El problema cultural, un auténtico y real problema latente en todas las épocas de la historia humana, definido en formas particulares en búsqueda constante de un solo objetivo: Mantener el control de la población en manos del Emperador, Monarca, Sultan; o como se haga llamar quien tenga la sartén por el mango, y sin importar la forma en que tomó o llegó al poder: Derecho divino, heredad, asesinato, revolución, golpe de estado, mandato internacional, cabeza de una religión, ideología, elección popular, amañada…etc.
De hecho la primera tarea a cubrir por un mandatorio es como mantenerse en el poder y descubrir el mejor método para garantizarlo. Al día de hoy no se ha descubierto nada mejor a la fórmula de Roma: “Pan y circo”…
Pero sólo en los días actuales, cuando el poder real –el ejercido por las grandes corporaciones— forcejea por convertirse en universal, se llega a comprender la causa real de la efectividad de la fórmula romana y hasta donde llega su fuerza. Así a la par del empeño por crear nuevas formas de circo, se abre el frente de lucha contra los egos dirigentes de las federaciones que se niegan a claudicar, y pretenden un tipo de arreglo de conveniencia para usufructuar cada una su localía y un halo de influencia ordenatriz a un entorno satelital inmediato, casi el frágil status-quo vigente nacido cuando China (todo cambia, China permanece) se atrevió a disponer gatos de color distinto para cazar los ratones rebeldes de su casa, detalle aunado a la fuerza aluvional de su población, suficiente en la tarea de alcanzar y ahora superar en un breve porcentual la economía de Estados Unidos, cuya población es un 23% la del dragón amarillo, dato suficiente para valorar la eficiencia y grado de productividad de la federación norteamericana.
De esta forma vemos la magnitud alcanzada por lo que inicialmente llamamos “problema cultural”, un grave trastorno social de alta incidencia política, cuyo epicentro nodal es sorpresivamente inesperado y desconocido por casi la totalidad de quienes son el blanco preferente de esta guerra singular, en la que sirven millones de soldados anónimos, contribuyendo con su esfuerzo y dedicación a la victoria final; la conversión de todo proyecto personal en humo cubriendo absolutamente cada minuto de ocio posible en atención exclusiva al evento circense en escena, continuado, inextinguible, generador de todos los grados posibles de sucedáneos de las satisfacciones y alegrías-margarinas de tres o cuatro matices, falsos como toda imitación realizada en plástico barato.
Porqué abrumar y ahogar, el tiempo de ocio… Elemental Watson lector,
se trata del tiempo más valioso del hombre. Los momentos del descanso, de la meditación, del juego, de las visitas interiores…
—Y qué tiene eso de valor, de importante…
La pregunta surge de la audiencia y son decenas, cientos, miles, quizás millones quienes la repiten.
Del descanso, meditando, de algunos instantes del juego, de las visitas interiores, surgen las ideas, los inventos, la creación, las grandes respuestas. Los jalones del progreso nacen en esos momentos. El tiempo del ocio ha sido el que enseñó al hombre a descubrir la sutil y frágil diferencia entre dudar y pensar.
Y pregunto, conoce alguien un arma, herramienta o dispositivo de mayor fuerza y poder… No existe nada superior a una idea, por eso es obligatorio si persigues el control total, matar las ideas, tarea especialmente difícil. Por ello es necesario ahogar el pensamiento, acabar con la fuente. De estas consideraciones nace el fortalecimiento del circo universal, banalizar el vivir, conducir el ser, harto de golosina basura, hacia la breve y escasa dimensión de hombre cosa, predecible y mecánico, automatizado robot, copia al carbón de los perros de Pavlov. Cero pensamiento creador, cero problemas de control.
La magnitud de esa lucha entre las grandes corporaciónes y los líderes y cabezas conductoras de las federaciones aspirantes al dominio universal, léase China, Norteamerica, Unión Europea, y aún la medio alicaída Rusia, con el aluvión del dinero árabe a la caza d e la más pequeña grieta donde colarse, no augura nada de tranquila armonía en los próximos años. Aunque aparentemente las corporaciones están en ventaja, no podrán lograr un dominio integral. Lo más seguro será un arreglo y el paso a una transición que reparta la torta más o menos en proporción a la cantidad de saliva de cada uno para deglutir harina. Léase músculo militar-tecnológico y capacidad de investigación científica de mayor volumen y calidad.
El corolario, respecto a problemas de orden similar, por analogías, en el resto del rebaño, no tendrá más importancia que el anecdotario acompañante.
Pedro J. Lozada