Hace años leí en The New York Times un largo artículo en el cual el autor mostraba las señales de que el presidente de la Federación de Rusia, Vladimir Putin (2000-2008 y 2012-hasta la fecha), tenía un plan para recuperar los territorios pérdidos a raiz de la implosión de la URSS. El justificativo no era reconstruir la URSS sino retomar la Doctrina Imperial Rusa, instrumentada desde antes del zarismo y cuyos principios se basan en la doctrina de la Iglesia Ortodoxa rusa; una adaptación del Imperio Romano de Oriente o Tercera Roma (Roma, Bizancio-Constantinopla, Kiev-Moscú) para vincular a los países que comparten una misma historia con Rusia.
Aunque ese plan tuvo una larga gestación, u obstáculos, parece que los tiempos recientes han sido propicios para reactivarlo. En 2014 Rusia se anexó la Crimea y apoyó movimientos separatistas en dos provincias occidentales de Ucrania. En 2020 Rusia apoyó a A. Lukashenko, presidente de Bielorusia desde 1994(¡!), cuyo gobierno se tambaleaba por oposición interna, dada la forma como “fue reelecto” y el desconocimiento de Occidente. En enero de 2022, surgieron graves protestas en Kazajistan (Kazakhstan) por aumentos de precios. Rusia envió tropas para poner fin a las protestas, tratando de evitar que el gobierno mostrara debilidad ante opositores. La invasión a Ucrania ocurre bajo el pretexto de que la seguridad de Rusia estaría siendo amenazada por una eventual inclusión de ese país en la OTAN.
Pero el trasfondo de esta pugna no es sólo sobre lo militar sino, más amplio y profundo, se trata de la expansión de la Democracia Liberal versus las caricaturas de las Democracias Populares cuyos gobiernos son electos y reelectos con más del 90% a favor del incumbente, inclinados hacia Moscú y de larga duración; siendo Ucrania una excepción. El otro trasfondo en juego es el de las libertades económicas, la integración al comercio mundial, la disciplina macroeconómica y el predominio del Dólar versus el predominio de una economía regional alrededor de la rusa y del Rublo.
Los gobiernos de Occidente ni la OTAN intervienen porque, al entrar militarmente en Ucrania, se estaría arriesgando una guerra nuclear. Por lo mismo, Putin puso en alerta máxima las fuerzas nucleares de su país y así lo hizo saber al mundo, como táctica disuasiva: Sabe que no van a intervenir. Es decir, que no se conoce de que forma Occidente estaría dispuesto a parar las ambiciones imperiales de Putin porque pareciera que a las autocracias de países poderosos no les importa correr ese riesgo. Lo anterior implica que el debilitamiento de la OTAN por el entonces presidente Donald Trump puede haber contribuido a envalentonar a Putin a invadir a Ucrania.
Las sanciones que han surgido apuntan a ser mucho más severas y universales que las aplicadas en el caso de Crimea: Ya se observa la caída del valor del Rublo, salida de capitales e inflación, bloqueo de transferencias bancarias y las sanciones personales, lo cual compromete la estabilidad del gobierno ruso porque la élite que sostiene a Putin está constituida principalmente por hijos y nietos de altos jerarcas del Partido Comunista de la URSS que jugaron con ventaja en la privatización de los bienes del estado soviético y sus recursos están invertidos, obteniendo sus principales ganancias en negocios ubicados en EE.UU. y Europa.
La posición de la China de Xi sobre la invasión a Ucrania es diferente a la del gobierno de Mao cuando la URSS invadió a Hungría y Checoeslovaquia en 1968. Mao acusó a la URSS de facistas y de tratar de dividir al mundo entre Occidente y Oriente controlado por los soviéticos. Hoy, la China ve con agrado la invasión de Ucrania porque debilita a los EE.UU. y Europa y porque le resulta un preludio de la toma de Taiwan, el fin de la Democracia pluripartidista de Hong Kong, etc., etc. Ambas potencias, Rusia y China, publicaron un comunicado conjunto, justo antes de la invasión a Ucrania, en el que consideran que las potencias tienen derechos sobre los países de sus respectivas regiones, pueden condicionar su tipo de gobierno y rechazan la presencia norteamericana en sus patios. Uno de los corolarios de esta nueva “doctrina” es que Rusia y China le adjudican los países de América a los norteamericanos, pero los quieren fuera de Europa y le exigen a los europeos que excluyan a los norteamericanos de sus mecanismos de seguridad (OTAN).
La presencia creciente rusa y china en los países latinoamericanos parece una retaliación: “Si EE.UU. se mete en nuestras zonas de influencia, nosotros nos metemos en la de los norteamericanos”. Pero la desatención norteamericana hacia latinoamérica y las sanciones hacia Venezuela, Cuba y Nicaragua dejan el espacio abierto a quienes quieran llenar el vacío geopolítico y económico que se produce. En todo caso, pareciera que los gobiernos de Chávez y Maduro no sabían en qué pugna se estaban metiendo al abrirle la puerta a intereses económicos y militares rusos y chinos. Ser parte de una pugna geopolítica que incluye militares nos queda muy grande y es inutil: una majadería ideológica que en nada beneficia al pueblo.
José Antonio Gil Yepes
@joseagilyepes