabajo, pues, aunque la tasa de desempleo ha seguido recuperándose tras la caída de 2020, el crecimiento no ha sido el esperado.
Gracias a esta desaceleración, el déficit mundial de empleo, en lugar de reducirse, incrementó a 473 millones de personas en 2022, lo que equivale a un 12,3% de la población activa laboralmente. Esta cifra incluye tanto a los 205 millones de desempleados en todo el mundo, como a los 268 millones de personas que, pese a tener empleo, no pertenecen a la población activa al no cumplir los criterios para ser considerados desempleados.
En este contexto, hay 13 millones de desempleados más que en el 2019 y, aquellos que tienen empleo, ven perder cada vez más su capacidad adquisitiva y caen por debajo del umbral de la pobreza extrema, que se considera cuando un trabajador genera ingresos inferiores a los $1,90 diarios.
«Se calcula que, en 2022, el número de trabajadores que vivían en situación de pobreza extrema era de 214 millones, lo que corresponde a un 6,4% de las personas empleadas», alerta el informe de la OIT titulado Perspectivas sociales y del empleo en el mundo: Tendencias 2023.
Esta tendencia se produce ya que el contexto económico genera las tasas de inflación más altas en las últimas décadas, debido a las consecuencias de la guerra entre Rusia y Ucrania, que ha alterado el comercio internacional y la producción basada en insumos agrícolas. A la par, la afección de la pandemia en las cadenas de distribución mundiales alteró las dinámicas comerciales de todo el mundo, con el encarecimiento de los costos de traslados de mercancía y, por consiguiente, de todos los bienes comerciados internacionalmente.
Debido a este aluvión inflacionario y a la incapacidad de las empresas para hacer ajustes a sus trabajadores acorde con la inflación, la pérdida de poder adquisitivo acaba por empujar a los asalariados a la pobreza extrema.
«Como los ingresos nominales procedentes del trabajo no crecen al mismo ritmo que la inflación, la crisis del costo de la vida puede sumir a un mayor número de personas en la pobreza absoluta o relativa», indica el informe.
Población envejecida y jóvenes «ninis»
Uno de los mayores retos de cara al futuro del mercado laboral está determinado por los grupos etarios. Para las economías desarrolladas, uno de los problemas más importantes que se avizoran es el envejecimiento de la población. La población activa laboralmente se acerca a su edad de retiro y las generaciones de relevo no ingresan al sistema laboral en la misma magnitud en que se producen los retiros.
Desde el siglo pasado, la escasez de mano de obra en los países desarrollados era sopesado gracias a las poblaciones migrantes. Una de las razones por las cuales el mercado laboral se ha mantenido balanceado en estos países es el elevado flujo migratorio que se ha producido en las últimas décadas.
Venezuela ha jugado un papel relevante en este contexto, abasteciendo mercados laborales como el de Estados Unidos. Incluso algunos expertos argumentan que Washington debería flexibilizar las restricciones migratorias para abrir las puertas a poblaciones dispuestas a trabajar y atender la misma crisis de envejecimiento que afrontarán todas las economías avanzadas. Sin embargo, el informe advierte que la migración no será suficiente para compensar esta caída.
«El envejecimiento de la población se ha acelerado en casi todos los países avanzados y en muchas economías emergentes, provocando una contracción en la oferta de trabajo que probablemente no se compensará con la emigración desde las regiones de mayor dinamismo demográfico», señala la OIT.
Y es que la población joven muestra dificultades para insertarse al mercado laboral. De acuerdo con las cifras de la OIT, uno de cada cinco jóvenes de entre 15 y 24 años no trabajan, ni tampoco estudian, entrando en la categoría de «ninis». Esto corresponde al 23,5% de la población en ese rango de edades.
«La reducción de las tasas de ninis plantea un problema importante que hay que corregir para que la economía mundial se beneficie del aumento de jóvenes en el perfil demográfico de muchos países en desarrollo», acotan los expertos de la agencia de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Más empleo, peor calidad
Las previsiones para los próximos 12 meses implican un aumento de los puestos de empleo que sigue manteniendo la tendencia de recuperación tras la caída en la pandemia. No obstante, este incremento resulta insuficiente al proyectarse en apenas un 1%, una desaceleración «notable» frente al 2,3% de crecimiento en 2022.
En contraste, se prevé que el desempleo mundial también aumente ligeramente, en unos 3 millones de personas, hasta alcanzar una cifra de 208 millones totales, lo que se traduce en una tasa de desempleo del 5,8% de la población en edad activa.
Este horizonte desfavorable para el empleo también repercute en las condiciones de trabajo. Las fuentes de empleo surgen especialmente en el ámbito de la informalidad, sin acceso a beneficios laborales o mecanismos de protección social y esta desaceleración de la economía obligará a las personas a aceptar empleos con peores condiciones.
«Muchas personas no pueden permitirse estar sin empleo si no tienen acceso a mecanismos de protección social. En estos casos, suelen aceptar cualquier tipo de trabajo, a menudo muy mal remunerado y con horarios incómodos o suficientes. Por lo tanto, es probable que la desaceleración prevista obligue a los trabajadores a aceptar empleos de peor calidad que los que podrían disfrutar en mejores condiciones económicas», destacan.
Este es el caso de Venezuela, con un salario mínimo que ronda los $7 mensuales y que sumerge a muchos trabajadores en la categoría de la pobreza extrema, sin acceso a servicios públicos o a mecanismos de protección social, pero viéndose en la necesidad de trabajar para sobrevivir.
La crisis mundial no avizora una mejora en este sentido. Prevén que se inviertan los avances alcanzados previamente y que se agraven los déficits en los próximos meses.
La esperanza de una mejora estaba centrada en el desarrollo tecnológico y las innovaciones digitales que, si bien han tenido un efecto positivo en la productividad, aún no muestran un impacto en mayores oportunidades de empleo.
«Las innovaciones digitales aún no han surtido efectos indirectos en la productividad del conjunto de la economía hasta el punto de impulsar el empleo y el crecimiento. Antes bien, los aumentos de productividad concentrados han sesgado la distribución de las oportunidades de empleo de alta calificación hacia unos pocos sectores tecnológicos, exacerbando la desigualdad y la ralentización de la productividad», añade el informe de la OIT.
Si se cumplen las previsiones actuales con respecto al crecimiento económico global, una mejora inferior al 2% podría tener un impacto perjudicial en la creación de empleo y el mercado de trabajo se deterioraría ante la incapacidad de las empresas para retener a los trabajadores por problemas de financiamiento, mientras que los Gobiernos también se verían incapaces de implementar políticas favorables para el fomento del trabajo.