#OPINIÓN Del Guaire al Turbio: Relevo #18May

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Hablamos mucho de relevo en la vida corriente. Las generaciones de relevo en la familia, la sociedad, la vida pública de los países, la actividad política, económica, educacional. Es natural que al paso de los años se vayan reemplazando las personas en los diversos cargos y trabajos de la actividad humana, aunque a veces algunas se enquisten en sus puestos. Hay plantas de relevo de trabajadores donde se deben laborar 24 horas al día; turnos de 8 horas para un grupo de obreros. En fin, somos relevo o relevados en la vida, nos guste o no, ya sea por edad, incapacidad, afán innovador de los nuevos jefes o lo que sea. Pasa nuestro turno y se da nuestro lugar a otro.

En algunas actividades se puede permanecer mucho tiempo, hasta la vejez; en otras, el relevo es pronto, en el umbral de la madurez. Tal, en los deportes, en algunas manifestaciones artísticas, como el ballet. Los músculos resisten menos que la mente, al pasar la juventud se vuelven flácidos, quienes dependen de éstos para ejercer su disciplina, tienen desventaja frente a los que trabajamos con neuronas. Un bailarín de ballet dura poco, un deportista también. Los 40 años son generalmente un final para ellos, mientras para un intelectual, un artista plástico, un músico, es estar en sus comienzos. Son condiciones vitales que si, no podemos cambiar, nos toca administrar el tiempo con inteligencia y previsión. Ir pasando de una actividad a otra, reemplazando, sin cambios bruscos ni lamentos por lo que se fue. A lo mejor, ir haciendo de una afición o hobby, un nuevo trabajo.

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En los deportes hay disciplinas de relevo, carreras donde un corredor termina su turno y pasa el testigo al que lo reemplaza sin que se detenga la carrera. Esto, desde las olimpiadas griegas hasta hoy. Ningún trauma por tener que entregar una vez cumplida la misión. Es como deberíamos actuar en la vida corriente: misión cumplida, el testigo pasa a otro y todos felices.

Para las estrellas del espectáculo, del deporte, suena duro el adiós. Son personas de gran popularidad, han sido aclamadas, dejar atrás esos aplausos debe doler. Y sin embargo, es ley de vida: hay que aceptar el relevo. Es lo que está sintiendo en estos momentos, con gallardía y generosidad, el inmortal tenista Rafael Nadal ante su compatriota y admirador, que ya extiende la mano para recibirle el testigo, Carlos Alcaraz.

Nadal tiene 36 años, Alcaraz 19. Perfecto momento para el comienzo de este traspaso. Ya el murciano le ganó al mallorquín, ídolo de su niñez, en el recién pasado Mutua Madrid Open. Lo sacó en cuartos de final y en semifinales le ganó, nada más ni nada menos, al número 1 del mundo, Novak Djokovic, el pedante serbio, que debe haber quedado bien frustrado. La final en Madrid fue de la nueva generación, Carlitos Alcaraz y el alemán Alexander Zverev, de 25 años. El triunfo se lo llevó en forma contundente el pavo de 19 años, tanto, que a la hora de entregar los trofeos el mismo Alexander le dijo al campeón: “En estos momentos tú eres el mejor del mundo”.

A Alcaraz le gusta que le digan Carlitos o Charly, preferiblemente, le parece muy solemne el Carlos. Es un chamo, pero ya con cuerpo de atleta, 1.85 m de estatura, corporalmente se parece a Nadal: buenas piernas y brazos musculosos. Zverev es notoriamente más alto, pero él le gana en musculatura. Creo que mentalmente Alcaraz es muy equilibrado. A lo largo del juego no se le nota tensión ni nervios, sino aplomo. Tiene intuición tanto para saber por dónde viene el rival, como para colocar él la pelota. Esta apreciación mía puede ser un poco a la ligera, no lo he visto jugar mucho, pero desde que lo vi el año pasado, me dije: he aquí el sucesor de Rafa.

No sé si el murciano me llegue a entusiasmar tanto como el gran mallorquín. Este está consciente del relevo y seguramente le agrada por ser un compatriota tan bien dotado. Como persona, Rafael Nadal se ha distinguido por su generosidad y su poco inflado ego, siempre reconoce los errores y debilidades después de cada partido; si lo derrotan, no busca culpabilidad en otros sino en sí mismo y señala la calidad del juego que le presentó su rival. ¡Ah…, si él tiene ya un relevo, me parece que llegó el momento de que a mí me aparezca uno! Dios tiene su tiempo de relevar.

Alicia Álamo Bartolomé

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