Por Violeta Villar / www.webdelasalud.com
“¿Y para quién va a ser esto?”, se asoma la señora con timidez, el bolso apretado al pecho, a la puerta del nuevo edificio cuya belleza tenía intrigados a los vecinos del barrio. “Para usted”, le responde el que está a cargo, “y para todos”.
Breve y definitivo diálogo, habría tenido lugar días antes del 13 de septiembre de 1999 cuando la Dirección de Extensión Social de la Universidad Católica Andrés Bello inauguró el Centro Social Santa Inés, tacita de plata enfocada en dar —en principio— a los caraqueños atención médica primaria; esa a la que insta la Organización Mundial de la Salud: que las políticas de Estado y cada hospital y dispensario, cada médico y cada paciente hagan foco en la prevención para evitar en lo posible contraer enfermedades; o que cuando menos simplifique los tratamientos de las dolencias ojalá detectadas a tiempo.
Tan notables los resultados de su gestión, 23 años después a este ya reconocido centro médico se le considera modelo: es accesible, eficiente como confirman las estadísticas, y sustentable.
Durante las primeras semanas no ocurriría nada en Santa Inés. Luego que el centro fuera inaugurado, con fondos que en principio iban a destinarse a una escuela de medicina que no vio luz, porque esa carrera en el país está vinculada históricamente a las universidades públicas, cuyos pensa, en esta área específicamente, estarían vinculados a políticas prioritarias de Estado —los estudiantes tendrán que conocer in situ las circunstancias de los ambientes rurales, inhóspitos e intrincados de la geografía nacional, fogueándose en condiciones adversas como futuros profesionales todoterreno—, seguiría el retraimiento de los eventuales pacientes, y lamentablemente no porque nadie en la zona no tuviera necesidad de atención.
Durante el primer mes el día de más volumen fue aquel en el que ¡cuatro personas! acudieron para hacerse exámenes.
Sin embargo, el impacto positivo que produjo en esos pocos atrevidos hizo efecto: la calidad de la atención fue buena nueva que se regó como pólvora; súmese la iniciativa tomada por los gerentes de Santa Inés que no se quedaron de brazos cruzados: eso jamás.
Apuntalados en la legendaria y bien cimentada relación con el entorno que mantiene la Universidad, fueron a buscar a la gente y a ofrecer, a viva voz, el servicio médico, búsqueda que siguen haciendo ya no para que vengan los pacientes sino para darles atención en sus casas a quienes monitorean y saben que no tienen posibilidades de bajar.
Se trata de las llamadas Jornadas de Salud que se hacen religiosamente cada semana. Dos jeeps, cuando menos, deambulan por Antímano, La Vega, Caricuao y Macarao con médicos que se dejan guiar por el radar de la conexión viva. Santa Inés no para.
“Durante la pandemia tuvimos que instrumentar el servicio de citas por internet, porque la gente empezaba a hacer colas desde la madrugada, si no es que se instalaban desde el día anterior y pernoctaban al descampado, no podíamos permitir eso”, reconstruye Carlos Torres, de la gerencia de Comunicaciones.
Asumido el derecho a la salud y vencido el miedo a la belleza, esa que saboteamos, y que no es un lujo —los pisos impecables, los instrumentales de estreno—, hoy se atiende a más de 430 personas por día en las distintas especialidades de consulta, casi 40 y las que faltan —entre otras, mamografía, endoscopia, cardiología, dermatología, tomografía, odontología, medicina interna, endocrinología, ginecología, rayos equis, terapia del lenguaje, alergología-inmunología y, una innovación, terapia del dolor—, así como laboratorio y diagnóstico por imágenes, a precios que son un alivio: mientras en cualquier clínica el ser atendido por un médico puede costar cien dólares promedio, aquí es cinco veces menos (cuando no es incluso gratis, según el caso).
Santa Inés se volvió un imán para los pacientes no solo de menos recursos y no solo de las parroquias circundantes: ahora 61% de la consulta proviene de las tradicionales zonas de influencia, y el 39% restante se desglosa sí: 19% proviene de Libertador, 15% de la Gran Caracas y 5% llega de distintas partes del país.
Se ufana el personal a cargo de que se debe tal preferencia a la accesibilidad conjuntamente con la calidad de servicios.
Santa Inés cuenta, gracias a Dios y al apoyo de distintas embajadas: notable el apoyo de la de Japón, así como ha sido decisivo el altruismo del gran benefactor Luis Vitols —luego de su muerte siguen ejerciendo la filantropía sus descendientes— para lograr que no haya carencias: mantenerse o superarse, no otro el afán.
Y sin duda es determinante la confianza que transmiten los médicos, esos que han estudiado su carrera haciendo prácticas desde el segundo semestre; los que ejercen una especie, ay, de medicina de guerra, dadas las circunstancias.
Santa Inés es parte de un cometido, de una concepción de las cosas, de un enfoque sostenido. Asombra cómo la Universidad Católica Andrés Bello se le planta a la crisis: una sartén que parecen tener bien agarrada por el mango pese a que los mandamases nos apetecen fritos en ella. Tuercen el caos y lo convierten en caldo de cultivo de la inventiva de docentes y alumnos, que, cabe decir, acaban de regresar a la modalidad presencial; una fiesta la vuelta de los casi 7,000 a las aulas.
La Universidad es un hervidero de ocurrencias y soluciones viables. Sustentables, el término clave.
La Católica pareciera estar imbuida de un espíritu de lucha o ¿fe? Da la impresión de que sus líderes llevaran al cinto como san Pedro el manojo de llaves con las cuales abrir no la caja de Pandora —esa fue destapada hace rato— sino las de las soluciones más cónsonas.
Esa universidad, cuyo pálpito contiene la serie de edificaciones de arquitectura pulcra y austera de Montalbán, obra limpia enclavada de las barriadas a mano a las que miman sensatamente, como también las 12 hectáreas de bosque al que protegen con programas ecológicos de vanguardia, no es una isla. Oasis sí.
Un abrevadero donde templar el coraje y saciar las ganas.
Por convicción, la Católica hace sinergia con la realidad, no la desconoce, todo lo contrario, trabaja en eso de tomarle las medidas, conocer su sustancia, orígenes y mutaciones, para modelarla.
Darle la espalda no es para nada la idea, al revés, se trata de comprenderla y luchar contra lo que la empaña.
Es el compromiso
Si el lema de los jesuitas, la congregación que la funda en 1954 y desde entonces la guía, es hacer causa justamente allí donde termina el asfalto, el del exrector Luis Ugalde, promotor del centro Santa Inés con el apoyo de Luis Azagra, exdirector de Proyectos de la UCAB, habría sido que no harían nada unos graduandos exitosos en una sociedad fracasada. Que hay que transformarla, influirla, vencerla. Arremangarse.
Por su parte, el del rector Francisco José Virtuoso es que se abre camino, se avanza, darse por vencido no es opción: “aquí no hay esa clase”. Por eso la universidad es cimera en trabajos de campo que nos revelan como país.
En política, cultura, ecología y claro en educación y en lo social. Investiga lo que ocurre, que para nada es encantador, en alianzas con instituciones democráticas del mundo.
Vinculando al estudiantado a las ideas más novedosas. La conexión, pues, además establecerla con el contexto también se teje con las instituciones internacionales a la vanguardia promotoras de las ideas más poderosas.
Todo suma a la causa. La de un país mejor. Sano.
Organizadora del Proyecto Pobreza, levantamiento de la realidad con el propósito de intervenirla, la UCAB le lleva la cuenta a la crisis actualizando las estadísticas día a día, sin el más mínimos interés por edulcorar la píldora, mientras quita el polvo de la lente con sus revelaciones inéditas e inauditas.
Propone construir ciudadanía, liderazgos, democracia para lo que convoca encuentros nacionales, halla vías para fortalecer la esperanza, hace red. Y genera noticias. Así como se ufana del Instituto Especializado en Democracia que dicta cátedra —y diplomados—, inaugura un techo verde que vienen los europeos a observar y medir la temperatura que ha bajado en casi cuatro grados o abre un Centro Cultural que ya es referencia.
Y si otras proponen un parque tecnológico, como la Simón, ella se decanta por un parque social.
En la casa de estudios donde nació Fe y Alegría ese parque contiene 12 iniciativas para la promoción del trabajo comunitario y la salud subsidiada: la solidaridad, el denominador común.
Santa Inés tendrá más que un grano de arena aportado a favor, a la hora de sacar cuentas (suman 16 los centros de salud asociados a la fe católica): el venezolano con todo y este proceso trágico que nos acontece habría aumentado sus expectativas de vida entre 1940 y ahora de 48 a 84 años.
Y más innovador que la consulta para la terapia del dolor, el hecho de que el Centro ofrezca atención en particular a los adolescentes, como especialidad.
La que incluye orientación psicológica y sexual, sí, sexual para jóvenes entre 10 y 18.
En casos de familias donde ha habido abuso y viven muchos en un mismo espacio y no se vislumbra solución inmediata o deslinde de aquel miembro que ha sido abusador, pues no se arredran a la hora de ofrecer protección y anticonceptivos que eviten un embarazo precoz.
“Nos dicen que si somos católicos ¿cómo es que asumimos tal cosa como la planificación familiar? Es más que eso y es muy importante”, añade Torres.
“San Ignacio recomendaba decantarnos por el bien mayor”. En las encuestas que hacen a los muchacho donde Santa Inés hace presencia las cifras son más esperanzadoras que lamentablemente en otros rincones del país. Mientras se da el caso de pequeños que han sido iniciados en la sexualidad a los 8, dios, el programa Tú decides confiesan que comenzaron a los 16.
Mercedes Morales, quien fuera asistente de Ugalde y da la cara, cara honrada por el trabajo a pulso en Santa Inés, el cuento al dedillo, asegura que la idea no es sortear la emergencia, que ya eso sería mucho, sino sanar a lo profundo.
No dar una bolsa de remedios sino articular la salud y la vida de manera integral: las circunstancias y el alma.
Uno agradece que no haya un solo Ortega y Gasset: la Escuela de Psicología de la UCAB, junto con Santa Inés, comenzó la Cátedra de Compromiso Social. Más que réplicas de espadas, parecería más seductor que se repliquen aciertos así.
La respuesta es contundente: el centro de salud prestó 45% más servicios médicos en 2021 que en 2020, y 64% más en relación a 2019. Crece. Que nadie tire la toalla.
La salud mejora al margen de quienes la descuidan y chotean ¿Y qué más? ¿No es posible vencer en otros renglones? ¿No es esta una mejor versión de la épica batalla independentista de Santa Inés?
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