La discusión, aunque en tonos muy duros, nunca rebasó los límites del respeto. El viejo compañero de aulas me reclamaba lo que catalogaba como una obsesión de mi parte. “¿Cómo es posible que hayas caído en el pantano de los pitiyanquis y ahora te dediques a escribir contra Cuba?”. Creo que este condiscípulo –a quien jamás le conocí veleidades fidelistas, por lo demás- está afectado por alguna rara cepa bacteriana que derivó en un sarampión senil, pero lejos de disuadirme con sus patéticos razonamientos, el amigo me ha hecho ver que hurgar sobre la naturaleza vil de la satrapía cubana y consiguientemente divulgar sus iniquidades, no solo es oportuno sino imprescindible.
La psicopatología de Fidel Castro presenta rasgos muy peculiares y en ello se diferencia de otros dictadores, personajes todos que mayor o menor grado, han adolecido de trastornos psíquicos. Hasta hace poco era quizás el de desvaríos mas conspicuos y extravagantes, pero no hay duda que en los últimos trece años ha sobresalido en Suramérica un competidor que sin duda podría haberlo superado. Pero esa es harina de otro costal, por lo que fijando la atención en el alucinado de Birán, destacaremos una suerte de premisa conductual que lo distingue con relación a tiranuelos conocidos. En honor a la verdad, salvo las tipologías bestiales de algunos dictadores de Asia y África, solo en Fidel Alejandro Castro Ruz se ha manifestado una propensión tan marcada a usar el asesinato como forma de exterminar a quienes lo adversen. Esta aseveración no es fruto de la “pequeñez mental” que me endilgaba el condiscípulo de aulas liceístas, sino que se origina en una concienzuda verificación de fuentes muy diversas, y ahora, al salir a la luz pública el testimonio de quien conducía el vehículo que supuestamente produjo el accidente donde falleció el disidente cubano Oswaldo Payá, creo pertinente abundar sobre la saga criminal del sátrapa de La Habana.
Cuando se conoció la noticia del “accidente” que había costado la vida a este héroe de la resistencia, conjeturábamos sobre la altísima probabilidad de que la muerte de Payá fuese consecuencia un atentado ordenado personalmente por Fidel en alguno de los momentos de lucidez que llega a tener. Allí estaba su sello distintivo, ese que ha marcado sus pasos desde 1948, cuando ultimó personalmente a Oscar Fernández Caral, un policía que lo investigaba sobre prácticas extorsivas contra un profesor de la Facultad de Derecho. Pero ese crimen y su participación en los atentados en el cual fueron ultimados los dirigentes estudiantiles Manolo Castro y Lionel Gómez, así como el abultado prontuario de su vida como gánster universitario, ha sido bastante reseñado pero no suficientemente divulgado.
Los atentados siempre han sido la especialidad personal de Fidel. Para él, esa modalidad criminal parece que le hace brotar unos instintos salvajes que disimula con cortesía hipócrita y gentileza impostada, así que estamos seguros que todos los atentados –una larga lista que con mucho gusto entrego a cualquier interesado- han sido llevados a cabo con su bendición y mas aún, con su participación en el planeamiento de los mismos. Los medios para realizarlos y las maneras siniestras de llevarlos a cabo fueron siempre descentralizadas y rígidamente compartimentadas para dispersar la ruta de los indicios; aunque por lo demás, al tirano nunca le han preocupado dudas o incertidumbres de índole moral sino solo lo referente al margen de maniobra para poder negar su responsabilidad con cínico desparpajo. Por ello creemos que hoy, cuando los principales medios noticiosos del mundo se hacen eco de lo afirmado por Rosa María Payá en base a lo que a ella le trasmitió Ángel Carromero, quien ha confirmado que el vehículo que conducía fue embestido, quedará claro que Fidel Castro ha cometido un asesinato mas. Será la última sangre ajena que derramará el esperpento antes de ahogarse definitivamente en la ciénaga de su infamia.
