Cubagua es la antiquísima ciudad venezolana de la que oímos hablar a la maestra en la escuela primaria con sus aguas de mar en las que los indígenas se zambullían para la pesca de perlas, codiciadas por los conquistadores y colonizadores europeos. Es el primer asentamiento fundado por los españoles en Venezuela al emprender la empresa de la conquista al que denominan Nueva Cádiz en la isla de Cubagua. En la lengua guaiquerie significa “lugar de los cangrejos”.
Ese constituye el escenario de esta novela del escritor valenciano Enrique Bernardo Núñez publicada en 1931 en plena dictadura del gomezalato de la que fue funcionario diplomático. Una narrativa con el poder del deslumbramiento en todo su contenido suscitando una incesante y placentera lectura pocas veces experimentada.
Un inventor
Cuando se aborda el tema de la originalidad en la cultura y arte latinoamericanos uno de sus referentes creemos es esta obra del género narrativo. Núñez inventa al margen de la imitación cuando la literatura venezolana comenzaba a abrirse tímidamente a las expresiones universales del arte. Cubagua es una obra revestida con una fascinante trama sustentada en el traveseo de los planos espaciales y del tiempo más la excelente prosa de un talentoso escritor. Eso lo hace una novela de vanguardia en la década de 1930.
La obra convierte a Núñez es un verdadero precursor de la nueva novela latinoamericana con el uso de los recursos de la traslación de planos en el desarrollo de las secuencias y escenas. Recursos que luego, a partir de los años 60, descubrirían los escritores del boom literario latinoamericano, entre estos Gabriel García Márquez, por citar uno. También las escenas congeladas en que abruptamente concluye un capítulo para pasar a otro sin restarle coherencia, unidad temática, unidad de propósitos y coordinación discursiva. Pero sin duda se adelantó en el tiempo a la corriente del realismo mágico y una novedosa búsqueda de la técnica para plantear el relato, mediante la superposición de planos. Entonces el panorama literario venezolano se desprendía del tradicional criollismo en la prosa y la métrica española junto al rítmico modernismo latinoamericano dominaba la poesía. La modernidad europea se asomaba en el camino. Cuando aparece aquel es un innovador acontecimiento que pasa inadvertido.
Esas técnicas son atribuidas merecidamente al estadounidense William Faulkner. Pero al principio de la tercera década del siglo XX, curiosamente, las desplegó este escritor venezolano en aquella Venezuela ajena al mundo exterior.
Una delicia estética
El autor combina hechos históricos con los ficcionales. De los históricos citamos la aventura del tirano Lope de Aguirre quien provenía de Perú y arribó a la isla de Margarita en donde es rechazado por las autoridades. Esa secuencia es breve recurriendo a la yuxtaposición de planos cuando retrocede al pasado.
El valenciano es dueño de una desbordante imaginación que despliega en la novela para dislocar situaciones, hechos, objetos, personas, fenómenos diversos en que funciona la magia que suele convertirlo en otro.
Llama la atención la forma cómo principia la narración cuando muestra una atmósfera de desolación por el abandono a que ha estado sometido el pueblo transcurrido más de 400 años de su fundación. Es así como nos pinta las instancias principales sobre las que gira la cotidianidad de una ciudad: plaza, templo, casa de gobierno, ayuntamiento, mercado. El final es un monumento a la paralizante metafísica cuando afirma que transcurridos 4 siglos todo sigue igual.
Resalta también el refinado lenguaje del escritor de un poeta imbuido en la mejor prosa que nunca desciende en su calidad que reafirma de principio a fin. Su comunicación literaria se percibe muy eficaz cuando estábamos 1931 y es publicada Cubagua y se escribía con oraciones largas con cláusulas. Usa el lenguaje con una increíble precisión y rigurosidad dando la sensación de que todo lo calcula para otorgar categoría de ciencia a la escritura, como lo planteaba Gabriel García Márquez. Ese es otro de sus méritos
Desde la subjetividad psicológica, Núñez construye unos personajes muy sólidos, lindando con el arquetipo que nos rememora a los de Rómulo Gallegos en su novela Doña Bárbara. Gente muy recia y decidida como Doña Bárbara, la mujer terrateniente que no se anda con cuentos de camino.
Miseria y riqueza humanas
Éste no es indiferente a la situación de miseria de los de abajo cuando se refiere a este hecho por medio de los dinámicos diálogos. Es otro de sus aciertos que no pasan inadvertidos. En este sentido alude a los indígenas, víctimas de la injusticia, miseria y violencia.
La búsqueda de riquezas mineras por el codicioso hombre español lo explota magistralmente el autor con la pesca de perlas. Luego el del petróleo en el siglo XX en la persona del protagonista de la obra el ingeniero minero Ramón Leiziega, con estudios en una universidad estadounidense y quien pertenece a la clase pudiente controladora del poder económico y gubernamental. Es el lado sociopolítico que no se le escapa al escritor. En la obra ocupa un lugar privilegiado por su elevado estatus profesional, económico y social. Entonces un bachiller y un graduado universitarios eran pocos en el país.
Inmovilidad y aventura
Nada cambia en ese pueblo lo que equivale a la inalterable quietud que nos recuerda a Pedro Páramo del mexicano Juan Rulfo. Para su desdicha éste no evoluciona hacia adelante lo cual significa ausencia de progreso y movimiento dialéctico. En más de 400 años no hay nada nuevo bajo el Sol, excepto desgracias naturales que lo asedian. Aunque algo ocurre siempre que modifica el entorno como el soplo del viento que modifica las hojas de los árboles. Tal vez por ello finaliza el relato con esta metafísica frase: “todo estaba como hace cuatrocientos años”. Cubagua fue abandonada a partir de 1543 aproximadamente, tras ser azotada por un terremoto y huracanes y padecer la expoliación de su riqueza de perlas.
Este texto constituye una fascinante aventura literaria por los valores evidentes de su inventiva en aquella Venezuela sumida en la oscuridad y atraso durante la dictadura gomecista. Una adversidad que el escritor rebasa con su práctica artística. Pues 3 décadas después su estilo y técnica para narrar, son adoptados por una nueva generación de escritores americanos, la del boom literario latinoamericano de los años 60 y 70. Una obra de vanguardia a lo venezolano sin copias del opresor y alienante cultural externo. Una escritura que oscila entre la excelente prosa y mejor poesía apuntalada en una serie de recursos literarios con los cuales el autor contagia y encanta al lector. Un relato que se lee con inmenso placer de principio a fin, pues resulta muy entretenido.
Enrique Bernardo Núñez (Valencia, 20-5-1895 – Caracas, 1-10-1964) fue el primer cronista de Caracas. Es además el creador de una sobresaliente obra literaria, entre otras, esa joya de la narrativa venezolana: La Galería de Tiberio, cuya primera edición destruyó en un arrebato de rabia, impidiendo que se conociera entonces.
Freddy Torrealba Z.
Twitter:@freddytorreal11