Por mucho tiempo el actual régimen ha presumido de basarse en el amor y la tolerancia, en querer cambiar nuestra sociedad, y quién sabe si el mundo, a partir de una ideología que tiene como características fundamentales, entre otras, estos dos términos. Dejando para ulterior ocasión ese amor no precisado ni especificado, quisiera hacer la referencia a la famosa tolerancia dado que la mayoría de nosotros no la percibimos con facilidad o, al menos, no la entendemos.
Cuando nosotros hablamos de tolerancia nos estamos refiriendo a la que el más fuerte practica con el más débil, como lo hace nuestra Constitución, proporcionando idéntica libertad de creencias y opiniones ante la ley. Puesto que las proclamas de tolerancia solo valen en la medida en que los expedidores de tal declaración están dispuestos a obedecerlas y son capaces de hacerlo, deberíamos precisar más concretamente las características de esa tolerancia.
La tolerancia es un bien jurídico de la sociedad basada en la capacidad de reflexionar, no precisamente con una inteligencia abstracta si no con una inteligencia vinculada al sentimiento o a la simpatía que podemos sentir respecto a nosotros mismos y a los demás. El comportamiento de las sociedades humanas es algo inconcluso, pues está regulado por normas jurídicas y sus ideales. Todas las normativas, todas las leyes son algo puesto, no innato, pueden ser modificadas. Solo la educación, al diseñar unas pautas de comportamiento, permite la suficiente tolerancia para disminuir o eliminar la conflictividad entre los grupos sociales.
La intolerancia se basa en la defensa de privilegios, en la satisfacción d hacerse parte de una clase social o política que discrimina a los que no son como ellos a los indignos, a los menos valiosos. Dejando atrás el individualismo, cada persona se ampara en una clase determinada que comparte un ideal y que proporciona unas ventajas. A medida que profundizamos en nosotros mismos, y ejercemos nuestras funciones intelectuales somos más tolerantes. Solo es tolerante el seguro de sí mismo.
Dice Nietzsche que la tolerancia es una prueba de desconfianza del ideal propio “so tolero a los demás pongo en duda mis ideales que, naturalmente, son los mejores”. El ideal implanta una inhibición de pensar para así proteger una situación privilegiada ideal o ficticia. Solo impulsar el desarrollo individual a través de la educación puede permitir que los distintos grupos sociales puedan tolerarse y vivir armónicamente.
En nuestro país ya estamos cansados de facciones y partidos que, plenos de inseguridad, la combaten agrediendo a los que no comparten sus ideas y haciendo de la intolerancia su bandera.
Desarrollemos al hombre en su dimensión más trascendente, como portador de valores y no como simple miembro de un colectivo y tendremos una sociedad mejor.
@marcosromeroa