#OPINIÓN Utopía tocuyana #28Jul

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Ernesto Sábato, un hombre grande e inolvidable de las letras americanas, escribió alguna vez que la centenaria frase “todo tiempo pasado fue mejor”, no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que la memoria, felizmente, las echa al olvido. En esencia, lo que Sábato propone es que la memoria actúa como filtro depurativo: desecha, lenta e inexorablemente, los malos recuerdos y conserva los buenos. De esa manera, la persona queda atada eternamente a los instantes que le produjeron mayor dicha y felicidad. 

Considero que la aseveración de Sábato, en el sentido de que no debemos considerar la frase de un modo literal, aplica en un rango muy amplio de casos, pero hay excepciones notables. Nostalgia aparte, si evaluamos esa colección de contradicciones que solemos llamar Historia de Venezuela, podemos afirmar sin temor a equívocos que casi siempre, todo tiempo pasado fue mejor. Pero hay un caso mucho más notable, donde todas las piezas parecen encajar a la perfección y donde podríamos asegurar que allí si, en efecto, como lo expresa la célebre frase, los tiempos anteriores superan siempre a los tiempos actuales. Estoy hablando de El Tocuyo, en la médula espinal del Estado Lara.

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El Tocuyo fue la primera ciudad del país fundada con carácter de permanencia en tierra firme y, por consiguiente, fue la capital de la Capitanía General de Venezuela entre los años 1546 y 1548. Desde allí salieron las expediciones realistas para la fundación de nuevas ciudades dentro del naciente país. Es por eso que se le conoce como la Ciudad Madre de Venezuela. Y cuando uno viaja a El Tocuyo y va observando ese infinito mar verde que es el valle que lo circunda, esas imponentes montañas enfrente, el caudaloso rio que corre en paralelo a la ciudad, de inmediato entiende las razones de Juan de Carvajal para fundar allí, y no en otro lugar, la que a la postre sería la ciudad pionera de Venezuela. 

Creo que no existe otro lugar con mayor potencial para erigir un nuevo polo de desarrollo venezolano, que El Tocuyo. Es una plaza que reúne las condiciones propicias para un crecimiento portentoso y una prosperidad garantizada. Y en esa senda se ha debatido la ciudad a lo largo del tiempo, sin embargo, hay dos hechos notables que han diezmado sus posibilidades. El primero es el terremoto de 1950, que la devastó y eliminó en estado embrionario el prospecto de ciudad pujante que en ese entonces era El Tocuyo. El segundo es la llegada al poder de Hugo Chávez y las viudas del socialismo soviético, con sus fracasadas políticas de planificación estatal, con sus antiquísimos y estériles métodos de intervencionismo económico y con sus parasitarios esquemas de subvenciones. Entre ambos hechos, prefiguran el estado actual de callada expectativa, de potencial desperdiciado, que destila la ciudad por sus cuatro costados.

 Cuando en la entrada de El Tocuyo, uno se encuentra con esa mole metálica en total abandono que es el actual central Pio Tamayo, de inmediato se palpa la dimensión de la ruina generada por el socialismo a la cubana, y en simultáneo, se tiene una idea exacta del bastión de desarrollo que ha sido malgastado por la desidia roja. Por eso, en El Tocuyo, uno puede aseverar de manera rotunda que todo tiempo pasado fue mejor.

El Tocuyo necesita un esquema válido que la interprete y la potencie. A gran escala, el que ha demostrado ser más eficaz para generar bienestar económico, y a la larga, bienestar integral, es el modelo liberal estadounidense, donde se contempla el desarrollo uniforme y parejo de la nación, tomando en cuenta las condiciones de cada región de ese país, pero sustentado totalmente en la libertad del individuo. La historia de Estados Unidos de América es, en efecto, una historia de realizaciones personales. Fueron los individuos, con sus esfuerzos propios, los que levantaron esas ciudades colosales y los que cultivaron esas infinitas praderas, que uno puede asociar tranquilamente con las praderas tocuyanas, con las praderas larenses, con las praderas de Venezuela entera. Fueron los individuos anónimos los que ensancharon las fronteras del conocimiento existente y transformaron el mundo con la máquina de vapor, con la vacuna contra la polio, con el chip de silicio.  Uno de los baluartes de este modelo fue Ronald Reagan, y durante su gestión, zonas inhóspitas y no desarrolladas del coloso de Norteamérica, alcanzaron su auge con una política fiscal propicia para que las inversiones comenzaran a llegar a raudales en las zonas que se identificaron como desarrollables. Eso hace falta en El Tocuyo: un Ronald Reagan a la tocuyana, que entierre los hados funestos del socialismo corrupto de raíces cubanas, y coloque a la ciudad en la vía expresa hacia la prosperidad y el progreso. Se trata, en esencia, de dar libertad a la gente, de poner el destino de El Tocuyo en manos de sus pobladores. El Tocuyo es una tierra de esperanza y posibilidades, y con esfuerzo y trabajo, sin interferencias de barniz comunista, hasta los menos pudientes de sus habitantes podrían alcanzar la seguridad y el bienestar que les corresponde. No se puede poner etiquetas a ese ideal como un sueño exclusivamente tocuyano, porque ese sueño también anida en el corazón y el alma de la República de Venezuela. El papel del gobierno es dejar al tocuyano ser tocuyano, y propiciar las condiciones mínimas para que el esfuerzo individual se constituya en motor del despegue económico.   

Desde luego, en la Venezuela del 2022, esto suena a utopía, pero los larenses de corazón, que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que ello todavía es posible, y que El Tocuyo tendrá el destino, acaso imaginado por Juan de Carvajal la tarde luminosa en que fundó la ciudad, y que, a la manera de Cien años de soledad, El Tocuyo tenga por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.                                          

Félix O. Gutiérrez P.

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