#OPINIÓN Domicilio entre los Juncos (Parte II) #7Mar

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A la memoria de Germán (padre e hijo) y la flia. Perger Carreño

“Las librerías son esos territorios mágicos donde, en un acto de inspiración, 

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…escuchamos los ecos suaves y chisporroteantes de la memoria desconocida”

“Nuestra piel es una gran página en blanco; el cuerpo, un libro. 

El tiempo va escribiendo poco a poco su historia en las caras, 

…en los brazos, en los vientres, en los sexos, en las piernas”  

Irene Vallejo

  1. Centro Médico San Bernardino y La Fuente de Soda

Recordar no siempre es un trabajo agradable. Es como hacer un rompecabezas de un sinnúmero de piezas, semejantemente disímiles. Y si de romper cabezas se trata, tenemos al desgobierno ¿necesitas más? Mejor me dispuse a desmembrar el tiempo del Junco Country Club, de los Campos de Golf, del hábitat saludable de un ecosistema urbano ajustado en un ecosistema ecológico afinado, de correrías de hombres y lobos conviviendo en espesuras de selvas cálidas, del mar caribe que podía olerse en los alisios salinos que recorrían las faldas color esmeralda, ámbar, fucsias, y carmesí de la Serranía de la Costa.

Las memorias cuando menos esperas, aparecen con sus pro y sus contras. Lo cierto es que no existen males que por bien no vengan y viceversa. En ese orden de cosas el pastor alemán había estirado la pata de tanta ira acumulada en la carne roja, papelón y el encierro. La bestia sapiens peor salvaje no pudo ser y nada fue tan vil que limitar a la crujía al pobre canino. No puedo comprender de dónde sacamos los humanos para justificar tanta crueldad ¿Quién es el auténtico monstruo? ¿Cuál es la ¿inteligencia? más sanguinaria del mundo?

Cuando hay tanta cuestión sin respuesta el asunto se complica exponencialmente. El recuerdo también se empastela y da saltos cuánticos para estar acá y allá al mismo tiempo y aproximarse lo más fiel posible a lo evocado. Apenas llegamos a una versión modesta de la verdad y a una lejana inmediación manifiesta de los acontecimientos aludidos. No obstante, el temerario arriesga y se asoma al abismo. Las memorias se mezclan como nieblas al fondo del foso sin fin. Los vapores funden las piezas amontonadas en columbradas cortinas de tiempo; y los fieles a lo desconocido nos mandamos en un salto sin retorno como Sergio Ospino con el bejuco a los caprichos del quizá.

Los vapores de la memoria y el tiempo izaron el telón y aparecimos navideños otra vez en los dominios del Junco. Prestos a la brega a diario salíamos a las 4 am de la quinta Evelia mandados al arco que establecía la garita de entrada a la urbe. Pronto entrábamos a la carretera ondulada del Junquito, donde muchas veces parábamos a comer golfeados con queso’ e mano disolviéndose sobre la canela ardiente dejando un sabor olímpico al paladar. 

La parada era veloz, y no daba margen al compromiso del tío con el Centro Médico que atendía por contrato a los hospitalizados a través de la cocina que administraba en las cocinas de los sótanos del sanatorio. Si mal no recuerdo eran unas 200 o 300 bandejas entre desayunos, almuerzos y cenas con gelatina, caldo, principal, y jugo, los 365 días del año en carruajes rodantes de varios peldaños para trasladar hasta unas 20 bandejas por rotación.

En la parte superior del Centro Médico estaba la Fuente de Soda como apéndice y motor del negocio de servicios para visitantes, médicos y comunidades con una variedad de ofertas exquisitas y renovadas que ofrecía el comercio. Desde hamburguesas Jumbo con Cheddar fundido y papas fritas crujientes en forma de rosca sinfín salirse del platillo hasta filete miñón en salsa de hongos con cinturón de tocino y puré de papas como para alucinar.  

A mí no me costaba ni medio. Hablar de bolívares a 4,30x$ era mucho decir cuando con una medio obtenías chuchería y con un bolo ibas al cine o comprabas cigarrillos Astor, Lido, Belmont, incluso Marlboro mentolado u original. Con pocos bolívares consumías tres golpes completos con bebida o jugo de fruta y pan, en un solo envión. Se terminaba saciado hasta la médula. No hay palabras cómo contrastar ese periodo con los famélicos platillos de hoy a costo de órgano genital merced a las ocurrencias mentecatas del regente falsificado e incapaz de la casa del pez que escupe el agua también conocida como palacio Miraflores.

Mis primas Evy, Betty, Elizabeth al pasar el tiempo se encargaron de la caja y cobro del establecimiento de alimentos. El negocio era un diamante en bruto. Producía un montón de dinero pero igualmente generaba un raudal de responsabilidades nada fáciles de llevar a buen puerto. Sin embargo, la familia trabajaba como un dispositivo bien aceitado. Todo iba sobre ruedas hasta que la desgracia tocó la puerta familiar. Germancito, el primo mayor, la esperanza masculina de la familia, el ángel de luz falleció en un accidente vial (culpa de un ebrio) en ruta al oriente del país, con tan solo 18 años. El horror no terminó allí. El dolor de la pérdida fue tan atroz que mató de cáncer a mis tíos en tiempos diferentes. Primero fue el tío G, con un cáncer en el hígado que se lo llevaría a los 55 años. Luego, años más tarde, tía Evelia enfermó de una tumefacción y asimismo falleció. A uno si apenas le quedaba lugar para el sufrimiento pues el asombro y la incredulidad eran insistentemente intransigentes.

  1. La Lagunita Country Club y la Mansión Evelia      

Para el tiempo de las pérdidas la casa del Junco C.C. había sido sustituida por una quinta lujosa en la Lagunita C.C. Las urbanizaciones, quien sabe si por cábala, terminaban en complejos denominados Country Club o C.C. La mansión se llamó igual que la primera: Quinta Evelia. Solo que aquella era un palacete de lujo con salones en tres niveles, comedor de lujo para una docena de personas, dos cocinas con mesa para desayunos y tres neveras para mantener a la mano cualquier cantidad de cosas que asomaban bien acomodadas en los refrigeradores y neveras del reverbero. 

La fuente de soda se otorgó pero las riquezas quedaron en herencias repartidas entre las hijas que terminó en batalla campal por los bienes heredados. Las riñas empeoraron con los cuñados y abogados poniendo morado el caldo de la heredad. Y uno no era más que un espectador con la boca abierta por tanto en juego, y como familia con una vida modesta, no entendíamos adecuadamente qué se siente ser una familia adinerada. Era manifiesto que las familias de los amos del valle nos acechaban lo que no otorgaba ninguna patente de corso para algo más. Los cuadros y las obras de arte ya no tapizaban las paredes de la casa pero si se cuidaron de tener la vivienda con una quebrada enorme que atravesaba la parte posterior de la montaña como un vergel. Una montaña tenebrosa y oculta como el bosque de Mordor.

La parte ecológica de la casa empezaba al bajar unas escaleras empinadas hasta una puerta encarcelada que se mantenía bajo llave y candado por si acaso los cacos que nunca escaseaban intentaban penetrar la cañada trasera que más que quebrada era la vertiente de la montaña con una escorrentía audible aunque sepultada entre la maleza tupida. La humedad era evidente, y la niebla iba y venía pero jamás como en la casa del Junco C.C. No obstante la temperatura bajaba a los 15ºC, un ambiente considerablemente frío para el caraqueño del valle central a pie del bloque montañoso del Ávila, ese entusiasta paisaje de M. Cabré que acompañaba al ciudadano capitalino desde Petare rumbo a la Pastora. La ruta Ilan Chester.

Para variar, ciertas navidades luego que a tía Evelia le diagnosticaran cáncer, fueron para ser celebradas en la nueva casa de la Lagunita; allí también habían perros un tanto más pacíficos si se quiere, pero más numerosos. Creo eran dos o tres y no recuerdo las razas. Lo que recuerdo era que uno era de los que recuestan para que lo acaricies. Nunca fui ganado a sobarme con canes. Pero dadas las circunstancias hacía un esfuerzo y le daba ramalazos por la cabeza y listo. El animal se iba satisfecho y yo seguía mi camino de la hallaca y el pan de jamón persiguiendo, sin pulgas en el trasero, el aroma del chocolate caliente.

Tan solo entrar en el calor de la vivienda de la Lagunita era un pasaje a otro nivel de vida. Un lujo desparramado con el pino full de luces y regalos de los nietos, con su pesebre del niño dios que nunca podría faltar. El mesón tipo Luis XV con vajilla de porcelana fina, cubiertos de plata y copas de cristal para vinos y champaña. Las cestas repletas con pan de jamón de diferentes invitados que los traían como presente, y postres cumbres y apetecibles que desde el paraíso provocaban al mismísimo niño Jesús y a todo su santoral celestial. 

Ya la fiesta del Hatillo con los músicos era historia. Pero la festividad en casa de los primos era una divinidad natural. Se podía decir que entre las casas de mis primos maternos y paternos oscilaban mis órbitas navideñas. Ambas igualmente increíbles y fantásticas. No planteaban ninguna competencia, en todo caso, fueron complementarias. Era imposible no pensar en el vacío que dejaba Germancito en la historia familiar que no logró escribir por su desaparición prematura, pero sobretodo una caída inesperada. La página en blanco quedó en negro. Y el dolor se instauró sin color en el corazón de los deudos y buenos amigos…

  1. El desvanecimiento del ángel luciente y la vida accidentada de Cleopatra 

Para hacer un ejercicio de justicia digo que la pérdida de Germancito fue inesperada e injusta. Mi primo Germancito, fue a mí entender, una suerte de ángel de luz. Todo en su ir a convivir era luminoso. Empezaba con su risa que lucía como una galaxia llegando desde el espíritu consagrado por sus estupendos padres. La vida de tío G, era un sistema cósmico con él como estrella central de un régimen astral enormemente ilustre. Por eso para el viejo G, Germancito era imagen y semejanza de sí mismo. No obstante el brillo también provenía de su mamá, el eje moral ejecutante que ensamblaba a la familia en un solo bloque de luces.

Las anécdotas con él siempre eran simpáticas. Adoraba a sus hermanas que para ese entonces eran niñitas, incluso Puppy era una bebecita eléctrica que gateaba por doquier sin rienda más que la melena de nieve aporreando las vigas del mobiliario. Para Germancito, el universo era un matriarcado con él como molécula de pegamento. Sus hermanas, satélites fecundos, orbitaban su fuerza gravitatoria de atracción sanguínea. Un contorno planetario como cualquier otra esfera sideral que consentía en llamarse… “Planeta Familia”. 

En memorias sitiadas me vino al recuerdo un juego que practicábamos en las noches luego que mandaban a dormir poco después de leer la biblia. Nosotros teníamos un poco más de autorización. La diversión era simple y algo tonta. Se trataba de rebotar tirándose de espaldas al colchón de la cama luego de dar unas cuantas vueltas sobre uno mismo a fin de marearse un poco antes del lance. 99 % de las veces uno caía sobre el colchón. Pero llegó el día que Germancito dio más giros de lo usual y se lanzó directo al suelo, al lado opuesto del “safe” en la goma. 

El porrazo fue tan enérgico y sonoro que tembló toda la casa y por supuesto el susto fue gigantesco pues pensamos que se había desnucado. Gracias a dios fue más el susto, pero el chichón no tardó en brotar, y era como una erupción saliendo del cabello. Mis tíos no tardaron en regresar. La pesquisa llegó hasta al indiciado que no pudo ocultar el cuerpo del delito que emanaba del tuyuyo que salía de la parte posterior de la bóveda craneal. 

No sabemos cómo no se fisuró el cráneo ¿O era un cabeza dura que corrió con la suerte de novel que protege (nadie sabe cómo ni porqué) la providencia? El brinco de cama pasó a ser suspendido por las autoridades del patio y los ejecutantes de la riesgosa diversión quedamos notificados con el record Guinness de la estupidez en manos del aturdido y poco precavido primo.

Los baños de agua caliente nunca faltaron. Un vapor humeante sobre la tina aupaba la piel de gallina precediendo la ducha en la bañera. Un brillo desprendía la piel erizada por el vapor de agua que abrían los poros excretando restos de un día de metabolismo exigente. Y es que marchar por los atajos del club era la rutina de sudoración suprema. Los silencios sensuales. Los vagabundeos de la noche densa. Los nimbos profusos como ollas de presión cocinando la oscuridad. Las sombras de la vida y la muerte confundidas en una sola negrura impenetrable, y por supuesto las nubes negras que eventuales sobrevolaban sobre la cabeza de los incautos.

Recordé la perra azabache que adoptamos en una de las caminatas nocturnas donde la cachorra parecía extraviada. Le pusimos Cleopatra por Marco Antonio. Y quedamos en paz con la historia. Pero la historia fue, como siempre, mucho más pérdida de lo esperado. ¿Cuándo no?… La muerte de Cleopatra sobrevino sin aviso ni protesto. La caída no avisó solo sucedió. Cleopatra hacía mérito al nombre por ser de puro brinco alegre. Existía, como diría el finado Nadia, en un solo salto. Como óbice de vitalidad la perra corría como loca en la maleza atrás de la casa. Nos acompañaba en los podados de la maleza que crecía alocada sobre la vegetación arbórea que también era selvática y exuberante. 

Por esas cosas de la mala suerte, Cleopatra se atravesó en el machetazo que asestaba   a un bambú grande, atravesado y recién caído sobre el terrenal. La perra recibió un corte sobre la ceja del ojo izquierdo, lo recuerdo muy bien. La pobre le salió moquillo en ésta y murió de una septicemia. Me sentí todo un transgresor. Me odié por el gazapo, pero nada pudo hacerse y Cleopatra fue historia. La enterramos en el mismo lugar del suceso como ofrenda a los dioses de la tierra y la naturaleza.     

Luego de la tristeza profunda que me ocupó un tiempo, mi tío citó un pasaje de un libro de historia del período helénico griego… Hija, madre y hermana de reyes, Cleopatra fue la última reina de su dinastía, la ptolemaica, y con su muerte se cerró el periodo helenístico de Egipto. Fue una de las figuras más recordadas del Antiguo Egipto, y pese a ello apenas nos han llegado representaciones fiables de su rostro. La ubicación de su sepulcro también sigue siendo un misterio. Cleopatra fue muy querida por su pueblo, entre otras cosas por su amor por la historia y la cultura de su país. Fue la primera de su dinastía en conocer el idioma egipcio pese a su educación puramente griega. Los historiadores antiguos hablan más de su atractivo que de su belleza, pero sea como fuere lo cierto es que supo conquistar el corazón de hombres tan poderosos como Julio César o Marco Antonio, con los que tuvo uno y tres hijos respectivamente. Con el breviario de su nombre de pila, Cleopatra dejó el mundo dignificada por la historia que hacía honor a su efímera existencia de can. En ese momento de inexistencia entendimos eso de “vivir como un perro”. Lo que ahora nos recuerda en cual perrera revolucionaria estamos sobreviviendo.

Marcantonio Faillace Carreño

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