Uno de los diputados de la ilegítima Asamblea Nacional del 2020, que se ha destacado en su indigna actitud de defensa del régimen dictatorial que nos acosa, declaró la semana pasada que “la separación de poderes no existe”, refiriéndose al Estado. No podría caber mayor disparate en cabeza de un “diputado” que por su misma condición debería proclamar y defender la independencia del órgano que compone, el poder legislativo.
Charles Louis de Secondat, señor de la Brède y barón de Montesquieu, por allá en las primeras décadas del siglo 18 sentó las bases del funcionamiento del Estado Democrático, fundamentos inalterables e indiscutidos de las repúblicas modernas, algo que al parecer omitieron en el currículo educativo de las misiones donde se formaron los líderes de la revolución bonita.
La separación e independencia de los poderes del Estado es un principio jurídico, con importantes consecuencias políticas y de garantía ciudadana que arranca desde la era de la Ilustración que insufló los ánimos que desembocó en la Revolución Francesa. Es verdad que de eso hace más de dos siglos, pero adelantos importantes de la humanidad no envejecen al extremo de desdeñarlos cuando traen progreso y mejoran la vida en sociedad: por la larga data de la comunicación telefónica o del transporte automotor no deben desecharse. Igualmente sucede con ciertos principios que perfeccionan el mando político de los gobiernos.
El Absolutismo en el cual se reunían todos los poderes del Estado en una persona por mandato de Dios, fue sustituido por el Estado Republicano cuyo poder deviene de la voluntad popular, en el cual se separan las funciones del Estado encarnadas en lo que se ha llamado Poderes. Fundamentalmente existen tres Poderes básicos: el Poder Legislativo que hace la ley, el Poder Judicial que interpreta la ley y la aplica a la ciudadanía y el Poder Ejecutivo cuya obligación básica es realizar las órdenes que emanan en forma de ley del Legislativo o de sentencia del Judicial.
El Ejecutivo no es más que un ejecutor de las órdenes de los otros dos Poderes. Por ejemplo, el funcionamiento del Estado, tarea del Ejecutivo, debe realizarse a través del empleo de los recursos que apruebe el Poder Legislativo de acuerdo a la Ley de Presupuesto de cada año o la creación de normas como decretos o reglamentos deben dictarse dentro del sentido de las leyes que el legislativo aprueba. Por otra parte, es un mandante subalterno del Poder Judicial, pues como èste no tiene policías u órganos de imposición forzosa, es el Poder Ejecutivo el que tiene la obligación de ejecutar las sentencias que se dicten a través de las fuerzas del orden que están a su disposición.
Nuestra Constitución de 1999 se fue de boca en la creación de “Poderes”. Aparte de los tres mencionados, que caracterizan a los Estados Republicanos modernos, creo el Poder Ciudadano y el Poder Electoral. El primero no pasó de ser un “parapeto” sin utilidad para la vida institucional y el segundo es un órgano sin ninguna independencia y sujeto a lo que ordena el Poder Judicial y fue el órgano del cual partieron los más atrevidos timos a la voluntad popular a través de la muletilla de “la tendencia irreversible”.
Pero la función principal de los órganos del Estado no es la especialidad de los asuntos de los cuales se ocupan, sino la vigilancia recíproca que ejercen uno sobre los otros, para lo cual se requiere estar separados uno de otro y tener total autonomía en sus labores. Esa vigilancia trae como consecuencia cuidar que sus ejecutorias se ajusten a la ley, que es precisamente lo que diferencia a un mandato democrático y de Derecho de uno arbitrario y dictatorial. A su vez, es una garantía ciudadana en el sentido de que ante la actividad transgresora de derechos de las personas por parte de algún órgano, los otros reaccionarán para controlarlo. Eso sucede en democracia.
Claro està, en Venezuela se perdió ese rumbo que en forma legítima debe gobernar al país y es principalmente la razón por la cual el diputado de marras se permitió el dislate que encabeza estas líneas. Tal desatino tiene como propósito aupar la idea de que, al no haber separación de poderes, todos tienen un mismo rumbo: hacer realidad la “revolución” liderada por el Ejecutivo con su mandato despótico que arruinó moral, institucional y económicamente a nuestro todavía y a pesar del empeño chavista-madurista, hermoso país.
Jorge Rosell y Jorge Euclides Ramírez
