Hay papás que por un mal entendido concepto de libertad o por flojera, que no es lo mismo dejan a sus hijos hacer lo que les da la gana. Bien sea porque se callana, o porque no están presentes. Eso es un error común y que tiene consecuencias nefastas porque entonces los niños crecen “a la buena de de Dios”, es decir, sin criterios, porque no los han recibido nunca.
San Josémaría aconsejaba: “Procurad que los niños aprendan a valorar sus actos delante de Dios. Dadles motivos sobrenaturales para que discurran, para que se sientan responsables”. Si no hablamos con ellos no habrá ocasión de darles criterio o la convivencia se convierte en un desagradable salón de clases donde se regaña por todo. Como aquella señora que le dice a su empleada: -Rosita vaya a ver qué están haciendo los niños en el patio y prohíbaselo.
Ejercer la autoridad es, en el fondo, ofrecer a los hijos –desde que son pequeños- las herramientas necesarias para crecer como personas. Y la principal es mostrar la propia vida. Los niños se fijan en todo lo que hacen los padres para imitarles. Ejercer la propia autoridad puede concretarse en enseñar que hay más alegría en dar que recibir. En este contexto, es bueno pedir a los hijos, desde que son pequeños, esos servicios que contribuyen a crear un clima de sana preocupación mutua.
Ayudar a preparar la mesa, dedicar un tiempo a la semana a ordenar sus cosas, atender el teléfono, abrir cuando llaman a la puerta, etc. No se trata de darles cosas para hacer sino que descubran que con su aportación contribuyen a que la vida en la casa sea mejor. Quitan trabajo a otros, la vida es más llevadera, etc. Antes o después habrá que corregirles, hacerles ver que lo que hacen mal tiene consecuencias para ellos mismos y para los demás.
Muchas veces podrá bastar con una conversación, cariñosa y clara. Otras, habrá que adoptar una medida que manifieste el arrepentimiento por lo mal hecho. Por ejemplo, hacer un pequeño trabajo para reponer una falta cometida. El castigo tiene una función pedagógica mientras no sea solo el desahogo de los padres. No tendría sentido prohibir las salidas por sacar malas notas, si luego lo que hacen es perder el tiempo en la casa.
Las malas notas se corrigen con estudio. Con tomarles la lección, con demostrar que saben. ¿Es más incómodo para loa padres? Sí, pero es más eficaz a tenerlos encerrados en el cuarto. ¿Rompen por desorden un objeto valioso? Pues que lo paguen de sus ahorros. Actuar así no consiste en que los padres deban mostrarse perfectos. También ellos se equivocan y piden perdón. Eso no humilla a nadie y enseña mucho.
Los padres deben sintonizar con los hijos. Quererles como son. Decía san Josémaría: “Se puede armonizar perfectamente la autoridad paterna, que la misma educación requiere, con un sentimiento de amistad, que exige ponerse de alguna manera al mismo nivel de los hijos. Los chicos –aun los que parecen más díscolos y despegados- desean siempre ese acercamiento, esa fraternidad con sus padres”.
@oswaldopulgar