#OPINIÓN Por causa de honor #5Nov

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Honoris Causa quiere decir en latín por causa de honor. Define el reconocimiento a méritos excepcionales en una persona. Méritos por su aporte a lo largo de una trayectoria dilatada y normalmente, coherente en cuanto a las contribuciones que el trabajo o la inteligencia del reconocido han ofrecido a la sociedad y su conducta como miembro de ésta. Que recuerde, he escrito dos veces sobre este tipo de distinciones. Una cuando la Universidad de los Andes la ofreció a Rafael Cadenas y otra cuando la Universidad Centro Occidental Lisandro Alvarado lo hizo a Luis Aparicio, quien luego sería objeto de similar homenaje por el Alma Mater de su región natal. Ni siquiera cuando la Universidad Metropolitana, donde tengo a honra ser profesor, doctoró a Fernando Savater, el notable filósofo contemporáneo y mire que pude haberlo hecho, porque me sentí contento y orgulloso con esa decisión. Así que hoy lo haré por tercera vez en cincuenta y siete años de articulista.

La Universidad del Zulia ha conferido el doctorado honoris causa a dos venezolanos que conozco bien y que a lo largo de muchos años de conocimiento y relación me han dado muchos motivos para valorarlos por la coherencia entre sus relevantes recorridos vocacionales y sus vidas ciudadanas y personales. Se trata del merideño Román José Duque Corredor y el zuliano Oswaldo Alvarez Paz. Jurista el primero, político el segundo.

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Abogados ambos, Duque egresado de la Universidad Católica Andrés Bello y de LUZ Álvarez Paz, además de su vida profesional y privada, los dos han sido servidores públicos competentes y dedicados, de limpia hoja y obra tangible.

Con Román José trabajé de cerca cuando fue consultor jurídico de la Presidencia de la República, sabio y prudente ya en su juventud. Después sería juez de la Corte Primera del Contencioso Administrativo y magistrado de la Corte Suprema de Justicia, como lo había sido su padre, el ilustre profesor Duque Sánchez quien dictó Derecho Procesal Civil II (Casación) en mi quinto año de carrera. Profesor en pre y postgrado en la UCV y la UCAB, doctrinario de extensa bibliografía, consejero docto y generoso, volví a encontrarlo en la Academia de Ciencias Políticas y Sociales, donde su palabra de maestro tiene el peso de su sapiencia y su autoridad moral.

Con Oswaldo milité en la juventud, compartí brevemente responsabilidades como diputado al Congreso a donde él llegó mucho antes, a los veintiséis años y sirvió por dos décadas, hasta su elección como primer gobernador del Zulia nacido del voto popular. En el Capitolio presidió comisiones importantes como la de Política Interior, la Cámara de Diputados y dirigió la fracción parlamentaria, tareas estas dos que me honra haber cumplido después. En sus ejercicios como representante y gobernante brilló. Ha soportado dignamente, sin lloriqueo ni claudicación, la injusticia que le ha conculcado derechos fundamentales.

Duque y Alvarez Paz son como parecen ser. Su autenticidad sin dobleces no está reñida con la caballerosidad. Su palabra vale porque la avalan sus vidas. Su civismo sería resaltante en cualquier tiempo, pero mucho más en esta hora de nuestra patria, esa a la que han servido con fidelidad.

Al escribir esta nota, no es la amistad que me une a ambos mi motivación principal, tampoco la compartida afinidad con Duque y Álvarez Paz en los valores del humanismo cristiano. Una y otra, importantes para mí, sinceramente, son lo de menos. Lo que por encima de todo pretendo es llamar la atención acerca de la significación social de que las conductas de estos próceres civiles sean reconocidas y el buen ejemplo que eso significa para todos, en particular para los jóvenes. Venezolanos así son los que hacen falta.

Post nubila, Phoebus es el lema de la universidad zuliana, “Después de las nubes, el sol”. En estos doctorados que por causa de honor ha otorgado, se evidencia con toda claridad la idea que expresa.

Ramón Guillermo Aveledo

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