#OPINIÓN El laberinto chileno #23Jun

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En días pasados, un excelente amigo reenvió a mi WhatsApp un mensaje que decía lo siguiente: “Los tiempos duros crean hombres fuertes; los hombres fuertes crean buenos tiempos; los buenos tiempos crean hombres débiles; los hombres débiles crean tiempos duros”. Esas palabras, cuya autoría es incierta pero que la mayoría atribuye al escritor estadounidense Michael Hopf, me cegaron como un relámpago de luz en la oscuridad, pues comprendí que sintetizan de manera bastante nítida las desgracias crónicas de América Latina en general, y de Chile en particular. 

La historia chilena reciente es bien conocida. Salvador Allende resultó elegido presidente de Chile, el 3 de noviembre de 1970, enarbolando las banderas del socialismo, que a esas alturas ya mostraba signos evidentes de fracaso en los países del bloque soviético. Desde el primer día, Allende aplicó al pie de la letra la paquidérmica receta comunista, adobada con algunos ingredientes autóctonos y bautizada para consumo local como “vía chilena al socialismo”: economía totalmente planificada por el estado, nacionalización de los principales rubros de exportación y expropiación de los medios de producción. La debacle generada por dichas medidas no se hizo esperar. Solo basta con mencionar que, en tres años, la economía chilena pasó de una tasa de crecimiento del 3,6% a una contracción de -4,3%, y la inflación se disparó desde 36% a 306%. Estos indicadores originaron una profundísima crisis económica y social, que se tradujo en desabastecimiento generalizado y en un enorme malestar popular que el 11 de septiembre de 1973 detonó en un sangriento golpe de estado, encabezado por el general Augusto Pinochet Ugarte.

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El comienzo de la dictadura pinochetista fue bastante turbulento. En el ámbito económico, la situación heredada por el trienio de Allende supuso una pesada losa para el despegue de la economía. Fueron tiempos muy difíciles en Chile y de esos tiempos duros surgió una hornada de economistas, la mayoría formados en el Departamento de Economía de la Universidad de Chicago,​ siguiendo las ideas del premio Nobel Milton Friedman, que acordaron plantar cara al laberinto fiscal. Este grupo, conocido en amplios sectores de la opinión pública como Chicago Boys, fue ganándose paulatinamente la confianza de Pinochet, hasta adueñarse de la vertiente económica de su junta de gobierno. Las primeras medidas fueron instaurar una política de reducción del gasto fiscal, reestructuración del aparato estatal y un control estricto de la gestión presupuestaria. Al compás de los primeros éxitos, se profundizaron las medidas y se emprendió una reforma tributaria, reforma laboral, desregulación o liberación de controles en diversos sectores de la economía (fundamentalmente la agricultura), y reducción drástica de los aranceles aduaneros. En una etapa posterior se implementó la reforma de la seguridad social, un nuevo Código del Trabajo, las privatizaciones de empresas llamadas «estratégicas», y la apertura sectorial a la empresa privada. 

El resultado de esa política económica es irrefutable. Se generaron tasas de crecimiento robustas y sostenidas en el tiempo, que colocó a Chile a la vanguardia de Latinoamérica en el aspecto económico y, por momentos, a las puertas del denominado primer mundo, aquellos países de mayor desarrollo económico del planeta. El ciudadano promedio también se vio beneficiado en una mejora general de la calidad vida, mayor poder adquisitivo y fortalecimiento del peso chileno. Inclusive, con el fin de la dictadura pinochetista y el advenimiento de la democracia, las directrices económicas de libre mercado, siguieron funcionando notablemente bien. El péndulo de los tiempos había cambiado y Chile navegaba en las aguas tranquilas de la prosperidad. Eran buenos tiempos en el país austral para todo aquel que buscara superación y confiara en el talento y esfuerzo individual. 

Mi esposa y yo llegamos a Chile a principios de 2019, buscando un remanso de bienestar y atraídos por esos buenos indicadores económicos y por los testimonios de algunos compatriotas que no dudaban en catalogar a Chile como la USA de Latinoamérica. Y la verdad es que Chile no defraudó. Se respiraba en el ambiente un clima de prosperidad, atizado por una economía muy dinámica y un índice de desempleo bajísimo. Muchos testimonios que pude escuchar, daban cuenta de una movilidad social como no se veía en otros países de nuestra región: la persona que tuviera la perseverancia y la visión idónea, tenía el camino abierto hacia el estrato más alto de la sociedad. Sin embargo, todo esto estalló en pedazos el 6 de octubre de 2019, cuando una serie de masivas manifestaciones y disturbios originados en Santiago y propagados a todas las regiones, sumergió al país en una espiral descendente que no tiene visos de terminar. 

Los factores de izquierda que reivindican esta vorágine suicida, lo hacen sosteniendo la tesis de los excesos del capitalismo, la desigualdad social y la falta de oportunidades. Yo considero que el primer argumento es válido, no así el segundo ni el tercero. La economía de mercado se nutre del consumo, y patrocina el consumo hasta la extralimitación. Cuando el individuo percibe que ya no tiene como cubrir su demanda personal de consumo, mira a su alrededor y comienza a ver el vaso medio vacío, obviando el confort general que lo circunda y que, en la mayoría de los casos, fue forjado a base de esfuerzo y sudor. Este es el talón de Aquiles del capitalismo y es el caballo de batalla de la izquierda global, no obstante, como bien podría afirmar Winston Churchill en su sacramental frase “el vicio inherente del capitalismo es la distribución desigual de bendiciones, la virtud inherente del socialismo es el reparto equitativo de las miserias”. 

Surfeando la ola del descontento social exacerbado, Gabriel Boric fue elegido presidente de Chile el 19 de diciembre de 2021, el primer presidente que no atestiguó los contrastes de la historia moderna chilena. Boric pertenece a la generación que solo disfrutó las bondades de la bonanza económica, y no padeció los desmanes del socialismo.  

Tengo una tendencia natural a oponerme a las profecías pesimistas, pero las noticias diarias se encargan de contradecirme. No puedo dejar de recordar las palabras de Michael Hopf que me reenvió mi amigo por WhatsApp. Los hombres débiles han llegado al poder en Chile y los malos tiempos ya están de regreso.     

Felix O. Gutiérrez P.

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