Estamos viviendo una época muy difícil, complicada, llena de problemas de toda índole. Vemos guerras, muerte, hambre, migraciones, divisiones familiares y muchas otras enormes dificultades. El hombre debe buscar la solución a todos esos problemas pero no los encuentra, al contrario, cada vez son peores y más difíciles de resolver. Ha aparecido con creciente fuerza el drama del odio y la perversión. Nos encontramos por donde quiera con secuestros de niños, drogas, prostitución, armamentismo, incumplimiento de acuerdos, engaños y el olvido dramático de Dios. Hoy el hombre se cree el dueño de la vida y de la muerte. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: ”Dios, infinitamente Bienaventurado y Perfecto en sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para que tenga parte en su vida bienaventurada. Por eso en todo tiempo y en todo lugar, está cerca del hombre.” Me parece que esta afirmación del Catecismo, es lo suficientemente clara como para que digamos con seguridad interior, lo que decimos con frecuencia: Dios es el único dueño de la vida y de la muerte. Pero lamentablemente, cada vez es mayor el debate para imponer el “derecho” a atentar contra la vida humana, a abortar por la razón que sea. Hace unos años o décadas, se quería “justificar” por la enfermedad congénita del niño por nacer, luego por el peligro de muerte de la madre o de ambos, después por la violación de la madre, se quería justificar el aborto, la “interrupción del embarazo” como se le llama ahora, tratando de disfrazar con ello lo que constituye un grave atentado contra la vida del niño por nacer. Es necesario aclarar que este problema no es solo un problema religioso o una imposición de la Iglesia Católica o de otras iglesias, este es un problema de derecho natural, toda persona, y el niño concebido y no nacido es persona, tiene derecho a que se le respete su vida de manera absoluta. De tal manera que la malicia moral del aborto está clarísima y solo quien lleve por dentro una gran carga de maldad, puede aceptarlo. Hoy se habla mucho de los derechos humanos, pero nos olvidamos de que el primer derecho humano es el del niño por nacer, inocente, inofensivo y creado por Dios en su infinita bondad.
Hubo una época en la que no se sabía en qué momento el niño por nacer era persona. Santo Tomás de Aquino tuvo grandes dudas sobre esto y llegó a afirmar que el niño era persona desde los dos meses del embarazo. Hoy no existe ninguna duda moral ni científica de que el niño concebido y no nacido, es persona desde el mismo momento de su concepción. Por eso está claro que atentar contra el niño en el vientre de su madre, es el asesinato de un ser humano completo, con todos sus órganos y facultades, tal y como las tendrá el resto de su vida. Una vez concebido el niño, nadie tiene derecho sobre esa vida humana que empieza a desarrollarse o a crecer con todas sus potencialidades. La primera vez que vino a Venezuela San Juan Pablo II, en la Misa de las familias en Montalbán, el Santo Padre elogió nuestra Constitución Nacional, entonces estaba vigente la de 1961 y el Papa dijo: “En defensa de la vida, vuestra propia Constitución Nacional es muy clara. El Estado velará por la vida del niño desde su concepción hasta su completo desarrollo.” No tengo dudas que los grandes problemas de este momento de la vida del hombre, referidos al comienzo de este escrito, constituyen un sacrílego desafío a lo querido por Dios para cada uno. De nuevo el hombre quiere ser como Dios. Luchemos por la vida, sin miedo, con dedicación y por mandato divino.
Joel Rodríguez Ramos
