#OPINIÓN El mango de Canchunchú y el manguero de Chacao #23Jul

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Por esta temporada hay mangos por todas partes. El longevo árbol del patio de la casa materna vuelve a llenar sus ramas de frutos que van cayendo a medida que su coloración va tomando tonalidades amarillentas. Cada ráfaga de viento va acompañada del estruendoso ruido de los frutos al caer y de las miradas acuciosas de quienes esperan con avidez la caída cercana de un fruto intacto del que se pueda disfrutar al momento. Los transeúntes de las calles de las norteñas urbanizaciones caraqueñas, a las que la montaña les cedió un pedacito de su falda, van recogiendo en su transitar los frutos que les obsequian los árboles de las calzadas, esos que no pertenecen a nadie sino que son los verdaderos dueños del paisaje urbano.

Venezuela entera se inunda de mangos desde que comienzan a caer las primeras lluvias. En cada rincón del país aparecen improvisados puestos de ventas a las orillas de las carreteras o en las principales avenidas de los grandes centros poblados exhibiendo los frutos en tobos, canastos o carretillas. Los hay para todos los gustos, desde los más verdes hasta los muy maduros que exhiben llamativas coloraciones en la gama de los amarillos, rojos, naranjas y violetas. Si bien cada región resalta la calidad de sus mangos, hoy me enfocaré en los que se producen en Canchunchú y Chacao, gracias a dos hermosas piezas musicales que nos trasladan décadas atrás hasta esos memorables terruños. Ambas piezas están disponibles en plataformas digitales para su disfrute. Particularmente recomiendo buscar en Youtube, para que los vayan escuchando mientras leen estas líneas, la versión de Jesús Sevillano de El Mango y la grabación de El Manguero que realizara la agrupación larense Santoral junto el Ensamble Barquisimetal.

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¿Qué tienen los mangos de Canchunchú que no tengan los de otras partes del país? La respuesta es muy sencilla: A Don Luis Mariano Rivera, quien con su infinita sensibilidad para captar la esencia de las cosas más cotidianas además tiene la capacidad de transformarlas en coloridas piezas musicales en las que se recogen buena parte de esas pequeñas historias que, de otra manera, pasarían inadvertidas. El hombre que le cantó a su pueblo natal, a su Canchuchú florido, a la Cerecita silvestre que crece en el monte, a la desventurada Guácara que sirve de alimento al desamparado niño o al suculento Sancocho de pescado, no dudó en cantarle también al provocativo mango.

En ritmo de merengue oriental, este tema transita entre lo poético y lo anecdótico, evidenciando una continua crítica a los gustos por lo foráneo en detrimento de lo propio. Desde su primer verso, Luis Mariano asume una férrea defensa del mango, la cual no abandona en ningún momento, sumando argumentos que validan su predilección por la fruta criolla:

Cuál me gustaría comer, entre el mango y la manzana,

contestaré amigo mío, que el mango me da más ganas.

El mango lo como yo, también lo comió mi abuelo,

además tiene el sabor que salta de nuestro suelo.

Aunque el mango no es nativo de nuestras tierras, en este verso el poeta de Canchunchú resalta su arraigo venezolano al destacar que su abuelo, quien seguramente nació a mediados del siglo XIX, ya comía esta suculenta fruta que llegó a Venezuela en una fecha aún indeterminada por los historiadores. Agustín Codazzi da razón de su cultivo en Venezuela desde el XVII. Alejandro de Humboldt testimonia su presencia en la ciudad de Angostura hacia el año 1800, aunque la evidencia más concreta de su llegada a nuestro territorio se encuentra en unas cartas fechadas en 1789 en donde el comerciante Fermín de Sansinenea menciona la siembra en Angostura, hoy Ciudad Bolívar, de plantas y semillas diversas, entre ellas las de mango, traídas de la lejana isla de Ceilán.

Aunque queda claro que su origen es foráneo, para la época cuando Luis Mariano compone este tema podemos afirmar que el mango ya exhibe con orgullo su nueva y bien adjudicada nacionalidad. En su duelo argumental en defensa del consumo del mango en lugar de frutas importadas como la manzana, el compositor se vale de su fino humor para desmontar la imagen vulgar que se le pretende atribuir a nuestro mango:

Que el “chic” galán a su novia, cuando quiere regalar,

prefiere darle manzanas, antes que el mango vulgar.

Amigo esta no es razón, se lo digo sin porfía,

el galán procede así, por complejo y monería.

Que a una dama delicada comer mango es indecente,

porque le ensucia las manos y hebras deja entre sus dientes.

Amigo esa no es razón, si el mango fuera importado,

le aseguro lo comiera, sin tomar ese cuidado.

Si a los pájaros pusieran un mango y una manzana, 

le aseguro a nuestro mango lo picaran con más ganas.

Esta es la prueba mi amigo de que el mango es superior

además de nuestra tierra, tiene su rico sabor.

De los tantos versos maravillosos que insertó Luis Mariano Rivera en su extensa producción musical, me atrevo a afirmar que este dedicado al mango estaría entre los mejores logrados poéticamente. En él idealiza al mango, no sólo como un delicioso bocado que calma el antojo pasajero y sacia el hambre del desvalido, sino como un milagro de nuestra prodigiosa tierra que es capaz de impregnar su esencia a través de los elementos de la naturaleza.

El sol que alumbra mi campo le da su bello color,

la brisa pura del bosque le impregna su grato olor.

La lluvia de nuestro cielo desarrolla su hermosura,

la noche con su silencio, le bendice su dulzura.

Es amplia la variedad de mangos que se cultivan actualmente en el país. Las variantes más comerciales son el injerto o la manga de mayor tamaño. También se puede conseguir el mango Manila, principalmente en el oriente del país o variedades menos conocidas y de caprichosos nombres como el mango piña, mango de agua, perrito, paleta, olivo, camburito, Tommy, pico de loro, entre otras variantes. Sin embargo, la mayoría de los mangos cosechados los jardines o patios de las casas y los sembrados en las vías públicas son los que popularmente conocemos como mangos de hilacha y de “bocao’” a quienes los músicos cañoneros de principios del siglo XX le dedicaron un recordado merengue que aún muchos hoy entonamos:

El manguito de hilacha, el manguito ‘e bocao’,

se le quita la concha y se come pelao

Si hay excedente de mangos, seguramente también habrá quien los venda. Por lo visto el “manguero” es un personaje conocido en las grandes ciudades de Venezuela desde que el gusto por esta fruta invadió la geografía nacional. Con sus pregones iban recorriendo las principales calles y al grito de “¡Llegó el manguero!” anunciaban su paso. El pregón buscaba llamar la atención no solo de los transeúntes sino de los dueños y amas de casa que salían con canastos o grandes recipientes para comprar el tan alabado fruto.

César del Ávila, el mismo que compuso El pavo real, canción popularizada a nivel internacional en la década de los 80’s por “El Puma”, José Luis Rodríguez, dedicó a mediados de la década de los cuarenta del siglo XX un maravilloso merengue a esos vendedores ambulantes que con su carreta tirada por mulas o caballos iban recorriendo toda la ciudad improvisando ocurrentes versos con los que captaban la atención de sus clientes.

Cuando vendía los mangos con su carreta por la ciudad

junto con su negrita le iba gritando a la vecindad.

Alegre pregonaba ¡Llegó el manguero hay que aprovechar!

¡Verdes para jalea, son de Chacao, y se acaban ya!

La población de Chacao, rodeada de haciendas hasta mediados del siglo XX, es célebre por haber producido el primer café que se consumió en Caracas y por haber albergado a la primera gran escuela de composición que tuvo Venezuela en las postrimerías del período colonial, pero adicionalmente es una tierra que aún hoy en día produce mangos de extraordinaria calidad 

¡Oiga que llegó el manguero! Traiga misia su canasta.

A veinticinco por medio, bien maduritos para las muchachas.

Acérquese a la carreta, mira que son de Chacao.

Acércate aquí mi prieta para ponerte los mallugaos.

Los versos de la canción no sólo hablan de los diferentes mangos que ofrecía este vendedor ambulante: verdes para la jalea, maduros para jugos o las meriendas de las muchachas y los “mallugados seguramente como ñapa para los buenos clientes. También precisa el costo de los frutos, 25 mangos por medio real, es decir, cada mango a tenía el valor de un céntimo del bolívar de la época.

Entre Canchunchú y Chacao hay una gran distancia geográfica y entre el nacimiento de cada canción hay un buen trecho temporal. Lo que las hermana, además de la temática, es su capacidad de proyectar a las generaciones siguientes coloridas estampas, captadas fielmente por la pluma de Luis Mariano Rivera y César del Ávila, lo que nos permite ampliar y valorar esos momentos únicos e irrepetibles nuestra historia cotidiana.

Miguel Peña Samuel

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