Es notable que en las recientes elecciones de Estados Unidos el voto total favoreció a los republicanos, 51.4% vs. 46.7% por los demócratas, por primera vez en mucho tiempo. Esto refleja un profundo descontento por la economía y el estado general de las cosas. Pero los republicanos escasamente se beneficiaron.
¿Significa eso que las elecciones fueron trucadas? No: Aunque hay distorsiones en la proporción de escaños con relación al volumen de electores, lo resaltante es un claro repudio a los candidatos extremistas impuestos en el partido por Donald Trump.
Algunos dirán que estos pésimos postulados fueron escogidos por los propios republicanos en sus votaciones primarias, pero eso no es totalmente cierto.
La realidad es que Donald Trump, como todo demagogo irresponsable, moviliza a una chusma de ignorantes, resentidos, primitivos, xenófobos, racistas y prejuiciosos, creyentes en conspiraciones fantasiosas, que poco tienen de auténticos republicanos y antes no los votaban.
Esa morralla siempre ha existido, solo que nunca tuvieron un caudillo que llegase a la presidencia de Estados Unidos y tratase de legitimarlos políticamente.
Son los mismos que históricamente formaron los viejos partidos comunista y nazi de Estados Unidos, aquel Ku-Klux-Klan que en los años 20 reunió más de 200,ooo personas en Washington; o un primitivo partido xenófobo del siglo 19 llamado los “Know-Nothing”.
Esa masa fanática en general poco sabe de ideología, y ha encontrado en el culto a este estrambótico personaje una vía para desahogar sus odios y prejuicios.
Es un perfil universal, resentido e intolerante, que culpa a otros y busca enemigos y conspiraciones para justificar sus propias deficiencias y fracasos, existe en todos los países. Y los demagogos los distraen con temas secundarios y extemporáneos, que nada tienen que ver con los intereses generales de la nación, como son la reglamentación de abortos y armas, que no constituyen prioridades políticas nacionales o trascendentes.
Muchos libertarios, víctimas del comunismo, enemigos del socialismo y de la intromisión del Estado en temas innecesarios pusieron esperanzas en Trump como imán de votos hacia sus legítimos principios económicos y políticos, pero la realidad es que el señor – sin principios ideológicos, éticos ni morales – es un total descrédito, contraproducente para el conservatismo decente.
Ha sido un absoluto desprestigio para quienes sostienen los ideales libertarios que promovía el republicanismo tradicional; y aquellos que auparon a ese Frankenstein, ahora tendrán que ver como lo amarran.
Antonio A. Herrera-Vaillant