#OPINIÓN Los Diarios de la Zía Nona: La Calle Ciega (Parte II) #31Oct

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A mi gente bella… 

“Es útil salir de este mundo

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 …y verlo desde la perspectiva de otro”

 “El camino de la ilustración es como 

…medio kilómetro recubierto de vidrios rotos”

“El bolígrafo es más poderoso que la espada 

…si la espada es corta y el bolígrafo es agudo” 

“La historia tiene la costumbre de cambiar a las personas 

…que se creen que la están cambiando a ella”

Terry Pratchett

  • El Crillón y El Desayuno de Hojaldres

Despierto y por un minuto me siento en dos tiempos en un solo espacio. Un sujeto cuántico. El alba a las faldas del Ávila, es como un óleo de Cabré o un filme de Kurosawa: un ciempiés señorial. Me siento en otro mundo. Uno sin mamá. En su cuarto no oigo nada. Su cuerpo no está, pero su aire aún se respira. Entonces sueño despierto con todos ellos…

Papá salía anticipado a la ruta del café y el cachito en la panadería. Sabía que en Los Palos Grandes hay más panaderías que panes (y nada confundía más al presidente Nicolai que el vocablo panes repetido por penes). Peppino, el patriarca, parece que fue apenas ayer, lleva 25 años en el consorcio San Pedro, ese santo con nombre de piedra que de bendito no sabemos, y de sus piedras menos. La que sí le metía duro a lo sagrado era mamaíta quien a diferencia del hipócrita urbano lanzaba la piedra sin ocultar la mano. Ella ejercía la palabra decoro y no admitía apariencias. Prefería morir que abortar a sus abecedarios cincelados en piedra. Por eso Carmen siempre fue: la Piedra de Cristo, el Peñón de Gibraltar, el Malecón interruptor de la agitación de todos nosotros, pero nunca de ella misma. 

-¿A quién se le ocurre pagar 400 bolos por un bocadillo de jamón y queso con pan de orégano?…¡Ni que estuviera loco!…¡Primero muerto!…Carmen no se acostumbró nunca al malhumor de papá. En realidad era angustia. El trabajo escaso suponía sequía económica terrorífica, una que a papá lo llevó anticipado a rebuscar el café en la panadería, esa misma angustia que a mamá la ofendía dentro. Con el tiempo fue el porqué de su propia desgracia. 

Papá cubría algo su aprensión eligiendo dónde iba a comprar los cachitos de queso requesón y hojaldre, sus preferidos y también los nuestros. Papá soñaba la angustia al punto que al hacer la siesta (política indeleble) hablaba con sus acreedores. Discutía con dios y lo maldecía desde lo más profundo de su ser. No por odio sino por torvo. Así veía a dios papá casi un brujo. Por eso soy agnóstico, mi hermano Charlie ateo y mi hermano Nell mitad y mitad. Pero mamá era otro cuento. Se crió en un ámbito devoto de la Villa del Cura con una madre fervorosa y parroquiana, en un contexto sumiso. Mamá odió lo marginal desde el día que la invitaron a la fiesta de la vecina, y no quiso por no tener zapatos decentes. La abuela Dilia era pobre pero Carmen tenía sangre de infanta rebelde. Siempre odió la inopia, y a la muchedumbre de color porque la asociaba a las mala mañas y a la sazón antihigiénica. Y con su problema obsesivo compulsivo, le tenía horror a la inmundicia, al caos y a las ratas.

Papá a sabiendas de las cuitas de mamá siempre la consentía y ni hablar de nosotros los tres mosqueteros cada uno con una espada de filo diferente aunque nuestro gusto por los hojaldres mañaneros de Peppino era un quórum indiscutible. El crujiente sonar de masa y el queso caliente eran un éxodo por el paraíso del deleite. A eso había que sumarle el café con leche de mamá que suponía la tapa del frasco en cuanto al placer del yantar en el Pantry de la cocina todos juntos en un lazo que mamá mantenía bajo el señorío de sus códigos de aseo y acomodo exagerado. 

  • Pío XII y Corraleros del Mijagual…

Papá siempre miró el Ávila como un mensajero de sabiduría. Relajaban sus verdes por doquier y sus amarillos como estrellas domadas. La vegetación del cerro huía hasta las calles de la urbe con los árboles refrescando las aceras donde Peppino soñaba con una labor decente para mantenernos. Ese sufrimiento fue vitalicio como lo fue su amor y entrega por nosotros. Papá alcanzaba el portón de vidrio del edificio con su fe y su angustia intactas. La edificación llevaba el mismo nombre que el Hotel El Crillón de la Av. Libertador, famosa por sus odaliscas aviesas con miembro de hombre. Todo un despropósito para una sociedad llena de suciedad moral y malos hábitos. El Crillón estaba edificado en una calle ciega de la 4ta. Avenida de la urbanización Los Palos Grandes de color rojo ladrillo.   

Al pasar el portón tomaba el ascensor impar y pulsaba el No.7. El apartamento 7-B era un museo de pequeñas proporciones. Un estilo Luis XV, repleto de estatuas, vidrieras de cerámicas y estatuas de marfil. La mesa del refectorio de mármol de carrara. La sala con sofá blanco con la danza de las horas sobre el muro posterior y las sillas haciendo juego con el estilo arcaico elegante. Las alfombras persas traídas del medio oriente. Los cuartos y los baños tan impecables como un hotel para la realeza de Buckingham. Sin duda ninguna el apartamento de la Villa de Carmen del Toboso era único y sin igual, gracias a la excelencia de la perfecta ama de casa. Ana Teresa Cifuentes era una niña de pecho al lado de Carmen Teresa Carreño de F. Una descomunal Pantagruélica de la ordenanza y el buen gusto.

Cuenta las historias de mamá Carmen que en la época de recién casada se fueron a vivir a Roma-Italia pues papá consiguió en esos tiempos de bonanza la gerencia de la Línea Aeropostal Venezolana (LAV) en la capital italiana. Las aeronaves eran las más seguras del mundo, aviones de hélices de doble motor que muy poco fallaban, y de hacerlo podía planear y aterrizar de emergencia, cosa que los aviones a propulsión no. 

Mamá apenas notó la distancia entre la sociedad mediterránea y la criolla, tomó sus decisiones. La primera fue desechar toda la ropa que traía de casa y la segunda fue aprender el idioma que termino hablándolo mejor que su propio mentor, papá Peppino. Mamá era un ser competitivo pero no desleal. Jugaba con reglas limpias y vaya que lo hacía excelente. No había uno que no lo expresara así de Carmen. 

Pasaron 2 años antes que mamá saliera a patear las calles con el coche de su recién nacido muchacho (yo). El peinado banana que mamá estilaba hacía que la detuvieran en la vía. Eso y los fanales azules que llevaba por ojos detenían el tráfico peatonal. No contenta con sus logros de idioma y moda, llevó a su querubín a ser salpicado de agua bendita en la Piazza San Pietro a un programa donde el Papa Pío-XII bautizaba grupos de neonatos. Ese hábito papal no sé si aún continúa. 

Lo que si continuaba era el desayuno de hojaldres que a veces en días especiales provenían de la panadería Danubio cerca de la oficina de mi tío el Archiconocido arquitecto Américo Faillace. Valga decir que gracias a una sugerencia del tío nos mudamos al Crillón y no al Mijagual, que habían escogido mis padres. El Mijagual no dejó títere con gorro y se derrumbó como castillo de naipes en el terremoto de Caracas de 1967, apenas contaba con 10 años; Gracias al ojo diestro del tío y a la providencia también la estamos contando…Tal vez la bula papal nos salvó de ser sepultado en las pailas de un infierno de cemento. Gracias a todo ello sigo recordando nuestra historia entre sueños despiertos y realidades dormidas…

MAFC

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