Cuando enfermamos por un simple resfriado, junto a la fiebre aparecen síntomas como dificultad para conciliar el sueño, pérdida de apetito y ansiedad. Incluso es posible que nuestra capacidad de concentración disminuya, que nos sintamos deprimidos y que exhibamos comportamientos antisociales.
En otras palabras, los procesos inflamatorios de nuestro cuerpo provocan cambios evidentes en el estado de ánimo. Estudios recientes apuntan a que las responsables de este desbarajuste emocional son las citoquinas, proteínas producidas en respuesta a la enfermedad y consideradas los “gladiadores” del organismo.
Es más, ni siquiera hace falta estar enfermos para que las citoquinas hagan de las suyas. En personas obesas, por ejemplo, la probabilidad de sufrir depresión es de 2 a 3 veces más alta debido a que el tejido adiposo – la grasa- es una fuente importante de citoquinas.
El interferón alfa, una citoquina usada para tratar la hepatitis C, estimula un área cerebral implicada en la detección de errores y conflictos que nos vuelve más desconfiados y suspicaces, según ha demostrado Andrew Miller, de la Universidad de Emory (EE UU). Y en un estudio dado a conocer en la revista Neuroimage, Naiomi Eisenberger, de la Universidad de California (EE UU), ha llegado a la conclusión de que ciertas citoquinas aumentan la actividad en zonas del cerebro encargadas de la empatía, es decir, la capacidad de ponernos en el lugar de otras personas.
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