No me atrevería a afirmarlo, pues resultará hiperbólico para mis lectores. Mas presumo que las trágicas realidades que se engullen al mundo actual, aceleradas por la pandemia del Covid-19 y la guerra de agresión contra Ucrania, encuentran algún anclaje en la Venezuela de inicios del presente siglo. Aquellas cierran un ciclo (1989-2019) y marcan un quiebre «epocal» para la Humanidad.
Cuando los rumbos se nos hacen amenazantes o inciertos, lo enseña Ulises y a fin de proseguir, la mirada hacia atrás se vuelve instintiva. Así que traigo a colación las razones que animaran a los gobiernos de Libia e Irak en 1998, reunidos por Fidel Castro, para comprometer su apoyo financiero al candidato presidencial Hugo Chávez Frías. Les venía como anillo al dedo contar como aliado a la industria petrolera venezolana para sus luchas contra Estados Unidos. PDVSA, una de las más prestigiosas transnacionales del mundo, era parte de la seguridad energética de Occidente, tan icónica como lo fueran para el mundo capitalista las Torres Gemelas de Nueva York, derrumbadas en 2001.
No es casualidad que al concluir su presidencia Rómulo Betancourt, en 1964, después de haber enfrentado a las invasiones armadas del comunismo sustentado por Rusia en el Caribe, haya dicho sobre lo “fácil resulta explicar y comprender por qué Venezuela ha sido escogida como objetivo primordial por los gobernantes de La Habana para la experimentación de su política de crimen exportado. Venezuela es el principal proveedor del Occidente no comunista de la materia prima indispensable para los modernos países industrializados, en tiempos de paz y en tiempos de guerra: el petróleo”. Luego agregaría, con juicio visionario que “resulta así explicable cómo, dentro de sus esquemas de expansión latinoamericana, conceptuara Cuba que su primero y más preciado botín era Venezuela, para establecer aquí otra cabecera de puente comunista en el primer país exportador de petróleo del mundo”.
Diluidas tales referencias en el tiempo y llegado luego el instante en el que Chávez, después de superar la crisis de su frustrada renuncia del 11 de abril de 2002 ha de tropezarse con un referendo revocatorio de su mandato, que al termino le desfavorecía – a pesar del apoyo que a su pedido le otorga el mismo Castro, serán los observadores norteamericanos quienes le salven, en 2004. La cuestión petrolera fue otra vez lo determinante. La voluntad legítima del pueblo venezolano expresada en esos comicios «destituyentes» se obvió, por subalterna para los gobiernos de las Américas y europeos.
Al término de ese año, el secretario general de la OEA y expresidente de Colombia, César Gaviria, quien en yunta con el presidente Jimmy Carter y su Centro de Atlanta facilitan los célebres Acuerdos de Mayo, se muestra preocupado por la deriva totalitaria del gobernante venezolano. Le recuerda a este que puede llevar a cabo su «revolución», mientras no burle los términos de la Carta Democrática Interamericana.
Chávez había puesto en marcha La Nueva Etapa, El Nuevo Mapa Estratégico de la Revolución Bolivariana. Sobre su contenido escribo desde las páginas del diario El Universal, sin ser escuchado. Se trataba de otra hipérbole para la opinión de circunstancia, la dominante. Presentó aquél, asociado otra vez con La Habana y el Brasil de Lula da Silva, cuyo emisario se suma al propósito de frustrar los resultados del referendo del 15 de agosto anterior, las líneas maestras de lo que era la aspiración globalista de los causahabientes del derrumbe soviético.
– “El acercamiento a España es algo vital para nuestra revolución, para nuestro gobierno y eso puede hacerse desde la más remota alcaldía de Venezuela”, precisa Chávez. El tiempo le dará la razón.
– “Los enfrentamientos entre los fuertes debemos aprovecharlos… para nuestra estrategia. La Unión Europea, vemos que esta se consolida y eso es muy importante para nosotros, para nuestra estrategia, porque eso debilita la posición de los Estados Unidos”, agrega.
Y no se queda allí, en lo filatero, La Nueva Etapa. Muestra un esbozo de estrategia «logarítmica» por su empeño de trascender, que avanza desde antes. Es la aspiración del Foro de Sao Paulo y de su más reciente mascarón de proa, el Grupo de Puebla, como del Partido de la Izquierda Europea.
Todos a uno, a la sazón, encuentran el sólido apoyo de Naciones Unidas. Desde allí se construye la manida tesis del desencanto democrático (Informe Caputo, 2004) y la Agenda 2030 (ONU, 2015).
Pero no le basta el «negocio» al populismo autoritario emergente. Sabe que, para alcanzar el estado de ocio, lo diría Cicerón y lo entiende Chávez, lo primero es derribar los obstáculos «políticos» y culturales.
– “En las repúblicas exsoviéticas … queda una nutriente… Ahí quedó una semilla que ahora parece estar rebrotando”. “China tiene mucho dinero y quiere invertir en estos países. Vamos a invitar a esos capitales chinos. Estamos en el nuevo momento, ellos fortalecidos, nosotros fortalecidos, es el momento de ensamblar”, afirma Chávez con la perspicacia de un diablo iluminado.
Tales tiempos de lo venezolano se volvieron papeles con destino. Irrelevantes para una gran mayoría, pues el cerco de silencio al respecto, sumado a nuestra cultura de presente, lo impusieron tirios y troyanos, el régimen y la oposición partidaria.
Hoy reivindico, cuando menos, la frase que me deja entonces el Nuncio Apostólico, André Dupuy, con décadas de servicio en la diplomacia vaticana y luego de comentarle mi frustración ante la miopía colectiva: “El Norte los entregó, los dejó solos”.
Los Acuerdos Putin-Jinping sobre el Nuevo Orden Global, suscritos hace un mes, son el gran paraguas de las dictaduras del siglo XXI moldeadas hasta ayer. El «tour de force» en Ucrania es un bautizo de sangre, para dejar atrás al orden mundial que fenece, nacido en 1945: Cada localidad de Occidente habrá de labrarse, sola, su libertad o elegir a su dictadura, democráticamente. Es la regla que emerge. Es lo que hace memorable la denuncia del presidente ucraniano: “Nos dejaron solos”.
Asdrúbal Aguiar