Hugo Chávez subió con paso firme las escalerillas del avión presidencial. Al llegar a lo alto, giró, levantó el puño y gritó «íViva la patria!» antes de desaparecer en el interior de la aeronave. Los venezolanos nunca más volvieron a escucharlo.
Esa madrugada del 10 de diciembre, el mandatario se afanó en repartir besos y abrazos a los numerosos colaboradores y amigos que fueron a despedirlo a la pista del aeropuerto Simón Bolívar en las afueras de Caracas en la antesala de su viaje a Cuba para jugar una última apuesta por ganarle la partida al cáncer.
Entre apretones de manos y palmadas en la espalda, Chávez intentó infundir confianza a sus más cercanos compañeros horas antes de someterse a su cuarta cirugía en apenas 18 meses para frenar una dolencia que finalmente acabó con su vida.
«Claro que volveré», le aseguró decidido al canciller Elías Jaua, con los brazos sobre sus hombros y esbozando media sonrisa, relató días después el funcionario.
Y regresó tras 70 días de un inconcebible silencio que se prolongaría hasta su muerte el martes 5 de marzo a las 16.25 horas en el Hospital Militar de Caracas.
Los detalles de su agonía siguen siendo un misterio.
El hombre que comandó Venezuela por casi 15 años entró en coma el día anterior y murió por una falla respiratoria después de que el cáncer hiciera metástasis en los pulmones, dijeron a Reuters fuentes cercanas al Gobierno y a su equipo médico.
Las dos últimas semanas del líder socialista de vida fueron extenuantes.
Aquejado por fuertes dolores que lo obligaban a permanecer sedado durante horas y que le impedían incorporarse de la cama, Chávez tenía que respirar a través de una cánula traqueal debido a una infección pulmonar aguda que le atacó tras su última cirugía en el hospital Cimeq de La Habana.
Los altos funcionarios que los visitaron durante su hospitalización en La Habana y Caracas «utilizaban iPads y otros recursos para hacerle «presentaciones de los proyectos», dijo una de las fuentes, al explicar cómo el presidente hizo lo todo posible para comunicarse con su equipo y seguir, pese a las enormes limitaciones, al frente de las decisiones de Gobierno.
Cuando le pidieron nombrar un nuevo canciller para ocupar el cargo que dejó vacante su vicepresidente y heredero político, Nicolás Maduro, le mostraron los nombres de los candidatos y él señaló el de Jaua y firmó el documento, dijo la fuente.
El mandatario había quedado extremadamente débil tras la operación de más de seis horas, que se complicó con una hemorragia interna y los médicos tuvieron que reanimar al paciente varias veces y descubrieron que las células cancerígenas habían llegado hasta los pulmones.
El equipo cubano que lo atendió en el postoperatorio tuvo que desarrollar un antibiótico personalizado con el que logró estabilizar la infección respiratoria y mejorar su condición. En medio de la aparente mejoría, Chávez pidió volver a su país.
El Gobierno, con el respaldo de la familia, se hizo cargo de todas las gestiones para garantizar un traslado sin riesgos en un vuelo de tres horas. Después, informó el retorno se produjo en la madrugada del 18 de febrero. No hubo imágenes ni fotos.
«íVolvió, volvió, volvió!», gritaban sus seguidores delirantes en las calles para festejar el «milagroso» regreso del Comandante a la patria.
HASTA EL FINAL
Días antes, las autoridades habían difundido las últimas fotos públicas del mandatario para contrarrestar los rumores que hablaban de un Chávez terminal, azuzados después de que no acudiera el 10 de enero a su propia toma de posesión para jurar el cargo que ganó en octubre con una contundente mayoría.
Las instantáneas, en las que se le puede ver hinchado pero sonriente tendido en la cama con una chaqueta deportiva, acompañado de sus dos hijas mayores mirando el diario oficial cubano Granma, lejos de aplacar las especulaciones las avivaron. En las hiperactivas redes sociales venezolanas denunciaron que se trataba de un montaje con una foto antigua.
Sus colaboradores se esforzaban por asegurar que el jefe bolivariano seguía dirigiendo el país pese al escepticismo de la oposición, que exigía sin éxito saber el estado detallado de la condición presidencial y su pronóstico.
Tres días antes de morir, Chávez sostuvo una última reunión con buena parte de su gabinete, donde durante varias horas pasó revista a los temas más importantes, le consultaron varias decisiones y pidió información sobre la marcha del país.
Cuando salieron del encuentro, los ministros fueron conscientes de que su condición era muy delicada, pero quedaron convencidos de que el presidente todavía podría recuperarse pese a que desde la operación recibía una gran cantidad de fármacos para garantizar sus signos vitales.
En las horas siguientes, su condición empeoró progresivamente hasta que el lunes cayó en un coma del que no pudo despertar. El martes, rodeado de familiares y su círculo más íntimo de colaboradores, sus constantes vitales se apagaron.
Un sombrío Maduro, enfundado en una camisa blanca, anunció poco después la fatídica noticia y rindió homenaje a su líder.
«Los que mueren por la vida, no pueden llamarse muertos. Y a partir de este momento está prohibido llorarlos», entonó, recitando los versos del cantautor venezolano Alí Primera, el favorito del presidente. «Honor y gloria a Hugo Chávez», concluyó con el puño en alto y la voz quebrada.
ESPERANDO EL MILAGRO
Por unas horas, Venezuela entró en estado de pánico. Tanto a sus seguidores como a sus enemigos les costaba creer que el hombre que durante casi tres lustros fue protagonista absoluto de la potencia petrolera había dejado de existir.
El propio Chávez había advertido lo complicado de la «urgente e impostergable» operación a la que se iba a someter y tomó sus previsiones, designando a Maduro como su sucesor y pidiendo el voto para él si definitivamente la enfermedad lo apartaba del mando en el país sudamericano.
A Chávez le diagnosticaron en junio de 2011 la enfermedad en un avanzado estadio de evolución, luego de someterse a una primera operación en Cuba por unos enormes dolores que los médicos achacaban a una diverticulitis.
Según una fuente médica, el principal diagnóstico del mandatario era un rabdomiosarcoma en el psoas, un músculo que va desde la parte baja de la columna vertebral hasta la cadera.
Poco después fue operado de nuevo para extirparle un tumor del tamaño de una pelota de béisbol de la pelvis en una operación muy compleja debido a que el paciente presentó septicemia, lo que obligó a los médicos a limpiar el tracto digestivo, un procedimiento arriesgado en pacientes oncológicos.
Entre julio y septiembre recibió quimioterapia entre Caracas y La Habana y en octubre se declaró completamente curado apenas cuatro meses después de comenzar el tratamiento. Pero el cáncer reapareció y en febrero anunció que debía ser operado de nuevo por un tumor en la misma zona.
Tras la tercera operación, Chávez recibió radioterapia hasta pocos días antes de lanzarse a su última y dramática campaña electoral, asegurando nuevamente a los venezolanos que el cáncer había desaparecido y que estaba listo para gobernar hasta 2019.
Durante tres meses, el que fuera aclamado por sus seguidores como «el huracán bolivariano» hizo una campaña atípica, con discursos cortos y poco hilvanados que desafiaban su proverbial locuacidad y actos de campaña cuidadosamente preparados, casi siempre montado en un camión o subido a una tarima.