En esos días libres que nos suele conceder la infancia con la inocencia percibida por el ojo del otro. Ignorante de que el conocimiento está en mí. Recuerdo la figura infantil de una niña que sobre todos los niños, siendo muy niña, se mostraba material y espiritualmente a los niños en una pantalla de cine. Era la novedad impactante que una niña actuara para una pantalla. Para mis volanderas ilusiones y sueños percibía un sueño ante mis ojos. Un sueño que me hizo soñar con imágenes en movimiento que actuaban ante mis ojos, en el plano vertical de una blanca pantalla. Soñaba porque ella era para mí un Ángel. Sólo los ángeles pueden materializarse así en un plano vertical. Esta realidad se sumaba a una experiencia que ignoraba en los escasos días que sumaban mis años. Esa niña era la primera que actuaba para el cine, y que mis sentimientos estimulados por la novedad la endiosaron. Se trata de Schirles Temple. Su proceder, su desenvolvimiento, su tono de vos, su actuación, su risa, sus melindres, su cabellera toda llena de bucles. Las madres de mi pueblo que tenían niñas se sintieron estimuladas con la novedad de los bucles y, sin excepción, se dieron a la tarea de ocupar gran parte de su tiempo en confeccionar bucles en los cabellos de sus hijas. Hojas de mazorcas de maíz, y papel de trazas con el cual los pulperos empacaban lo que vendían, sirvió a nuestras madres para que todos los días ocuparan con estos recursos su tiempo en confeccionar bucles, que ya para la tarde del mismo días se desbarataban. De modo que las madres, todos los días debían ocuparse de hacer bucles; y todo porque sus hijas debían verse como Chirles Temple.
De modo que las películas de Chirles Temple les dieron trabajo a las madres que tenían hijas porque todos los días debían hacer bucles para que sus hijas se pareciesen en los bucles a la niña de la pantalla.
Carlos Mujica
